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Emilio Tuñón, coautor de la Galería de las Colecciones Reales: "Hay que entender el tiempo como un material de construcción"
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Emilio Tuñón, coautor de la Galería de las Colecciones Reales: "Hay que entender el tiempo como un material de construcción"

Es el museo del momento —perdón, la galería— en Madrid y exhibe las maravillas atesoradas por la Corona desde el año 650 a 1918. Hablamos con su creador, Premio Nacional de Arquitectura 2022. ¡Ah, los turistas aún no se han enterado!

Foto: Emilio Tuñón, en su estudio madrileño, con algunas maquetas de su nuevo proyecto internacional en Maastricht, Holanda.
Emilio Tuñón, en su estudio madrileño, con algunas maquetas de su nuevo proyecto internacional en Maastricht, Holanda.

Esta es la historia de Emilio Tuñón (Madrid, 1959), un arquitecto excepcional, paciente y respetuoso que, afirma, sigue construyéndose a sí mismo cada día. En su camino profesional, Tuñón se cruzó con otro arquitecto igual de estupendo que entendía la profesión como una poesía. Juntos levantaron maravillas hasta que la muerte se llevó a Luis Moreno Mansilla (1959-2012).

Hoy, con la inauguración de la soberbia Galería de las Colecciones Reales de Madrid, se cierra un ciclo y un proyecto conjunto que empezó, como todos, con un boceto sobre una hoja de papel. Corría 1999.

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Entramos en el estudio madrileño de Tuñón + Albornoz Arquitectos —por Carlos Martínez de Albornoz, su nuevo compañero en el loable empeño de levantar edificios bellos, únicos y funcionales— para hablar con Emilio, un hombre sabio y, por qué no decirlo, encantador.

¿Qué tipo de niño fue Emilio Tuñón? ¿Qué quería ser de mayor?

Fui el pequeño de una familia con diez hijos y, como les ocurre a todos los décimos, no tuve ni voz ni voto en nada hasta muy mayor. Mis padres ya habían pasado por todo lo imaginable con los nueve primeros. (Risas). Al último... pues todos le quieren. Tuve una infancia muy feliz. Dibujaba mucho, me encantaba. Quise ser ingeniero naval, como mi hermano mayor, pero en casa todos me dijeron que con lo bien que dibujaba tenía que intentar estudiar Arquitectura. Y empecé Arquitectura sin tener demasiada idea de lo que era. Hoy en los colegios hay asesorías psicológicas para ayudar a encontrar la vocación de los niños; antes era tarea de los padres, en nuestro caso, de nuestra madre que, más o menos, decidía por nosotros. (Risas). Mi madre era una mujer muy activa, muy culta y con una gran sensibilidad para entender a las personas.

En 1981, te licencias en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Tenías 22 años. ¿Cuál era tu plan a esa edad?

Cuando acabé me encontré rodeado de una realidad de lo más interesante: la Transición y la movida madrileña. Con 22 años me dediqué a ir a todos los conciertos que pude. Estaba metido de lleno en ese fenómeno cultural. Pasamos del Madrid de Franco, aburrido, lento y lleno de jerarquías, al color. En cuanto a la carrera, la verdad es que no sabía qué hacer. Empecé a trabajar en el Ministerio de Cultura y luego en el de Obras Públicas, siempre en cuestiones de patrimonio, hasta que entré en el estudio de Rafael Moneo, donde estuve diez años. Diez años son tiempo más que suficiente para saber lo que uno quiere hacer. (Risas).

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¿Qué aprendiste del insigne Rafael Moneo?

Allí, tanto Luis (Moreno Mansilla) como yo aprendimos un lenguaje y una forma de pensar la arquitectura. Puedes opinar lo contrario que tus colegas, pero hay que compartir un lenguaje para discutir y consensuar. La conversación es el gran mecanismo para sacar proyectos adelante. Conversar con tu socio, con los empleados, con los clientes, con la naturaleza, con las leyes, con los técnicos… Todo eso lo aprendimos en el estudio de Rafael Moneo.

Diez años que dieron pie a Mansilla + Tuñón Arquitectos. ¿Cómo fue vuestro arranque?

Teníamos que asumir la responsabilidad de trazar nuestro propio camino, de empezar a hacer lo que teníamos que hacer. Luis había nacido el 1 de julio y yo el 1 de enero del mismo año; es decir, éramos exactamente opuestos en el Zodiaco. Opinábamos diferente en muchos campos, pero por encima de todo estaba el respeto. Éramos dos personas muy respetuosas con todo el mundo, con la arquitectura y con la naturaleza. Sobre todo, teníamos mucho respeto por lo que no era nuestro. Luis tenía una visión lírica de la arquitectura; llegaron a denominarle 'el arquitecto poeta'. Escribía muy bien. Yo era, soy, más estructurado, más politécnico. Esa combinación definió nuestra personalidad como estudio.

placeholder Galería de las Colecciones Reales (derecha de la imagen), bajo la catedral de la Almudena. (Patrimonio Nacional)
Galería de las Colecciones Reales (derecha de la imagen), bajo la catedral de la Almudena. (Patrimonio Nacional)

Hablemos de vuestros trabajos, empezando por lo último, la Galería de las Colecciones Reales de Madrid. 23 años separan el primer croquis de la inauguración celebrada el pasado 28 de julio. ¿En algún momento perdisteis la fe en que el edificio llegase a abrir sus puertas?

