La saga García Obregón, una fortuna entre La Moraleja, la tele y las gafas de sol
A los 13 años, el padre de la actriz trabajaba en una tienda llevando pedidos. Dos décadas más tarde era uno de los promotores más reputados. Hoy, su linaje continúa con múltiples negocios
Es el año 1982. Uno de los promotores inmobiliarios con más éxito del país, Antonio García, concede una entrevista al diario 'ABC' para hablar de su trabajo diario. En un momento dado, el periodista le interroga sobre cómo lleva eso de tener en la familia a una "joven actriz de éxito". "Al principio lo llevaba bastante mal, pero como empresario y como trabajador de toda la vida soy muy realista, y he visto que no había nada que hacer. Entonces, era mucho más fácil el ayudar a mis hijas en el camino que habían emprendido que el enfrentarse con ellas. Porque si no, corría el riesgo de perderlas. No me disgusta que me conozcan ya como el padre de Ana García Obregón, al contrario, en cierta forma me alegro del éxito de mis hijos en el camino que han emprendido. [...] Creo que no nos resta solvencia ni nos resta prestigio".
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Eran unas palabras, dichas en público además, muy importantes para Ana García Obregón. Tras años de lucha por su sueño, su padre por fin había claudicado y hasta le dedicaba piropos en la prensa nacional. Ese padre hecho a sí mismo, que salió adelante en el Madrid de posguerra siendo apenas un niño. Con 13 años entró a trabajar en una tienda, barriendo, fregando y llevando la cesta de los pedidos a los clientes. Por la noche, mientras, estudiaba. "Fui el número uno de delineantes. Después ingresé en aparejadores y me hice aparejador y arquitecto técnico. Tuve también el número uno en la carrera: todo esto trabajando al mismo tiempo", explicaba en la citada entrevista.
Siendo veinteañero se casó con la hija única de Juan Obregón Toledo, un acaudalado empresario que puso el 50% de la financiación para fundar Jotsa, su primera inmobiliaria. Se trataba de una empresa familiar, que en poco tiempo se hizo importante en el mercado. Pero el gran pelotazo llegó con La Moraleja.
A mediados del siglo XX, La Moraleja era una finca privada de 1.150 hectáreas propiedad de José Luis de Ussía y Cubas, conde de los Gaitanes y leal amigo de don Juan de Borbón. Los terrenos habían sido en tiempos coto de caza del rey Carlos III, también a Franco le gustaba visitar la zona para cazar. "En 1969, mi amigo, el conde de los Gaitanes, que en paz esté, me concedió una opción de compra de las acciones (95%) de Niesa, propietaria de los terrenos de lo que hoy es La Moraleja. Opción que, por su elevado coste, opté por asumir en nombre de la sociedad Prosa con la compañía belga Tractebel y la española Vías y Construcciones. La operación rondó los 700 millones de pesetas (unos 4,2 millones de euros). Teníamos muy claro que era la ubicación perfecta porque el desarrollo de la capital miraría al norte", explicó el constructor en otra extensa entrevista en el diario 'El Mundo' en 2011.
El éxito fue absoluto, se hicieron de oro. Vendieron parcelas de 10.000, 2.500 -la mayor parte- y 1.500 metros cuadrados. "Se vendían en el momento". Antonio reservó una parcela para él y su familia, donde construyó varias casas para tener cerca a sus cinco hijos: Ana, Celia, Amalia, Javier y Juan Antonio. Hoy todos ellos siguen en el negocio familiar que, como todas las inmobiliarias, han sufrido los vaivenes de la crisis económica. En su caso, de una forma especialmente virulenta.
La sacudida se llevó por delante primero a Jotsa y luego a buena parte de las empresas familiares (también a 'Las tres hermanas en la playa', de Joaquín Sorolla, que tuvieron que subastar en 2015 por problemas económicos). Ahora el entramado empresarial de la familia se ha reducido a dos empresas. La primera, Promotorados SA, cuenta con un activo declarado de casi doce millones y medio de euros y acaba de admitir una ampliación de capital para afrontar nuevos proyectos.
La segunda es Niesa Nueva Inmobiliaria SA, que ha dicho adiós a sus problemas económicos hace apenas unas semanas. El 13 de junio el Juzgado de lo Mercantil número 6 de Madrid declaró concluido el procedimiento concursal y archivó las actuaciones. En el año 2017, esta empresa declaró unas ventas superiores a los 13 millones de euros.
Todos los hermanos García Obregón están involucrados de una forma u otra con estas dos empresas. Aparte, cada uno tiene sus aventuras propias, haciendo valer los genes emprendedores del patriarca. El más desconocido de todos ellos, Juan Antonio, es también el más activo en este sentido. Aunque es arquitecto técnico (acaba de reabrir la hoja registral de Ego Internacional, su estudio), está detrás del éxito de las conocidas gafas de sol Flamingo. También tiene intereses en el mundo de la moda.
Su hermano Javier lo intentó con la empresa Fun & Things, aunque no fue tan bien como esperaba. Ana también conoció el sabor amargo del fracaso con un gimnasio, y es administradora única de Yoana Producciones, sin apenas actividad. La actriz, presentadora y productora lleva trabajando en la televisión tres décadas y es un personaje imprescindible de la vida social, aunque sabe dosificarse. Amalia García Obregón, por su parte, acaba de ser abuela y también ha fundado una empresa de estudios de mercado y encuestas de opinión junto a una de sus hijas, Polimina Investments.
La saga continúa con los nietos y algún bisnieto recién nacido. Hay Obregón para rato y muchos ya dan señales de tener esa vena empresarial que convirtió a su padre en uno de los constructores más conocidos de la época. El mismo Álex Lequio ya había fundado su propia agencia, Polar Marketing, con apenas 22 años y si no ha ido más rápido, ha sido por el percance de salud por todos conocido.
Es el año 1982. Uno de los promotores inmobiliarios con más éxito del país, Antonio García, concede una entrevista al diario 'ABC' para hablar de su trabajo diario. En un momento dado, el periodista le interroga sobre cómo lleva eso de tener en la familia a una "joven actriz de éxito". "Al principio lo llevaba bastante mal, pero como empresario y como trabajador de toda la vida soy muy realista, y he visto que no había nada que hacer. Entonces, era mucho más fácil el ayudar a mis hijas en el camino que habían emprendido que el enfrentarse con ellas. Porque si no, corría el riesgo de perderlas. No me disgusta que me conozcan ya como el padre de Ana García Obregón, al contrario, en cierta forma me alegro del éxito de mis hijos en el camino que han emprendido. [...] Creo que no nos resta solvencia ni nos resta prestigio".