El primer año de la infanta Cristina en el exilio suizo
A finales de agosto de 2013 los duques de Palma se trasladaban a Suiza para huir de la presión mediática que vivían en España y empezaban una nueva vida
De un verano a otro la vida de doña Cristina ha dado un giro inesperado. Si el año pasado por estas fechas la actualidad la marcaba su exilio a Ginebra, este verano los titulares que ha copado se cuentan con los dedos de una mano. Ya no pertenece a la Familia Real y eso influye. El relevo generacional en su familia la ha obligado a mantener las distancias.
Además y hasta que la justicia vuelva a pronunciarse, de su declaración como imputada los “no me consta” se recuerdan como anécdota y de Urdangarin hace tiempo que no se habla más allá de sus días de asueto en Bidart.
Sin embargo, y aunque este mes la actualidad venga marcada por la reconciliación de Eva González y Cayetano Rivera y la sorprendente relación entre María Teresa Campos y Bigote Arrocet, hace justo un año el inicio de la nueva vida en el exilio de los Urdangarin Borbón en Suiza presidía la pirámide informativa.
En julio de 2013 se empezó a especular con que el nuevo destino de los duques de Palma sería Ginebra y, apenas un mes después, a finales de agosto, todos los enseres personales de la familia estaban ya allí yel desembarco en la ciudad suiza era ya un hecho.
A cuentagotas iban llegando las noticias desde el país helvético, al que doña Cristina viajaba intermitentemente para la puesta a punto de su próxima residencia. Primero se resolvieron las incógnitas profesionales y, a posteriori, las personales.
Que la Fundación La Caixa había creado un puesto a su medida en Suiza se empezó a difundir casi tan rápido como empezaron a crecer las reacciones al respecto. A doña Cristina la entidad le diseñó un cargo en el que su labor consistiría en gestionar los programas del área internacional de la Fundación La Caixa con agencias de la ONU. Un puesto que generó descontento entre los trabajadores, tal y como pudo saber entonces Vanitatis: “Hay un malestar general porque se están haciendo recortes importantes en proyectos humanitarios y culturales en lugares donde realmente es necesario y se crea un traje laboral para doña Cristina. Coordinar programas de la ONU, que es lo que se supone que va a hacer, se puede hacer desde Barcelona evitando ese gasto”.
Lo que no contempló el autor de estas declaraciones era la necesidad imperiosa de la Infanta de escapar del “martirio mediático” –como lo definió Zarzuela– y de salir de España cuanto antes. Las tropelías de su marido ya habían salpicado a la Familia Real y lo que era más importante, a sus hijos. Juan Valentín, Pablo, Miguel e Irene llevaban tiempo sufriendo en el colegio lo que supone tener un padre señalado con el dedo y doña Cristina quería cortarlo de raíz. Poner tierra de por medio se convirtió, sin duda, en la mejor opción.
No importaba que para la familia fuese el tercer cambio de residencia en tres años –previo paso por Washington– y que Iñaki tuviese que andar a caballo entre Barcelona y Ginebra. El Duque debía seguir respondiendo ante la justicia y continuar preparando su defensa, dos factores que aunque en un principio se pensó que obligarían al yerno real a quedarse en la Ciudad Condal, finalmente permitieron que los Urdangarin se trasladaran todos juntos a Suiza.
Una vez solucionado el aspecto laboral en Ginebra, la hija del Rey Juan Carlos empezó a ultimar personalmente todos los detalles de la vivienda y de la educación de sus hijos. Alquiló un amplio apartamento en el casco histórico de la ciudad y buscó para sus vástagos el mejor colegio, según su criterio: El Ecolint. La prestigiosa Escuela Internacional supondría para la familia Urdangarin unos 100.000 euros anuales. Un gasto asumible gracias a los casi 600.000 euros que ingresa doña Cristina por su labor en la Fundación La Caixa y en la Fundación Aga Khan.
El día 2 de septiembre arrancaba el curso escolar en Suiza y los nietos de los entonces Reyes acudieron puntuales a la cita acompañados por sus padres. Para entonces sólo llevaban unos días instalados y, aunque al principio el asedio de los periodistas fue constante, pronto se disolvió para darles a los Urdangarin la paz que tanto ansiaban.
Una paz que se vio perturbada poco después, en plena resaca navideña, en forma de burofax. La infanta, que hasta entonces se había librado del “paseíllo”, había sido imputada y debía acudir a responder ante la justicia en febrero. En España el revuelo fue máximo y, aunque de eso sí pudo escapar con su exilio suizo, su imagen y la de su marido estaban ya tocadas y hundidas para siempre.
Conscientes de ello han sido especialmente la infanta Elena y doña Sofía, cuyas visitas han sido las únicas que ha recibido Cristina a lo largo de este año. La reina, siempre convertida en el nexo de unión entre su hija imputada y el resto de la Familia Real, nunca ha dejado de apoyar a su hija menor en la que es para ella su faceta más importante, la de madre. Al poco de instalarse en Ginebra, doña Sofía visitó a la familia Urdangarin para darles apoyo en la nueva etapa que acababan de comenzar. También lo hizodoña Elena en solitario en varias ocasiones. Acudió al cumpleaños de uno de sus sobrinos en diciembre en un intento de dar normalidad a los niños Urdangarin cuya vida no es todo lo fácil que su entorno quisiera y en junio para felicitar a su hermana en su 49 cumpleaños.
De un verano a otro la vida de doña Cristina ha dado un giro inesperado. Si el año pasado por estas fechas la actualidad la marcaba su exilio a Ginebra, este verano los titulares que ha copado se cuentan con los dedos de una mano. Ya no pertenece a la Familia Real y eso influye. El relevo generacional en su familia la ha obligado a mantener las distancias.