Entregamos el edificio en 2016. La cuestión es que el proyecto museístico fue evolucionando. Al principio iban a ser tres museos en uno: uno de tapices, uno de carruajes y uno de arte suntuario. Tres museos que se podían visitar independientemente. En 2017 se nombra un director que decide replantear el esquema y crear un único museo llamado a exaltar el papel de la monarquía como mecenas y coleccionista. Plantea un recorrido histórico.

placeholder La galería desde dentro. (Patrimonio Nacional)
La galería desde dentro. (Patrimonio Nacional)

La planta superior queda dedicada a los Trastámara y a los Austrias; la intermedia, a los Borbón, y la inferior, a las exposiciones temporales. Esto nos obligó a abrir un nuevo acceso en la planta baja, a construir nuevas escaleras y a colocar otro ascensor. Quiero decir que esta Galería de las Colecciones Reales nos ha tenido trabajando mucho tiempo, prácticamente hasta el día mismo de su inauguración.

Yo, en realidad, nunca he perdido la fe; siempre he sabido que llegaría el día de la inauguración. Ten en cuenta que este proyecto nació en el 36, durante la Segunda República. Todo el mundo, todos los regímenes y partidos políticos desde entonces hasta hoy han querido que esto saliese adelante. Y se ha hecho realidad pese a los problemas de financiación y a todas las crisis habidas, no solo la de 2008. El otro día nos pusimos a contabilizar todos los proyectos que fuimos realizando para esta galería y nos salían, exactamente, treinta.

Suena todo muy numantino.

(Risas). Un poco. La palabra ‘épico’ le sienta especialmente bien a este proyecto, también ‘aguantar’ o ‘resistir’. Como diría Cholo Simeone, se trata de ir partido a partido. (Risas). A nosotros lo que nos obsesionaba era hacer las cosas bien, hacerlas cada vez mejor. En ocasiones, para entender algo hay que retroceder y analizar qué es lo que se ha hecho mal y volver a empezar. Lo cierto es que somos un estudio resistente que entiende el tiempo como un material de construcción.

Hagamos un poco de ciencia ficción. Si te dejasen llevarte algo del museo a casa, ¿con qué te quedarías?

(Risas). Mmm. No sé… Bueno, adoro ‘El libro de la vida’ de Santa Teresa de Jesús porque está escrito a mano y es una joya bibliográfica absolutamente maravillosa. Me fascina especialmente la parte de los Trastámara, con el 'Políptico de Isabel la Católica', pintado por Juan de Flandes, en cabeza; un extraordinario conjunto de quince obras sobre tabla de un tamaño estupendo para colgar en casa. (Risas). Hay muchas más maravillas, como el casco de Fernando el Católico, el cuadro del ‘Caballo blanco’ de Velázquez o ‘El Caravaggio de Palacio’.

placeholder 'El arcángel San Miguel venciendo al demonio', obra de la Roldana. (Patrimonio Nacional)
'El arcángel San Miguel venciendo al demonio', obra de la Roldana. (Patrimonio Nacional)

De la parte de los Austrias me lo llevaría todo también; y de la de los Borbones hay un pintor neoclásico, Fernando Brambila, con un cuadro de la fachada del palacio de La Granja que no me puede gustar más. O la escultura de ‘El arcángel San Miguel venciendo al demonio’ de Luisa Roldán, la Roldana, cuya historia personal es, en sí misma, todo un ejemplo de liberación y feminismo, ya durante muchos años su familia no le permitió firmar sus obras. La galería está llena de maravillas.

Dinos, por favor, lo primero que te venga a la cabeza cuando mencionemos alguno de vuestros proyectos más reconocidos. Por ejemplo, la Biblioteca Regional Joaquín Leguina de Madrid, de 2002.

Desafío. Se trataba de darle una nueva vida a la antigua fábrica de cerveza El Águila, en Delicias. Fue el primer edificio verde de España, ya que aplicamos en él toda la tecnología de climatización que acababa de implantarse en Inglaterra. Luis y yo fuimos absolutamente pioneros en ese campo.

Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, MUSAC, de 2004.

Mil colores. Llevar el arte a la calle. La digitalización del mosaico de la vidriera de la fachada funcionó muy bien. Teníamos muchas dudas sobre esa fachada y la digitalización —que empezaba a estar de moda en aquel momento— funcionó estupendamente. El museo se convirtió en una obra de arte.

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El Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear en Cáceres de 2010.

