Grace Coddington vs Anna Wintour: un encuentro y dos formas opuestas de comprender la moda
En una industria obsesionada con la imagen, ver a alguien que aún viste con libertad es casi un acto revolucionario
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El pasado 30 de junio, el desfile de Marc Jacobs en Nueva York no solo ofreció una colección poderosa sobre la pasarela, sino también una lección magistral de estilo en el front row. En primera fila, dos figuras legendarias de la moda —Anna Wintour y Grace Coddington— dejaron claro que la moda personal puede y debe vivirse desde lugares completamente distintos. Sus estilismos no fueron solo decisiones estéticas: fueron manifiestos. Dos formas antagónicas de habitar la ropa, de entender el poder del atuendo y de posicionarse ante el mundo cuando ya no hay nada que demostrar.
Wintour, el símbolo inamovible del establishment
Anna Wintour acudió al desfile ejerciendo, una vez más, su papel como embajadora perpetua del emporio Condé Nast. Con su característico bob perfectamente pulido, sus inseparables gafas negras y una actitud hierática, su look era tan previsible como eficaz. Vestía un vestido largo, blanco roto, con bordados florales en tonos borgoña y verde seco, una pieza romántica y ligeramente rígida que contrastaba con los tonos sobrios de sus acompañantes. Completaba el look con un collar XL de piedras multicolores, que se ha convertido en su nuevo fetiche visual: una forma de añadir brillo sin perder compostura. En los pies, sandalias doradas con un toque retro.
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Más allá de su indumentaria, lo que transmitía Wintour era control absoluto. Se sentó en el centro, guardó silencio, mantuvo las piernas cruzadas con elegancia robótica y sostuvo su iPhone con precisión quirúrgica. Es la figura que no cambia, la que observa desde su trono editorial. Aunque la semana pasada su nombre ocupó los titulares de muchos medios porque tras 37 años dejó su puesto en VOGUE, en el desfile acudió como si nada hubiera sucedido.
Grace, el antídoto perfecto
En el extremo opuesto del espectro estaba Grace Coddington, exdirectora creativa de Vogue US, musa del desenfado y la narrativa visual. A sus 83 años, Grace apareció como solo ella puede hacerlo: sin pretensiones, sin escudos y sin seguir la dictadura de los focos. Llevaba un vestido camisero negro con diminutos lunares blancos, atado a la cintura con un cinturón fino. El largo le rozaba la pantorrilla y dejaba a la vista unas alpargatas planas de tela blanca y negra, cómodas y gráficas. El pelo, su característica melena roja esponjosa, suelto y sin peinar con esmero. Su sonrisa, amplia y luminosa, contrastaba con la rigidez del rostro de su excomapañera.
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Grace no iba allí para demostrar nada. No representaba a una empresa, no actuaba bajo presión institucional. Su presencia tenía el aura de alguien que acude a ver a un viejo amigo mostrar su trabajo. Y ese amigo era Marc Jacobs, con quien comparte una relación que trasciende lo profesional. Ella no impone códigos, no marca jerarquías.
Dos visiones, dos legados
Lo que vimos en esa sala de mármol neoyorquina fue una colisión fascinante entre dos visiones del vestir que marcaron una época. Anna Wintour representa la moda como institución, como lenguaje normativo que define lo que se debe y no se debe usar. Cada prenda en su cuerpo está perfectamente calculada, cada accesorio elegido para perpetuar un personaje que se construyó hace décadas y que hoy sigue funcionando como emblema.
Grace Coddington, en cambio, abraza una moda más íntima, más libre, más centrada en la expresión que en la influencia. Es una mujer real que se enfrenta a su día a día. Ella no necesita gafas oscuras para protegerse de las miradas; su ropa no grita, sus gestos no contienen mensaje oculto. Ella simplemente está, habita su historia con la tranquilidad de quien ya no necesita conquistar ninguna portada, cosa que siempre hizo, a las imágenes antiguas nos remitimos. Y en una industria obsesionada con la imagen, ver a alguien que aún viste con libertad es casi un acto revolucionario.
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Marc Jacobs: el diseñador que no imita a nadie
Con este desfile, Marc Jacobs se encumbra como uno de los pocos diseñadores estadounidenses que aún tiene voz propia. Mientras muchos apuestan por la repetición segura de códigos comerciales, Marc sigue arriesgando con volúmenes teatrales, referencias culturales y una puesta en escena que transforma cada desfile en un gesto artístico.
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En un momento donde la moda norteamericana lucha por encontrar autenticidad frente al dominio europeo y asiático, Jacobs propone belleza sin ironía, nostalgia sin cinismo y drama sin disfraz. Más que un creador de ropa, es un narrador visual que conecta pasado y presente sin pedir permiso. Y eso, en el actual panorama global, es excepcional.
El pasado 30 de junio, el desfile de Marc Jacobs en Nueva York no solo ofreció una colección poderosa sobre la pasarela, sino también una lección magistral de estilo en el front row. En primera fila, dos figuras legendarias de la moda —Anna Wintour y Grace Coddington— dejaron claro que la moda personal puede y debe vivirse desde lugares completamente distintos. Sus estilismos no fueron solo decisiones estéticas: fueron manifiestos. Dos formas antagónicas de habitar la ropa, de entender el poder del atuendo y de posicionarse ante el mundo cuando ya no hay nada que demostrar.