Inés de Cominges: "Jamás llevaría unos leggings ni unas botas cowboy"

Pillar libre a Inés de Cominges no es fácil. Afincada desde hace 12 años en París, la ciudad en la que vive junto a su marido, el empresario belga François du Chastel, y sus dos hijos, la realidad es que Inés planea en avión. Viajar es una práctica más en su día a día. "La monotonía no forma parte de mi agenda. Cada día es diferente al anterior y voy adaptándome en función de mi trabajo", cuenta para Vanitatis. Un trabajo que, en realidad, divide en dos roles: el de responsable del marketing digital de Chatelles, la firma de calzado que su marido fundó en 2012, y el de gestora total de su imagen de marca personal.

Para los ajenos al circuito de la moda, Inés de Cominges es una de nuestras prescriptoras más relevantes en el panorama internacional. Con presencia fija en los grandes eventos del mundillo y sitio asegurado en los 'front rows' más exclusivos, si por algo es conocida es por sus coloridos looks. "Soy una persona muy alegre y mis outfits son reflejo de mi estado de ánimo".

Entre traslado y traslado, hace parada en Madrid, donde nació hace 32 años, para acudir, entre otros compromisos, a la apertura de la tienda de su amiga María de la Orden ("nos apoyamos entre nosotras y siempre estamos cuando nos necesitamos") y de paso, encontrarse con Vanitatis. La diseñadora es solo una de las mujeres que engordan el selecto círculo de íntimas de Inés, en el que también están Blanca Miró, Cleo Zu Oettingen, Ana María Chico de Guzmán, Andrea Pascual, Tatiana de Nicolay, Geraldine Guyot-Arnault, Edda Oprandi o Margherita Ruffo di Calabria.

Ella nos cuenta quién es Inés de Cominges. "Soy la única hija de cuatro hermanos. De familia numerosa y padres españoles, con orígenes asturianos por parte de mi madre y franceses por parte de mi padre. Estudié en internados de Suiza e Inglaterra. Ya de mayor, me especialicé en moda en el Instituto Marangoni de Londres. La moda me gustó desde niña y con el tiempo me di cuenta de que es literalmente quién soy yo, es mi mundo".

A esa carta de presentación se suman los títulos: el apellido Cominges proviene de la nobleza francesa y su marido, François du Chastel, es un reconocido aristócrata belga. "Las aristócratas somos iguales que el resto, madres y trabajadoras. Todas queremos y nos gusta trabajar, que eso no nos lo quite nadie. Solo nos diferencian los títulos que nos ponen en un evento. Con educación y moralidad, las desigualdades no existen", confiesa.

La pasión por la moda, por una imagen cuidada y una estética concreta, le viene de herencia. "Al ser la única niña y crecer con tres chicos, ese interés por la moda era superior a otras disciplinas. En parte, fue mi madre quien me lo inculcó. Cuando era pequeña soñaba con crecer y fundar mi propia revista de moda, para mí era un símbolo". De esa niña que imaginaba con dirigir una publicación, a una mujer polivalente a la que le quedan un listado infinito de cosas por hacer. "En lo personal, tener un día una hija a la que inculcar mis valores y mi amor por la moda. En lo profesional, no tengo metas y vivo al día. Cada jornada me sorprende con un nuevo proyecto, algo inesperado que me ayuda a crecer y entusiasmarme. Disfrutar sin límites, ese es mi gran proyecto a corto y largo plazo".

La marca Inés de Cominges, para la que trabaja sin descanso, aglutina 196.000 seguidores en Instagram y ni un solo pero. "No tengo 'haters' porque jamás expongo mi vida personal. Mis seguidores pueden opinar sobre mis looks, si les gustan o no, pero nunca juzgar nada de mi vida. Me gusta la privacidad, nunca doy opiniones públicas y al no mostrar nada, no doy de que hablar". Una ventaja, la de no encontrar el punto negativo al universo digital, que juega a su favor y que, en cuestiones prácticas, le ayuda a hacer lo que quiere: "Puedo escoger con quién trabajo y con quién no".

En las distancias cortas, la experta en moda irradia simpatía y buen rollo. Lo mismo que sus looks. "Soy muy natural y divertida, tal cual me muestro en las redes sociales. No cambio. Mi imagen no será perfecta ni maravillosa, aunque sí es auténtica y creo que ese es el verdadero secreto para que mis atuendos atraigan al mundo. También soy muy exigente conmigo misma y, por ende, con mis looks; por eso, cuando me enfundo en un outfit potente y me veo bien frente al espejo, me empodero". Una personalidad arrolladora en la que el negro sí tiene cabida, pero no los básicos de fondo de armario. "Jamás llevaría unos leggings ni unas botas cowboy por muy tendencia que sean ambas piezas. Soy una fashionista que huye de las grandes corrientes, solo me sumo a las que encajan con mi estilo".

Media vida en España, media vida en París, para vestir, Inés de Cominges se identifica con la moda nacional. "Defiendo a capa y espada la moda y los diseñadores españoles. Si nosotras, las españolas, no presumimos de nuestros creadores, ¿quién lo va a hacer?". Alaba el trabajo de grandes de la costura como Jorge Vázquez o Diego Estrada, y para su día a día confía en marcas fetiche como la de su amiga María de la Orden. A sus pies, siempre, siempre, siempre, las slippers, las bailarinas y los mocasines de Chatelles.

Las verdaderas joyas de su vestidor son las piezas que un día su madre heredó de su abuela y que ahora son suyas. "Cualquier prenda o accesorio vintage que perteneciese a mi abuela son mis preferidos".

Con todo ese maremágnum, la influencer se planta en las semanas de la moda de París o Madrid y pasea sus increíbles looks con soltura y mucha gracia. A su lado, y como las españolas más fotografiadas, sus íntimas Blanca Miró y María de la Orden. "Somos las tres tan diferentes y al mismo tiempo tan buenas amigas que nos complementamos a la perfección. Esas risas cómplices que se ven detrás del objetivo de los fotógrafos son espontáneas y fruto de una relación de amistad".

El futuro de Inés de Cominges no está escrito. "Por delante me queda una burrada de cosas por hacer dentro de la industria de la moda y no pienso dejar de trabajar. Me encanta, es mi pasión. Eso y que -insiste entre risas- un día pueda tener una hija".