Es nuestro segundo museo descendente, el primero fue el de Zamora (1996) —debut de Mansilla + Tuñón que ahora celebra su 25 aniversario— y el tercero, la Galería de las Colecciones Reales. El edificio de Zamora fue nuestro manifiesto como arquitectos. El museo que alberga la colección Helga de Alvear es parte de la muralla del casco histórico de Cáceres y ejerce también como una caja llena de tesoros que conecta la ciudad vieja con la moderna.

Atrio (2010), el restaurante y hotel de Toño Pérez y Jose Polo, en Cáceres, cuya construcción en dos edificios civiles levantó una gran polvareda, con más de 13.000 firmas en papel —en una ciudad de 100.000 habitantes— en su contra…

Atrio es un fantástico ejemplo de cómo la arquitectura tiene que dialogar con la sociedad. La obra se paró. Al cabo del año llamé a Jose y a Toño y les dije que aquello no podía quedar así. Entonces me puse a hablar con todas las partes y al final llegamos a una conclusión muy sencilla: había que conservar la fachada. El problema era que no se le había contado bien a la ciudad el proyecto. Hoy la gente de Cáceres sabe que se puede intervenir en la ciudad histórica sin empeorarla, más bien todo lo contrario. También nos dimos cuenta de que los arquitectos tendemos a pensar que siempre tenemos la razón, y no es así. Atrio fue el último proyecto junto a Luis.

placeholder Atrio, en el corazón de Cáceres. (Cortesía)
Atrio, en el corazón de Cáceres. (Cortesía)

¿Por qué decides asociarte con Carlos Martínez de Albornoz?

Carlos llevaba muchos años trabajando con nosotros con plena dedicación. Al fallecer Luis barajé la idea de convertir el estudio en una cooperativa, pero no todo encajaba. En Carlos confiaba ya plenamente. El tiempo ha demostrado que no me equivoqué.

¿Cómo os complementáis Tuñón y Albornoz?

Yo sigo siendo un arquitecto muy politécnico que se ha hecho mayor y que ahora medita mucho más las cosas. Carlos aporta la frescura de la juventud y algo muy bueno que es el interés por todo lo táctil, por las texturas. Él tiene una gran cultura de la madera y una auténtica obsesión por todo lo textil, por el placer de elegir lo perfecto para crear ambientes perfectos. Su mundo enriquece muchísimo el mío y, en general, nuestro trabajo.

Venís de ganar el concurso internacional para recuperar la zona industrial de Landbouwbelang, en Maastricht, Holanda. 40.000 metros cuadrados destinados a vivienda social, comercio y la nueva sede del Instituto de Artes Escénicas de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Zuyd.

Landbouwbelang era una zona de fábricas de cerámica. Lo más interesante es que ya no es una zona industrial, es parte de la ciudad, por lo que entramos en nuestro territorio, en el de la rehabilitación. Nos llamaron ellos y nos invitaron a concursar porque habían visto nuestro trabajo en la fábrica de El Águila. Estamos realmente emocionados con este trabajo. La arquitectura está hecha para ser vivida, observada y disfrutada.

De todos los premios recibidos —Mies van der Rohe (2007), Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes (2014), Nacional de Arquitectura (2022), entre otros muchos—, en solitario o compartidos, ¿de cuál te sientes más orgulloso?

Diría que del Nacional de Arquitectura, por ser el último y porque en el fondo es un reconocimiento a todo nuestro trabajo, al trabajo con Luis y al trabajo con Carlos. Y porque también es el reconocimiento a toda la gente de la oficina, pero también a nuestros clientes y a nuestra labor como docentes.

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En calidad de profesor, ¿cómo ves a las nuevas generaciones de arquitectos?

Vienen superpreparados, eso es sabido. Tienen claro por qué han elegido esta carrera, hablan inglés, manejan los ordenadores con destreza, pero tienen cierto escepticismo con lo que va a pasar en este mundo de incertidumbres. Los mayores sabemos aquello del partido a partido, pero ellos piensan que tienen que recibir satisfacciones, evidencias, inmediatamente. Pero el mundo no es así. Cuando empiecen a trabajar cambiarán. Hay mucho talento, creatividad y capacidad técnica en estas nuevas generaciones.

El 1 de enero cumples 65 años. Al margen de edificios, ¿qué le queda por construir a Emilio Tuñón?

Quiero seguir aprendiendo, seguir creciendo y transformarme. Tengo cinco hijos y siete nietos, sé que soy mayor, pero todavía queda mucho trabajo en mi construcción interior.

Esta es la historia de Emilio Tuñón (Madrid, 1959), un arquitecto excepcional, paciente y respetuoso que, afirma, sigue construyéndose a sí mismo cada día. En su camino profesional, Tuñón se cruzó con otro arquitecto igual de estupendo que entendía la profesión como una poesía. Juntos levantaron maravillas hasta que la muerte se llevó a Luis Moreno Mansilla (1959-2012).

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