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Una escapada a Segovia para comer bien y conocer nuestro pasado
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Una escapada a Segovia para comer bien y conocer nuestro pasado

Segovia es un pedazo vivio de la historia de nuestro país, y una ciudad que se mantiene en la escena gastronómica con platos magistrales emblemáticos como los judiones y el cochinillo

Foto: Cada Duque
Cada Duque

Segovia fundó sus cimientos sobre la confluencia de los ríos Eresma y Clamores. Sus calles, sus fachadas y sus iglesias son parte eminente de nuestra historia, un testigo mudo que nos relata cómo se gestó nuestro país. Así, desde los primeros años de nuestra era, los romanos protagonizan el perfil de la ciudad. Los judíos que prestaban dinero a nuestros reyes, y trazan la judería, un callejero intrincado que nace de la plaza del Corpus donde se alzaba la gran sinagoga. La amplia Plaza Mayor permite elevar al cielo la mirada y la espiritualidad de un pueblo que se sorprende con las afiladas agujas y la cúpula de la catedral gótica . En una de las calles que nace en la misma plaza, en la pequeña iglesia de San Miguel, Isabel se convirtió en La Católica para formar un imperio del que hoy inexplicablemente algunos se avergüenzan, pero que hubiera sido el orgullo de cualquier otro pueblo.

Segovia se protege tras la sierra y es la entrada a la dura, vasta y ancha Castilla que cantaba Machado, quien soportando unas condiciones de vida dura y difícil, paseaba la orilla del río Eresma mientras amaba y anhelaba en secreto a Guiomar. A Segovia la adornan las pinturas de Zuloaga y las cubiertas rojas de los tejados de las casas que permanecen inmutables desde hace siglos. A Segovia la viste y guarda la fortificación más bella de España un pequeño alcázar que se prolonga sobre la muralla cuya contemplación debe hacerse desde el exterior de la ciudad, en el cementerio judío.

Sus reducidas dimensiones permiten pasear la ciudad cómodamente y, desplazarnos de un lado a otro para probar lo mejor de cada zona. Para tomar el aperitivo acudiremos a La Concepción (La Concha para los locales) en la Plaza Mayor. Un local de maderas negras y amplios ventanales que le dan porte y; donde la tradición y las buenas costumbres de la sociedad segoviana encaminan sus pasos antes de la comida. Buena ensaladilla rusa y vinos.

Cándido es tradición, historia y el responsable de poner a Segovia en el mapa gastronómico nacional. El singular edificio en el que se ubica es parte del alma de la ciudad. Comer en el primer piso, pegados al ventanal mirando de tú a tú el acueducto, no tiene precio. Si sus cochinillos se disputan, junto a José María, el primer puesto en el paladar de unos y otros, yo prefiero acercarme a Casa Duque cuyos asados están al mismo nivel que los citados pero además disfruto de la charla y simpatía de Julián Duque y de su cocina, clásica castellana pero aligerada con distinción y oficio.

Una opción más asequible es la que ofrece El Tunel, en la misma Plaza del Azogüejo, al otro lado de Cándido, frente al acueducto. Su cocina es casera y correcta, sirven buenos judiones de la Granja, cochinillo y todo el elenco de platos de la cocina local, pero a precios mucho más asequibles que los de sus afamados vecinos. Eso si el local no tiene el mismo encanto; pero disponen de la mejor terraza de toda la ciudad. Apresúrense a disfrutarla mientras el clima lo permita. No hay nada como tomar una jarra fría de cerveza descansando de las horas de paseo por la ciudad, delante del monumento más representativo de nuestro pasado.

Segovia fundó sus cimientos sobre la confluencia de los ríos Eresma y Clamores. Sus calles, sus fachadas y sus iglesias son parte eminente de nuestra historia, un testigo mudo que nos relata cómo se gestó nuestro país. Así, desde los primeros años de nuestra era, los romanos protagonizan el perfil de la ciudad. Los judíos que prestaban dinero a nuestros reyes, y trazan la judería, un callejero intrincado que nace de la plaza del Corpus donde se alzaba la gran sinagoga. La amplia Plaza Mayor permite elevar al cielo la mirada y la espiritualidad de un pueblo que se sorprende con las afiladas agujas y la cúpula de la catedral gótica . En una de las calles que nace en la misma plaza, en la pequeña iglesia de San Miguel, Isabel se convirtió en La Católica para formar un imperio del que hoy inexplicablemente algunos se avergüenzan, pero que hubiera sido el orgullo de cualquier otro pueblo.

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