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El verdadero Ruiz-Mateos: sus escarceos, su hija repudiada y los frascos de agua bendita
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FALLECIDO ESTE LUNES A LOS 84 AÑOS

El verdadero Ruiz-Mateos: sus escarceos, su hija repudiada y los frascos de agua bendita

Era el jefe de la tribu y como tal ejercía incluso cuando le expropiaron todo su tinglado. Vivía como si la historia no fuera con él y, en su casa, el organigrama (igual que sus estafas) era piramidal

Foto: Ruiz-Mateos y Teresa Rivero, en una imagen de archivo (Gtres)
Ruiz-Mateos y Teresa Rivero, en una imagen de archivo (Gtres)

José María Ruiz-Mateos, fallecido este lunes, fue durante muchos años un empresario poderoso e influyente que todos querían tratar y conocer. Él lo sabía y marcaba los tiempos a su manera. Además, solía recibir a la prensa en su domicilio de Somosaguas, donde siempre había niños por todas partes. Él era el jefe de la tribu y como tal ejercía incluso cuando le expropiaron todo su 'tinglado'. Vivía como si la historia no fuera con él y, en su casa, el organigrama (igual que sus estafas) era piramidal. Cada hijo reportaba al que estaba por encima y el primogénito, a su vez, lo hacía con el padre/patrón, que controlaba absolutamente todo lo que no tuviera que ver con la vida doméstica.

Para eso estaba Teresa Rivero, organizadora de una vida familiar con trece hijos, perros, hámsteres, pájaros, más los añadidos a la hora de merendar o pasar los fines de semana con amigos de los hijos y compañeros del colegio. Además, la madre siempre estaba con un embarazo a cuestas. A veces, aquello parecía más un barrio que un hogar familiar, debido a la cantidad de gente que se concentraba en las horas punta del día. Y Ruiz-Mateos reinaba como el rey Sol con sus descendientes en perfecto estado de revista.

La vida estamentada funcionó casi a la perfección y la única que consiguió romper el eje fue Paloma, cuando se fue a vivir con un novio alemán, al que su padre no soportaba. Fue un punto de inflexión importante en la familia Ruiz-Mateos, porque hasta ese momento nadie había osado romper las reglas del juego en una familia del Opus Dei donde la convivencia extramatrimonial o una boda no religiosa era impensable.

Fue repudiada pero, con el tiempo, Ruiz-Mateos hizo suya la parábola del hijo pródigo con ella, de la que decía que era la que más se parecía a él por su genio y sus “cualidades guerreras”. Con el tiempo, cuando se convirtió en hombre espectáculo a raíz de la expropiación de Rumasa, su hija se convirtió en su principal apoyo. En una ocasión se enteró donde almorzaba Isabel Preysler para tirarle una tarta a la cara. Casi lo consiguió.

La vida familiar en la casa de Somosaguas

La casa de Somosaguas se convirtió también en el cuartel general para las maquinaciones contra Miguel Boyer o los hermanos Valls Taberner, sus bestias negras. De allí salía vestido de Superman o de Tortuga Ninja. A veces, reunía a los periodistas alrededor de la mesa para contarnos su historial de vida y cómo pensaba recuperar Rumasa. Nada más llegar a su reino, una doncella con cofia y uniformada nos hacía pasar a un salón lleno de fotografías familiares y flores muchas flores por todas partes. A partir de ahí podía suceder cualquier cosa: que te invitara a comer, que te hiciera un recorrido por el jardín, que te enseñara a la Virgen del Perpetuo Socorro en todas sus variantes, cuadros, imágenes, iconos… Si lo consideraba oportuno, regalaba un rosario de pétalos de rosa para que, antes de escribir, los periodistas recibieran la gracia divina. Eso decía.

Al cabo de los días y dependiendo de si le parecía bien o no la información publicada, enviaba al redactor un frasquito de agua bendita (“para que la siguiente vez la Virgen te oriente”, solía decir) o, en el caso inverso, un complemento de la firma Loewe. Y se quedaba tan pancho. Hubo veces que a algunos periodistas, como Julián Lago, director de la revista Tiempo, les envió estampas de Torreciudad, el centro neurálgico y religioso del Opus Dei, para invitarlos a su visita.

Pero quizá uno de los puntos más llamativos de la personalidad de Ruiz-Mateos fue su querencia por piropear a las mujeres. Daba igual que fueran feas o guapas, bajas o altas, gordas o flacas, casadas, solteras o viudas. Incluso se los dedicaba a las religiosas del colegio de sus hijas. Según la leyenda urbana, tuvo amantes y relaciones extramatrimoniales que a Teresa Rivero le daban igual. Nunca se fue del redil y cada vez que pecaba contra el sexto y noveno mandamiento se confesaba. En realidad, salvo el cuarto y el quinto incumplió con creces la tablas de la ley de la religión católica. Pero, como él decía, “Dios es generoso y siempre me perdona”.

José María Ruiz-Mateos, fallecido este lunes, fue durante muchos años un empresario poderoso e influyente que todos querían tratar y conocer. Él lo sabía y marcaba los tiempos a su manera. Además, solía recibir a la prensa en su domicilio de Somosaguas, donde siempre había niños por todas partes. Él era el jefe de la tribu y como tal ejercía incluso cuando le expropiaron todo su 'tinglado'. Vivía como si la historia no fuera con él y, en su casa, el organigrama (igual que sus estafas) era piramidal. Cada hijo reportaba al que estaba por encima y el primogénito, a su vez, lo hacía con el padre/patrón, que controlaba absolutamente todo lo que no tuviera que ver con la vida doméstica.

Miguel Boyer Isabel Preysler José María Ruiz-Mateos
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