Qué dice la psicología de las personas que se disculpan por todo
La psicología advierte que pedir perdón constantemente no siempre es señal de educación, sino una manifestación de inseguridad, culpa o necesidad de aprobación
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El perdón es humano. Admite el error, restaura la relación y empatiza con el otro. Pero cuando el “perdón” se vuelve una respuesta automática, incluso en situaciones donde nada grave ha sucedido o no hay necesidad, la psicología avisa de que puede ser algo más que cortesía o buena crianza. Las personas que piden perdón por todo no siempre lo hacen por educación, sino por inseguridad, culpa o necesidad de aprobación.
Varios expertos coinciden en que esta conducta se suele afianzar desde la infancia. Crecer en ambientes donde se recompensa la obediencia y se castiga el conflicto puede enseñar a los niños que “no molestar” o “no dar problemas” es la única manera de ser amado. Ya como adultos, se disculpan en exceso para no ser rechazados o para no incomodar a los demás. Para la psicóloga Olga Merino, “el lenguaje es un reflejo de la mente: el que pide perdón continuamente está proyectando una mala imagen de sí mismo, una autoimagen deficiente”.
El ambiente familiar y social influye. En familias muy controladoras o en las que el cariño estaba condicionado al buen comportamiento, el perdón era una forma de supervivencia emocional. Así, las disculpas constantes son una manera de control o de adelantarse a la crítica.
La psicología reconoce dos grandes motivadores de este hábito: la culpa y la necesidad de aprobación. Por un lado, algunas personas generan sentimientos de culpa excesivos, creyendo que todo lo que hacen o dicen puede perjudicar a los demás, aunque no sea cierto. Por el otro, aparece la búsqueda constante de aceptación externa: el deseo de complacer, de sentirse validadas, incluso a costa de sí mismas.
Este tipo de conducta puede llegar a ser una forma de autorregulación emocional. Al pedir perdón, la persona busca reducir su ansiedad y restablecer la armonía. Pero esto resulta contraproducente: refuerza la inferioridad y perpetúa la inseguridad. El perdón deja de ser empatía para convertirse en una estrategia de defensa.
Disculparse sin razón puede decir más de lo que pretendes. A nivel personal, deteriora la autoestima y genera un diálogo interno autocrítico. A nivel social, puede alterar las relaciones: quienes se disculpan por todo se culpan en exceso, ceden ante los demás y evitan el conflicto, convirtiéndose en blanco fácil de relaciones injustas.
Además, psicológicamente esta conducta puede asociarse a una hipersensibilidad al juicio ajeno. Los individuos que se disculpan demasiado a menudo interpretan los gestos de los demás como desaprobación, lo que los lleva a disculparse aún más. Es un círculo vicioso que, cuanto más se disculpan, más inseguras se sienten; y cuanto más inseguras se sienten, más se disculpan.
El trabajo de la autoestima es esencial para cambiar este hábito. Practicar la autocompasión, fortalecer la confianza en uno mismo sin depender de la validación externa y comunicarse de forma asertiva son herramientas clave. Aprender a decir “no” sin culpa y sustituir el perdón por un “gracias por tu paciencia” o un “entiendo lo que dices” permite construir una relación más sana con uno mismo y con los demás.
El perdón sigue siendo valioso cuando surge del reconocimiento del error. Pero cuando se transforma en una muletilla para excusar la vida o rebajarse, deja de ser empatía y se convierte en un signo de que algo interno necesita atención. La psicología no propone dejar de pedir perdón, sino hacerlo desde el equilibrio: desde quien reconoce sus límites, pero también su derecho a estar en el mundo sin tener que disculparse por ello.
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El perdón es humano. Admite el error, restaura la relación y empatiza con el otro. Pero cuando el “perdón” se vuelve una respuesta automática, incluso en situaciones donde nada grave ha sucedido o no hay necesidad, la psicología avisa de que puede ser algo más que cortesía o buena crianza. Las personas que piden perdón por todo no siempre lo hacen por educación, sino por inseguridad, culpa o necesidad de aprobación.