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No solo Verónica. Mi amigo se ha suicidado y tengo algo que decirte
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CUANDO LA TRISTEZA GANA

No solo Verónica. Mi amigo se ha suicidado y tengo algo que decirte

Pon tu alma y tu cuerpo al servicio del que está comprando las mentiras que le cuenta el monstruo con el que ha empezado a conversar

Foto: Ilustración realizada por Germán Pardo.
Ilustración realizada por Germán Pardo.

La muerte de un ser querido siempre es dolorosa y difícil de asumir. La que ocurre cuando no tocaba y por decisión propia te deja, además, suspendido sobre el vacío de la incomprensión y la incredulidad.

La muerte de Verónica Forqué ha encendido el debate sobre el tabú del suicidio y el desamparo de los que sufren cualquier tipo de problema de salud mental. Lo de Forqué ha resonado con fuerza debido a la gran popularidad de la actriz, pero ella no deja de ser una más en una larga y macabra lista. Diez días antes de que ella decidiera acabar con todo, mi amigo se suicidó.

Foto: Interior de la capilla ardiente de Verónica Forqué. (CP)

Ahora que él ya no está, brotan en mí todas esas palabras que debí decirle antes. Le hablé mucho, pero no con la clarividencia y exactitud con las que ahora se muestran las frases que pienso.

placeholder Verónica Forqué. (Getty)
Verónica Forqué. (Getty)

Cuando alguien te confiese que está naciendo en su interior un estado de depresión, sintoniza bien la antena. Entre tanto falso victimismo y tristeza manoseada y exhibida, detecta el verdadero problema. En medio de la espiral de campanas huecas de las que estamos rodeados, de tanto ruido sordo, en medio del entretenimiento, del debate, de las vacuas opiniones, de la sobreexposición, busca el silencio, la palabra certera, su máximo valor. Busca la expresión precisa, la mirada adecuada, la atención correcta y trata de dar en la diana que pueda, por un segundo, generar el destello que ilumine al otro. Ese segundo puede ser tan decisivo como lo fue para el otro el segundo que le separó del mundo para siempre. La línea entre vida y muerte es así de fina.

Nos hablan del instinto de supervivencia, inherente al ser humano, dicen; de lo bello que es vivir; de perseguir tus sueños. Pero nadie nos dice qué debemos hacer cuando todos esos estímulos comienzan a ser insuficientes para uno mismo. Tampoco qué debe hacer el de enfrente, ese otro al que alguien le confiesa esta sensación.

Acudir a un profesional es un evidente primer paso. En España se suicidan diez personas al día. Cinco de cada cien están diagnosticadas de depresión. El suicidio es la primera causa de muerte externa, no natural, en nuestro país, pero las listas de espera en la atención primaria para consultar a un psicólogo pueden llegar a los tres meses.

placeholder Corazón roto. (iStock)
Corazón roto. (iStock)

Todos somos potenciales amigos de un suicida y debes saber que la reacción de los que rodean a esa persona que está comenzando a hundirse debería estar interiorizada como lo está la tabla del uno. Pero no es así. Por eso, llegado el momento, te ves escuchando con sorpresa, sin capacidad de reacción, como un pelele, sin saber muy bien qué decir ni qué hacer, disimulando la preocupación.

Es una inacción que responde al rechazo que nos inculcan, que nos inculcamos, a ese lado oscuro de la vida al que nunca queremos mirar de frente para no salirnos de la línea confortable por la que tratamos de caminar siempre sin sufrimiento, como funámbulos sobre el abismo de algo muy feo.

Pero cuando el horror te toca de cerca porque miró directamente a los ojos de tu amigo, te deja temblando.

Cuando el reverso tenebroso irrumpa en la vida del otro, escúchale con atención. No huyas, no le quites importancia, no quieras no creerlo aunque el otro sea el primero en hacerte ver que no es importante. Pon tu alma y tu cuerpo al servicio del que está comprando las mentiras que le cuenta el monstruo con el que ha empezado a conversar.

Hazlo, para no quedarte luego con el portazo en los morros, resonando hasta el infinito mientras miras inmóvil el pomo queriendo creer que volverá a girarse; para no quedarte luego leyendo y releyendo mensajes, escuchando sus audios, rememorando quedadas, conversaciones, risas, confesiones…, tratando de encontrar en qué punto, en qué momento exacto, en qué palabra, se te escapó el mensaje oculto que vaticinaba la desgracia.

placeholder Manos unidas. (iStock)
Manos unidas. (iStock)

Hazlo también tú, que desde un asiento del Congreso te ríes cuando el contrario pone sobre la mesa la falta de atención y de medios para ayudar a los que sufren un problema de salud mental. Hazlo tú, que te ríes porque crees que ese fantasma nunca te va a acariciar.

Ahora solo me queda pensar que él ya descansa en paz, surfeando entre las algas. Pero mi intuición me dice que su felicidad no era esa. Era otra, aquí, vivo, y que algo más allá de su mente falló. Que si todos hubiéramos sintonizado bien la antena al unísono, coordinados, sin miedos, sin ignorancia, sin tabúes, sobre un compromiso político, institucional y social invadiendo con fuerza y hasta con insolencia el espacio de perfecta armonía de los que resoplan (o ríen) cuando un problema de otro irrumpe para empañar su confortable existencia, la luz, por un segundo, lo habría iluminado.

Mi amigo se ha suicidado. Ya no está. Pero tengo que decirte que no bajes la guardia. El monstruo no ha desaparecido con él, solo ha cambiado de objetivo. No lo pierdas de vista. No lo ignores. No lo dejes para mañana.

La muerte de un ser querido siempre es dolorosa y difícil de asumir. La que ocurre cuando no tocaba y por decisión propia te deja, además, suspendido sobre el vacío de la incomprensión y la incredulidad.

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