La fiesta marbellí de los Bismark y los Hohenlohe con Gunilla y Hubertus de anfitriones
Las familias Hohenlohe-Bismarck se unieron en Marbella Hills Club, la urbanización privada de villas de lujo en la exclusiva Sierra Blanca
Hace muchos lustros que Hohenlohe se inventó Marbella. El príncipe alemán fue quien la vio primero, aunque Marbella estaba inventada desde siempre. Y sus familiares, cada año, resucitan su legado en lo que ya se ha denominado la fiesta de la aristocracia. Rondaba el año 1946, los españoles andaban ocupados con la posguerra y por no saber, no sabían ni lo que se cuajaba en los cenáculos políticos.
Alfonso de Hohenlohe aterrizó en Marbella, que apareció ante sus ojos como un lugar privilegiado. Él mismo se encargaría de demostrarlo, andando el tiempo. Tanto es así que los herederos de su legado esculpen con todo detalle cada temporada un evento para perpetuar el espíritu de “la elegancia de la sencillez”, que tanto preconizó el mítico ‘Olé Olé’. Para ello, en esta ocasión, se han unido las familias Hohenlohe-Bismarck en Marbella Hills Club, la urbanización privada de villas de lujo en la exclusiva Sierra Blanca, para celebrar el fiestón de la temporada con un toque vintage original.
Gunilla, en declaraciones exclusivas a Vanitatis, señalaba: “Siempre hay un buen motivo para celebrar, así que nos hemos juntado toda la familia en una fiesta de sombreros con muchos colores, baile y buenísima comida, para reír y disfrutar. Ya llega el verano y esta fiesta ha sido el pistoletazo de salida”.
La indiscutible reina de Marbella se encuentra en un momento delicioso de su vida, disfrutando de sus nietos, a los que no deja que la llamen abuela, y de su alma gemela, su inseparable Luis Ortiz, que sigue recuperándose día a día de la enfermedad de cáncer que padece: “Luis está muy bien. Responde genial a la medicación que está recibiendo en el hospital y se cuida mucho. Aquí lo pasó bomba, en la fiesta, dando el do de pecho como hace siempre. Estamos disfrutando mucho. En unas horas justo nos vamos a Capri. Lo más bonito de la vida es poder vivirla”.
Gunilla eligió para esta ocasión un divertido conjunto morado con la camiseta fetiche que diseñó Hubertus de Hohenlohe para el Mundial de Courchevel.
La colección de camisetas del príncipe Hubertus
La 'fiesta hat’ tenía el sello indiscutible del arte del príncipe Hubertus de Hohenlohe. No hay hombre más interesante bajo el sol que aquel que distrae su belleza con inteligencia, sonrisas y abundante sentido del humor. Y ese es él.
Su esposa Simona dice que si no existiera habría que reinventarlo. Hubertus vivió la época de aquellos años de Marbella, cuando era un reducto de aristócratas sedientos de luz y buena vida. Bajaban de toda Europa tentados por su padre, Alfonso de Hohenlohe, que conocía los gustos de la gente rancia y tenía artes para engatusarla. Ese mismo arte es la mejor herencia que dejó a su hijo, así que en el feudo del Marbella Hills, donde se asientan las residencias de los Bismarck y Hohenlohe, el aristócrata organizó en un 'pis pas' el sarao de los sombreros con un distinguido estilismo en el que se mostraban sus divertidas camisetas: “Sí, son muy simpáticas”, explica a Vanitatis. “Es la colección que hice para el equipo de esquí de México, para el Mundial de Courchevel, y nos hemos vestido todos con ellas para esa fiesta en la que nos hemos unido un montón de Bismarcks y Hohenlohes pacífica y felizmente en una larga duración Family Freindship. Gunilla, más colorida y florida que nunca, estaba divina”.
Hubertus se encuentra inmerso en la preparación de su nuevo proyecto artístico: “Estrenamos en Sevilla, en septiembre, Next Exhibition y también ando terminando el lanzamiento de ‘Gypsy Prince’ en Madrid, con un nuevo single y álbum para Latinoamérica”.
Bismarcks y Hohenlohes, a la montaña
Tanto los Hohenlohe como los Bismarck han dejado la playa y han huido a la montaña, a la loma de oro marbellí, neutralizados por el efecto buganvilla. Si antes, en el Marbella Club, se vivían las noches más luminosas de Europa, ahora los neones se han ido apagando y los aristócratas celebran las fiestas en sus casas. Como el mismo Hubertus recalca, “las dos familias han sido empujadas de vuelta a la montaña de Marbella, pero con el paseo marítimo vulgarizando las vistas de la playa”. Si en la época dorada solo había un príncipe, que era su padre, vividor, educado, caprichoso y amante de las mujeres, con una especie de radar interior para detectar a los horteras, Hubertus es ahora el príncipe de “la ciudad del canto sin dueño” y es muy crítico con la Marbella que se está construyendo, porque siempre amó esa Marbella de esplendor ruidoso y brillante que ahora intenta recuperar en cada evento que hace.
Su esposa Simona le acompaña en todo, o en casi todo. En el evento vintage, ella eligió un tocado rojo a juego con la falda que iba en sintonía con una divertida camiseta. La esposa del aristócrata se dedica al mundo de la moda con su tienda en Bolonia y en Marbella Club.
Hace muchos lustros que Hohenlohe se inventó Marbella. El príncipe alemán fue quien la vio primero, aunque Marbella estaba inventada desde siempre. Y sus familiares, cada año, resucitan su legado en lo que ya se ha denominado la fiesta de la aristocracia. Rondaba el año 1946, los españoles andaban ocupados con la posguerra y por no saber, no sabían ni lo que se cuajaba en los cenáculos políticos.
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