El Palacio Real de Madrid: de las lujosas 'capillas públicas' al bombardeo frustrado de un hermano de Franco
En días solemnes, el Palacio Real abría sus puertas y la población abarrotaba el patio central para ver desfilar a la Corte, incluidos los reyes, con sus mejores atuendos y sus joyas más caras
Ha sido residencia de ocho reyes de España y de un presidente republicano. Pero el Palacio Real de Madrid atesora la historia y un valioso patrimonio desde 1755, año en el que culmina su construcción sobre los restos del incendio del Alcázar (1734), que a su vez se había erigido (siglo XVI) aprovechando parte de la antigua fortificación musulmana que databa del siglo IX.
Desde que Carlos III trasladara su residencia al Palacio Real (1764), esta ha sido la majestuosa casa de los reyes de España, título que ostenta aún, aunque don Juan Carlos quiso romper la tradición y se mantuvo en la Zarzuela, como su hijo don Felipe.
3.418 habitaciones
A lo largo y ancho de los 13.500 metros cuadrados sobre los que se asientan los 5.000 metros cuadrados construidos, con 3.418 habitaciones, en el Palacio Real o Palacio de Oriente se han producido numerosos acontecimientos trascendentes para España. Y otros muchos menos trascendentes, incluso inconfesables, de los cuales la mayor parte se llevaron a la tumba sus protagonistas y sus testigos.
Entre todos ellos hay uno, la 'capilla pública', que trasciende la propia historia del palacio, ya que se trata de una tradición de la que se tiene noticia desde el reinado de Felipe IV (1598-1621). Aunque todo parece indicar que fue durante los últimos 50 años (hasta 1931) cuando esta peculiar tradición adquirió su mayor esplendor.
'Capilla pública' consistía en un auténtico y engalanado desfile de la Corte, que salía en las fiestas solemnes al patio central del palacio y desfilaba con un riguroso protocolo ante la admiración del pueblo, que en esas ocasiones podía acceder al recinto. Y lo hacía en gran número, por cierto.
De menor rango a mayor, entre dos apretadas filas de alabarderos, ‘procesionaban’ con solemnidad los grandes de España, los mayordomos de semana, las infantas y los infantes; y al final, la reina y el rey.
El itinerario era siempre similar. De las habitaciones reales al patio central y del patio central a la Capilla Real. Y tras la ceremonia religiosa, el mismo recorrido de vuelta hasta la Cámara del Rey, donde los grandes de España formaban un semicírculo y eran saludados, uno a uno, por los soberanos y los infantes.
¡Pero qué feas son las damas!
En ciertas solemnidades, la comitiva ampliaba su recorrido hasta alguna de las plazas o calles próximas. En una de estas ocasiones, un Jueves Santo, se produjo un hecho singular. Lo relata la infanta Eulalia en sus memorias.
La Corte iba en 'capilla pública' hasta la plaza de Isabel II (Ópera) con paso solemne, cuando uno de los espectadores gritó: "¡Vaya que son feas las damas de Su Majestad!".
—¡Y bastante que lo sentimos!, respondió de inmediato la condesa de Puñonrostro, que, según la infanta, era la única alegría que desfilaba en la comitiva.
Aquella repentina salida de la condesa, añade la infanta Eulalia, “causó gran hilaridad entre el público, que comenzaba ya a ser menos piadoso que en los tiempos de Carlos III”, por lo que la 'capilla pública' limitó su recorrido en adelante al recinto del palacio.
Una competición de galas
Fue a partir de 1906 cuando, por iniciativa de la reina Victoria Eugenia, las 'capillas públicas' perdieron parte de su esplendor.
La reina advirtió muy pronto que en la Corte se había instalado una clara competición por desfilar ante el pueblo de Madrid con los vestidos más caros y llamativos, y las joyas más valiosas… Y además, cada vez se celebraban más 'desfiles', hasta el punto de que se habían llegado a contar hasta seis 'capillas públicas' en un solo mes.
Y la reina no solamente recortó el número de 'capillas públicas', sino que también redujo a tres los atuendos que podían exhibirse: oro para la reina, plata para las infantas y perla para las damas de la Corte.
El periodista José Sanz Rubio, que relata en su columna 'Buenas tardes' su experiencia personal, fue testigo de una de las 'capillas públicas' (1918) y de la grandiosidad de esta tradición, que tanto admiraba al pueblo de Madrid. Aunque más merece la pena, quizás, la lectura del último párrafo de su columna:
“Al salir a la mal empedrada plaza de Oriente, terminada la solemnidad, había muchedumbre de damas y nobles esperando sus coches. Soldados con pompón rojo montaban guardia. A caballo, lanceros de casco brillante. Y entre tanto bordado, diademas, acero bruñido y penachos, unos hombres vestidos de oscuro, tocados con hongo, todos bigotudos y alguno con barba, escribían con lápiz sobre unas cuartillas. Mi padre advirtió que les miraba y me dijo: Son los periodistas.
—¡Quién me lo iba a decir!”
Cuando Alfonso XIII abandonó España en 1931, esta tradición desapareció también abruptamente y para siempre. Por ahora, al menos.
El inquilino republicano
Aunque el Palacio Real ha sido la residencia de los reyes españolas desde Carlos III, incluido José I (Pepe Botella), su último morador no fue un rey, sino el segundo presidente de la II República Española, Manuel Azaña, que muy al contrario que su predecesor, Niceto Alcalá Zamora, sí trasladó su residencia durante unos pocos meses a la histórica sede de la jefatura del Estado, bautizado durante esa etapa con el nombre de Palacio Nacional.
Buena cuenta dio de ello el cineasta vasco Santiago San Miguel Querejeta en su película 'Azaña', que estrenó en 2008.
Y Franco se arrepintió
Sin embargo, es probable que lo más sorprendente sea el hecho de que el Palacio Real pudo ser volado, literalmente, por uno de los hermanos de Franco seis años antes aproximadamente del levantamiento militar de 1936.
Se trata de Ramón Franco, militar y uno de los pioneros de la aviación española, que a finales de los años veinte formaba parte del amplio 'club' de los monárquicos decepcionados. Y, por lo tanto, era uno de los promotores del advenimiento de la República.
En 1930, tras el denominado Pacto de San Sebastián (17 de agosto), se sucedían los planes para la proclamación de la República en España, con Alcalá Zamora al frente. En diciembre, tras el levantamiento de Jaca, también se sublevaron los militares del aeródromo de Cuatro Vientos, entre los que se encontraba el comandante Ramón Franco, cuya misión era dar la señal de un levantamiento militar general con el bombardeo del Palacio Real de Madrid.
Sin embargo, cuando sobrevolaba la plaza de Oriente y observó a la población paseando mientras los niños jugaban, consideró que su misión iba a causar enormes daños civiles, ni previstos ni queridos. Y decidió suspender el bombardeo.
Más tarde, el arrepentido monárquico, tras colaborar con la República, se sumaría a la causa que lideró su hermano Francisco.
Fermín J. Urbiola
Periodista y escritor
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Ha sido residencia de ocho reyes de España y de un presidente republicano. Pero el Palacio Real de Madrid atesora la historia y un valioso patrimonio desde 1755, año en el que culmina su construcción sobre los restos del incendio del Alcázar (1734), que a su vez se había erigido (siglo XVI) aprovechando parte de la antigua fortificación musulmana que databa del siglo IX.