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75 años de 'Jennie', la película favorita de Buñuel: Jennifer Jones, un amor del más allá y un productor arruinado
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ANIVERSARIO

75 años de 'Jennie', la película favorita de Buñuel: Jennifer Jones, un amor del más allá y un productor arruinado

Recordamos uno de los romances más atípicos de la historia del cine y la figura de su productor, el legendario David O. Selznick

Foto: Jennifer Jones y Joseph Cotten, en una imagen de la película. (IMDB)
Jennifer Jones y Joseph Cotten, en una imagen de la película. (IMDB)

Cuando a Luis Buñuel le pidieron una lista de sus diez películas favoritas, 'Jennie' (o 'Retrato de Jennie', su título original) estuvo entre las diez elegidas por el aragonés. No es de extrañar: la historia de amor entre un pintor en horas bajas y su musa, una misteriosa adolescente que se va haciendo mayor milagrosamente en cada encuentro con él, tiene mucho del surrealismo que tanto gustó al de Calanda. Un poema romántico lleno de claroscuros; una historia misteriosa y con mil incógnitas para un público que quizá no estaba preparado para tanta pregunta. ¿Existe Jennie, es un espíritu del más allá o solo una ensoñación del artista? ¿Por qué crece tan rápido en tan poco tiempo? ¿Por qué provoca sensaciones encontradas en el misántropo Ebbie Adams, nombre de ese pintor que se siente falto de inspiración?

La novela de Robert Nathan que inspiró el título ya fue, en su momento, un título insólito que mezclaba el romance con la ciencia ficción y las teorías sobre el arte. Al final de sus páginas, Jennie, musa y amor de ese artista al que daba vida Joseph Cotten, era un espíritu de otro tiempo o una simple idea dependiendo del lector que se adentrase en el libro. El argumento era tan único que llamó la atención de David O. Selznick, productor de 'Lo que el viento se llevó' y señor que gustaba de asumir riesgos imposibles. El magnate del cine quiso hacer, eso sí, una película lo más fiel posible a la novela.

placeholder Jennifer Jones, en un retrato de estudio. (CP)
Jennifer Jones, en un retrato de estudio. (CP)

Para encarnar a la dulce y misteriosa Jennie, Selznick eligió a su esposa, esa Jennifer Jones de la que se enamoró perdidamente cuando esta aún era pareja de otro actor, Robert Walker. El magnate del cine estaba empeñado en lanzarla al estrellato desde que produjo 'Desde que te fuiste'. También le regaló películas hechas a su medida, como la volcánica 'Duelo al sol'. En esta ocasión, Selznick volvió a hacer gala de su bravura adaptando la novela de Nathan, pero pocos saben que iba a correr aún más riesgos de los que corrió. Su idea primigenia, décadas antes de que lo hiciese Richard Linklater en 'Boyhood', era ir filmando pequeñas partes de la película a lo largo de varios años, a medida que la protagonista, una actriz que forzosamente había de ser muy joven, fuese creciendo. El gerifalte llegó a pensar en Shirley Temple para tal empeño, pero la idea era demasiado costosa para un Hollywood de posguerra en el que aún prevalecía la idea de ahorrar.

placeholder Cartel de 'Jennie'. (IMDB)
Cartel de 'Jennie'. (IMDB)

Parte de los problemas de 'Jennie' los causó el propio Selznick. No era ningún secreto que era exigente y lo que hoy calificaríamos como 'demandante'. Si rodar en pleno Central Park, reduciendo al mínimo las habituales transparencias y apostando por las localizaciones reales, ya fue especie de yincana, también lo fueron sus injerencias. Uno de los que más sufrieron al productor fue el pintor Robert Brackman, autor del retrato que da nombre a la película, la obra final del artista hacia su amada. Jennifer Jones se vio obligada a asistir una docena de veces al estudio que el pintor tenía en Connecticut. La primera versión de la pintura no fue del gusto de nadie. Los continuos cambios de guion obligaron a Brackman a elaborar otro retrato aún más simple. Con tanto requisito, al pobre no le quedaron ganas de volver a trabajar en una producción de Hollywood.

El músico Bernard Herrman también acabó hasta las narices de Mr. David. Cansado de sus cambios, abandonó la producción y el único rastro que quedó de su trabajo, en el montaje final, fue una canción que la joven Jennie canturrea al pintor, poco después de conocerle. Su sustituto, el clavo que sacó otro clavo, fue otro genio de la composición cinematográfica: Dimitri Tiomkin. El músico acabó recurriendo a composiciones clásicas de Debussy ante la insistencia de Selznick. Otro damnificado fue director de fotografía, Joseph H. August, que falleció de un infarto en el plató, muchos meses antes de que la cinta se estrenase en las salas. Las malas lenguas achacaron su final al estrés que sufrió en el rodaje. Este retahíla de personas que padecieron a Selznick no era nada rara: sus producciones, de gran envergadura, se le solían ir de las manos y él se inmiscuía en todo lo que podía. Pero como dijo algún crítico, cada una de las películas que hizo era como un Rolls Royce.

placeholder Cuadro realizado para la película. (IMDB)
Cuadro realizado para la película. (IMDB)

La secuencia del maremoto o la de la pintura, las únicas filmadas en color dentro de una película en blanco y negro, encarecieron la producción y le dieron un nivel de distinción pocas veces visto en los filmes de los grandes estudios. La minuciosidad hizo que 'Jennie' costase más que la mismísima 'Lo que el viento se llevó' pese a tener una logística menos compleja.

Estrenada en Los Ángeles en la Navidad de 1948, la mala recepción de crítica y público obligó a posponer su llegada oficial a los cines de Estados Unidos. En abril de 1949, hace ahora 75 años, los cinéfilos norteamericanos pudieron disfrutar por fin de este poema fílmico dirigido por William Dieterle; un cuento romántico adelantado a su tiempo. La mezcla de amor y fantasía que proponía 'Jennie', con esas metafóricas olas que unen a los dos amantes, un pintor y su particular Galatea, en el clímax final era una osadía para la sociedad de finales de los años 40; un producto vanguardista en un Hollywood que fabricaba películas en cadena. Con el paso de las décadas, no son pocos los filósofos, los artistas y los productores que han caído rendidos ante este relato atípico sobre los sentimientos más allá de la muerte. “Quién sabe si morir no será vivir y lo que los mortales llaman vida será la muerte”, reza la frase de Eurípides que inicia la película. Una pregunta que, probablemente, se lleven muchos espectadores tras ver este cuento existencialista, una peculiar obra maestra.

Cuando a Luis Buñuel le pidieron una lista de sus diez películas favoritas, 'Jennie' (o 'Retrato de Jennie', su título original) estuvo entre las diez elegidas por el aragonés. No es de extrañar: la historia de amor entre un pintor en horas bajas y su musa, una misteriosa adolescente que se va haciendo mayor milagrosamente en cada encuentro con él, tiene mucho del surrealismo que tanto gustó al de Calanda. Un poema romántico lleno de claroscuros; una historia misteriosa y con mil incógnitas para un público que quizá no estaba preparado para tanta pregunta. ¿Existe Jennie, es un espíritu del más allá o solo una ensoñación del artista? ¿Por qué crece tan rápido en tan poco tiempo? ¿Por qué provoca sensaciones encontradas en el misántropo Ebbie Adams, nombre de ese pintor que se siente falto de inspiración?

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