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Norma Shearer e Irving Thalberg: la boda de la actriz y el productor que reunió a la realeza de Hollywood
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septiembre de 1927

Norma Shearer e Irving Thalberg: la boda de la actriz y el productor que reunió a la realeza de Hollywood

La estrella de 'Mujeres' y el productor de la Metro-Goldwyn-Mayer formaron una de las parejas más llamativas de la meca del cine hasta que él falleció con 37 años

Foto: Norma Shearer e Irving Thalberg, el día de su boda. (Foto: Alamy)
Norma Shearer e Irving Thalberg, el día de su boda. (Foto: Alamy)

Si Scott Fitzgerald se inspiró en Irving Thalberg para escribir ‘El último magnate’ fue porque, en los años 20, el productor era el soltero más codiciado de todo Hollywood. Thalberg era joven, atractivo y cada año que pasaba era más rico que el anterior. Su posición como jefe de producción de la Metro-Goldwyn-Mayer lo había convertido en el rey Midas de la incipiente industria cinematográfica. Amante del oficio de hacer películas, no tenía la típica imagen del productor todopoderoso: ni fumaba puros ni insultaba a todo bicho viviente que no obedeciese sus órdenes. En sus ratos libres leía libros y buscaba material que adaptar. La Metro, que por entonces aún estaba en pañales, era toda su vida. Su trayectoria vital no había sido nada fácil: nació con problemas de salud impropios de un bebé y sufrió un infarto a los 26 que hizo que muchos médicos dijesen que no viviría más allá de los 30.

El 29 de septiembre de 1927, el megaproductor de Hollywood se casó con una joven actriz Norma Shearer, que ya por entonces (y mal que les pesase a las malas lenguas que dijeron que se había casado por conveniencia) era una estrella. Los fans de la protagonista de ‘Mujeres’ han defendido el amor verdadero entre Thalberg y Shearer. Tienen como prueba irrefutable la publicación de la correspondencia privada entre ambos. Las cartas revelan que él hacía paradas adicionales durante sus viajes en tren para enviarle telegramas amorosos a ella cuando estaban prometidos. El joven le propuso matrimonio a la actriz bajo un árbol de plástico en el mítico Cocoanut Grove, por entonces el club más exclusivo de Los Ángeles. Shearer no solo aceptó, sino que también se convirtió al judaísmo para adaptarse a él.

placeholder Irving Thalberg y Norma Shearer, con el hijo que ambos tuvieron en común. (Foto: Alamy)
Irving Thalberg y Norma Shearer, con el hijo que ambos tuvieron en común. (Foto: Alamy)

El día de la boda, a la que acudió, por supuesto, el jefazo de la Metro, Louis B. Mayer, se consumó un cuento de hadas al más puro estilo californiano. El velo de la novia, rematado por un elaboradísimo bordado, era más propio de una emperatriz rusa que de una actriz de cine. También el gigantesco ramo de flores que portaba una orgullosa Shearer. En el enlace no faltó un solo detalle. Tampoco las conversaciones de los invitados sobre el tema del momento: la inminente llegada del cine sonoro. Faltaba solo un mes para que Warner estrenase ‘El cantor de jazz’, la primera película ‘hablada’, y revolucionase el mercado para siempre.

Ni a Thalberg ni a Shearer les afectaría en lo más mínimo la irrupción del sonoro. Él encontró en las adaptaciones literarias y en los repartos multiestrella (suya es, por ejemplo, la primera película que utilizó esta fórmula, ‘Gran Hotel’) un filón. También tuvo éxito en su olfato para descubrir estrellas de la talla de Jean Harlow, Clark Gable o Joan Crawford, que por cierto era una enemiga declarada de su esposa. Cuentan que la Crawford decía que “quién no va a ser una estrella si tiene al marido de jefe”. Y lo cierto es que Norma Shearer vivió tiempos de gloria que coincidieron con su matrimonio. Ganó Oscar por ‘La divorciada’ en 1930 y se convirtió en un valor seguro para la Metro a lo largo de los años 30.

Pero su figura como supuesta protegida, producto de un machismo recalcitrante que negó su talento, pareció pender de un hilo cuando Thalberg, tal y como anunciaba su mala salud, falleció a los 37 años, en septiembre de 1936. El ‘wonder boy’ de Hollywood fue tan llorado como Valentino o como lo serían Jean Harlow, Marilyn Monroe o James Dean años después.

Para Shearer fue un duro varapalo que no solo la dejó viuda, sino también en una situación bastante compleja en el estudio. Por entonces, estaba a punto de rodar una superproducción sobre ‘María Antonieta’ en tecnicolor que había estado auspiciada por el propio Thalberg. Pese a su abultado presupuesto, el proyecto no se canceló en consideración a lo que su marido había supuesto para el estudio. Sí se rebajaron sus pretensiones, ya que se acabó rodando en blanco y negro. Vista hoy, y para ser sinceros, la película muestra a una Norma Shearer sobreactuada y excesivamente amanerada. Todo lo contrario que en su siguiente interpretación, que la enfrentó cara a cara con Crawford, con la que compartía cartel, y se convirtió en su película más célebre: ‘Mujeres’. La película de George Cukor, aparte de reunir a un reparto impresionante (estaban Paulette Godard, Rosalind Russell o Joan Fontaine), demostró que Norma era un talento por sí misma, más allá de su marido.

placeholder Cartel del DVD de 'Mujeres'. (Warner Bros)
Cartel del DVD de 'Mujeres'. (Warner Bros)

La actriz solo protagonizó tres películas más antes de retirarse definitivamente. Joan Crawford pasó cuatro años más en la Metro antes de reinventarse y ser contratada por Warner Bros. Casi al mismo tiempo, Greta Garbo decidió que quería “estar sola” y abandonó el cine tras el fracaso de ‘La mujer de las dos caras’, también de la Metro, el estudio donde había sido una de las más grandes. Toda esta fuga de talentos tenía una explicación: la Segunda Guerra Mundial cambió Hollywood y los repartos de las películas. Los nuevos aires se llevaron por delante a Norma Shearer y a otras luminarias que hoy apenas son nombres lejanos para las nuevas generaciones.

No ha ocurrido lo mismo con Irving Thalberg, personaje que viene a la mente de muchos cinéfilos cuando de productores se habla y que, además, permanecerá en el recuerdo como la inspiración de ‘El último magnate’. En septiembre de 1927, la boda del ‘wonder boy’ con Shearer supuso la fusión del dinero y el talento que tan buenos dividendos ha dado a Hollywood durante décadas; un enlace bendecido por lo más granado de la industria que también demostró, quizá por primera vez, que cine y pasión son la misma cosa.

Si Scott Fitzgerald se inspiró en Irving Thalberg para escribir ‘El último magnate’ fue porque, en los años 20, el productor era el soltero más codiciado de todo Hollywood. Thalberg era joven, atractivo y cada año que pasaba era más rico que el anterior. Su posición como jefe de producción de la Metro-Goldwyn-Mayer lo había convertido en el rey Midas de la incipiente industria cinematográfica. Amante del oficio de hacer películas, no tenía la típica imagen del productor todopoderoso: ni fumaba puros ni insultaba a todo bicho viviente que no obedeciese sus órdenes. En sus ratos libres leía libros y buscaba material que adaptar. La Metro, que por entonces aún estaba en pañales, era toda su vida. Su trayectoria vital no había sido nada fácil: nació con problemas de salud impropios de un bebé y sufrió un infarto a los 26 que hizo que muchos médicos dijesen que no viviría más allá de los 30.

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