Ni lectura ni sopas de letras: el pasatiempo con más beneficios para la memoria y el cerebro después de los 60 años
Más que un pasatiempo, es una gimnasia cerebral que estimula la mente, despierta emociones y crea lazos
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Con la llegada de la madurez, la mente —al igual que el cuerpo— comienza a mostrar señales de desgaste. A veces se olvida una cita, el nombre de una persona o incluso qué se comió el día anterior. Aunque estos despistes suelen ser normales, también son una llamada de atención: el cerebro necesita ejercicio, al igual que los músculos. Y aunque muchos recurren a crucigramas, lecturas intensas o pasatiempos digitales, la psicología y la neurociencia empiezan a destacar otro hábito, mucho más sorprendente y subestimado: coleccionar.
Coleccionar no es simplemente reunir objetos. Es una práctica mental completa que estimula la memoria, mejora la concentración y refuerza la capacidad de observación. Desde monedas y sellos hasta postales antiguas, vitolas, etiquetas de productos o chapas de botellas, cualquier colección exige recordar lo que se tiene, lo que falta y en qué condiciones se encuentra cada pieza.
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Este simple ejercicio activa de forma directa la memoria a corto y largo plazo, además de entrenar la mente para clasificar, analizar y planificar. Pero los beneficios de este pasatiempo van más allá del intelecto. Coleccionar también despierta la curiosidad, un motor cognitivo esencial que no debe apagarse con la edad.
Cada objeto coleccionado suele tener una historia, una procedencia, un contexto cultural o histórico. Así, el coleccionista no solo se entretiene, sino que investiga, aprende y se enriquece sin darse cuenta, alimentando sus conocimientos sobre historia, arte, geografía o incluso economía.
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Además, este hobby también fomenta el aspecto social. Lejos de ser una afición solitaria, coleccionar puede abrir las puertas a nuevas amistades y experiencias. Existen asociaciones, ferias, mercadillos, grupos de intercambio y plataformas en línea donde se puede compartir la pasión con otros, creando redes de contacto que aportan sentido de comunidad y pertenencia. En edades avanzadas, donde la vida social tiende a reducirse, este aspecto cobra un valor incalculable.
¿Y por dónde empezar? No hay reglas. La clave está en conectar emocionalmente con lo que se elige coleccionar. A veces, basta con mirar en casa: entradas antiguas, postales de viajes, botones, billetes de transporte. En otras ocasiones, es cuestión de rescatar pasiones de la infancia. Lo importante no es el valor de los objetos, sino el valor que aportan al proceso mental y emocional.
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Con la llegada de la madurez, la mente —al igual que el cuerpo— comienza a mostrar señales de desgaste. A veces se olvida una cita, el nombre de una persona o incluso qué se comió el día anterior. Aunque estos despistes suelen ser normales, también son una llamada de atención: el cerebro necesita ejercicio, al igual que los músculos. Y aunque muchos recurren a crucigramas, lecturas intensas o pasatiempos digitales, la psicología y la neurociencia empiezan a destacar otro hábito, mucho más sorprendente y subestimado: coleccionar.