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El desconocido lado personal del gran maestro Balenciaga
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50 ANIVERSARIO DE LA MUERTE

El desconocido lado personal del gran maestro Balenciaga

La heredera de la familia Emilas, grandes colaboradores del genio de Getaria, dibuja para Vanitatis el perfil más personal del diseñador más importante del siglo XX

Foto: Balenciaga.
Balenciaga.

“A Balenciaga le gustaba el vermú”, recuerda Mariu Emilas en una anécdota que refleja el grado de cercanía que tuvo su familia con el maestro de Getaria. Ella misma le conoció con tan solo 7 años cuando fue a visitar el taller que su padre, Juan Mari, había abierto en San Sebastián después de que el genio vasco decidiera cerrar su firma en 1968. “¿Conoces el oficio?”, le preguntó el diseñador cuando se encontraron por casualidad en una tienda de telas en la capital donostiarra. “Aprendí de mi padre”, contestó Emilas. Sin dudarlo un momento, el hombre que había decidido poner fin a la historia con mayúsculas de la alta costura al retirarse por voluntad propia le dio su tarjeta: “Tu padre era excelente”.

placeholder  Juan Emilas, ultimando una prueba para la presentación de la colección primavera-verano 1952, en París. (Cortesía de la familia Emilas)
Juan Emilas, ultimando una prueba para la presentación de la colección primavera-verano 1952, en París. (Cortesía de la familia Emilas)

“Juan Mari, mi padre, nunca había tenido la misma relación con Balenciaga que mi abuelo Juan. El Maestro le conocía de verlo en el taller, de saludarle y de saber de quién era hijo, pero fue entonces cuando comenzaron una relación más personal al encargarle que atendiera a sus clientas de San Sebastián”, explica Emilas. Esas cartas y notas de trabajo que se intercambiaron, de hecho, formaron parte de una retrospectiva que hizo el museo Victoria & Albert de Londres sobre el diseñador español.

La historia de los Emilas y los Balenciaga se remonta al inicio de la carrera de este último. Pocas personas vieron cómo el genio de Getaria se convirtió en el nombre más respetado de la moda: “Mi abuelo y él comenzaron a trabajar juntos con 17 años. En aquel momento eran muy pocos en el taller de la calle Vergara, en San Sebastián, y trabajaban mano a mano”, comenta Emilas, autora del libro ‘Balenciaga: mi jefe’, en el que explica de cerca cómo era el Maestro. “Ahí es cuando se creó una relación de confianza que duró toda la vida. Fue a mi abuelo a quien mandó a Madrid para que llevase la casa en un primer momento, fue él quien atendía a las clientas durante la Guerra Civil y cuando Balenciaga se instaló en París, le pidió que le ayudara a configurar el equipo”. Sin sobrepasar nunca la jerarquía de jefe y empleado, pero con la confianza de poder recibirle en casa, los Emilas fueron testigos directos de cómo era de cerca el hombre más misterioso de la moda. Solo concedió una entrevista, de ahí que un testimonio como el suyo sea fundamental.

placeholder Patrón de un traje sastre sobre maniquí de Juan Mari Emilas y Balenciaga. (Cortesía de la Familia Emilas).
Patrón de un traje sastre sobre maniquí de Juan Mari Emilas y Balenciaga. (Cortesía de la Familia Emilas).

“Tenía dos caras”, cuenta Emilas. “Existía el Balenciaga muy temperamental, sumamente perfeccionista, que no soportaba el error ni la vulgaridad y a quien, seguramente, temería mucha gente”. ¿Qué opinaría entonces de la actual vida de la maison? “Mi padre decía que no le gustaba lo que hacía Nicolas Ghesquière. ‘Qué pensaría el señor Balenciaga si levantara la cabeza”, confiesa la escritora. “En cambio, le impresionaba el trabajo de John Galliano”, añade.

Y existía también la otra cara, según Emilas: “El Balenciaga afable y cercano, muy reservado y discreto con su vida privada, pero enormemente generoso”. Ella conoce esto de primera mano. Nadie comentó nunca la especial relación que unía a Vladzio d’Attainville con Cristóbal Balenciaga. Como dice, “en la casa había cosas que no se contaban”, pero al fallecer D’Attainville, en 1948, Balenciaga le regaló a su abuelo, tras presentar en París una colección totalmente en negro, una fotografía de la pareja, signo inequívoco de la confianza que tenía depositada en Juan. “Ahora mismo no veo un sastre de otro color”, le dijo. Y más aún. Aquejado ya su abuelo de un serio problema de corazón, el diseñador, en una de sus visitas a la casa de los Emilas en la calle Goya de Madrid, le dijo secretamente a su abuela: “Busca al mejor cardiólogo”. Él se hizo cargo de todo lo demás.

placeholder Vladzio d'Attainville y Cristóbal Balenciaga, en Suiza. Esta es la fotografía regalada por Cristóbal Balenciaga a Juan Emilas en 1948 tras el fallecimiento de D'Attainville. (Cortesía de la familia Emilas)
Vladzio d'Attainville y Cristóbal Balenciaga, en Suiza. Esta es la fotografía regalada por Cristóbal Balenciaga a Juan Emilas en 1948 tras el fallecimiento de D'Attainville. (Cortesía de la familia Emilas)

Balenciaga no solo era generoso con las personas que lo habían acompañado toda la vida. Aun sabiendo que André Courrèges y Emanuel Ungaro se marcharían pronto de la casa en la que se habían formado, los mandó a Madrid para que aprendiera el corte con el mejor, con Juan Emilas: “Él sabía que se le iban a ir, pero pese a todo le dijo a mi abuelo: ‘Juanito, hay que enseñarles absolutamente todo, hay que ayudar a la gente joven emprendedora y con talento”, relata la heredera de la saga Emilas.

Con esa confianza que da la experiencia de vida, Mariu afirma también que a Balenciaga no le gustaba la moda: “Lo que le interesaba era la prenda de alta costura, que corresponde a un contexto determinado y a una expresión artística”. De hecho, él la llamaba ‘el oficio’: “Le solía decir a mi abuelo lo duro que era este oficio, porque él lo sentía y lo vivía como un creador. Así expresaba su mundo y su temperamento”.

Ese oficio, además, no entendía de horarios, y daba igual que se estuviera en París, en Madrid, en San Sebastián o en Barcelona, las cuatro casas que tenía Balenciaga (por si alguien osa todavía considerarlo un diseñador francés) siempre mantenían el mismo nivel de perfección: “Afirmar lo contrario es no conocer cómo era el Maestro”, defiende Emilas. “En todas se trabajaba de la misma manera, con la misma técnica de costura y él se preocupaba mucho de la formación de sus trabajadores, a los que movía muchas veces de una casa a otra, como en verano, cuando llevaba muchas primeras manos a París para preparar la colección”.

placeholder El Museo Cristóbal Balenciaga presenta este viernes en el contexto del 50 aniversario de la muerte del modisto, la exposición 'Balenciaga. Carácter', que aborda la obra del creador guipuzcoano desde las claves de su técnica. (EFE/Gorka Estrada)
El Museo Cristóbal Balenciaga presenta este viernes en el contexto del 50 aniversario de la muerte del modisto, la exposición 'Balenciaga. Carácter', que aborda la obra del creador guipuzcoano desde las claves de su técnica. (EFE/Gorka Estrada)

Aunque es cierto que no era lo mismo convivir con Balenciaga en el taller que tenerlo en París, la magia seguía siendo la misma: “Al espacio del salón en Madrid solo podían acceder unas 25 personas. Nadie sabía tampoco cuándo estaba Balenciaga, ni siquiera muchas clientas, a no ser que fueran, por ejemplo, la marquesa de Llanzol, aunque él solía ir a su casa a probarla. Había mucho secretismo y algunas modistas nunca vieron a las mujeres que pasaban por allí, pero preguntaban o intentaban mirar por la cerradura deseando poner cara a las señoras que llegaban a la casa”. ¿Quiénes eran esas damas? Ava Gardner, la princesa Pignatelli, la condesa de Romanones, la marquesa de Llanzol o la actriz Isabel Garcés, que además de ser la simpática madre/compañera televisiva de la popular Marisol, también era una de sus mejores clientas: en todas las películas exigía vestir de Balenciaga, un privilegio que tenía por ser la mujer del productor. Y sí, todas ellas pasaron por las manos de Juan Emilas, el hombre de confianza de Balenciaga en Madrid y eso que, en su primer encuentro, no confió del todo en él. Mariu Emilas recoge en ‘Balenciaga: mi jefe’ la confesión que le hizo el Maestro a su padre en relación con su abuelo: “¡Y pensar que le dije que con esas manos no se podía hacer nada bonito… ¡Y me equivoqué! Fue uno de mis mejores sastres!”. Y él se equivocaba pocas veces.

Foto: El verano 2022 según Balenciaga. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

El secretismo, a día de hoy, todavía envuelve muchos de los aspectos de la vida de Cristóbal Balenciaga. Ramón Esparza fue su compañero de vida durante sus 25 últimos años, pero siempre tuvo un papel discreto. Poco se conoce también (y menos todavía son los que citan) sobre su periodo de formación con Jacques Doucet en París. “Yo sé que esa etapa fue fundamental y en el libro no cuento casi nada, pero es que apenas se conoce”, afirma Mariu. Fue allí donde Balenciaga aprendió el funcionamiento interno de la alta costura y el protocolo de las casas, y tan importante fue para él que les siguió visitando hasta el fallecimiento de Doucet en 1929. Al abuelo Emilas le confesó que, en algunos aspectos, consideró que nunca le había superado.

Los Emilas son, junto con otros nombres como Felisa Irigoyen, las hermanas Carriche, Sonsoles Díez de Rivera o el propio Ramón Esparza, los testigos más directos de aquel Cristóbal Balenciaga de carne y hueso. Y todos coinciden (o coincidían) en una cosa: hablaban y hablan a día de hoy con veneración de uno de los artistas más relevantes del siglo XX, el famoso y desconocido Cristóbal Balenciaga, el Maestro.

“A Balenciaga le gustaba el vermú”, recuerda Mariu Emilas en una anécdota que refleja el grado de cercanía que tuvo su familia con el maestro de Getaria. Ella misma le conoció con tan solo 7 años cuando fue a visitar el taller que su padre, Juan Mari, había abierto en San Sebastián después de que el genio vasco decidiera cerrar su firma en 1968. “¿Conoces el oficio?”, le preguntó el diseñador cuando se encontraron por casualidad en una tienda de telas en la capital donostiarra. “Aprendí de mi padre”, contestó Emilas. Sin dudarlo un momento, el hombre que había decidido poner fin a la historia con mayúsculas de la alta costura al retirarse por voluntad propia le dio su tarjeta: “Tu padre era excelente”.

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