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Manuel Díaz, el Cordobés, hijo y no obstante padre
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SU LUCHA INCANSABLE

Manuel Díaz, el Cordobés, hijo y no obstante padre

'El Cordobés', con mayúsculas, se lo puso El Pipo a un chaval de Palma del Río nacido en la indigencia generalizada de la posguerra

Foto: Ilustración de Manuel Díaz 'El Cordobés'. (Jate)
Ilustración de Manuel Díaz 'El Cordobés'. (Jate)

Hay que ser muy grande para que te identifiquen por el lugar donde naciste. Que tu nombre apenas cuente y seas seleccionado como si fueras el único ser humano de una ciudad solo puede venir tras grandes logros. Ni cuenta para todos los demás tu nombre ni ninguno de los demás cuentan para tu apodo. Siendo muy comunes los apellidos toponímicos, que excluyo, apenas me vienen a la cabeza referencias y la otra es “de Nazaret”.

Tienen ventaja los apellidos instalados a lo largo de la historia y de las sucesivas generaciones de cuando te ponían el apodo por el lugar de donde llegabas a un sitio nuevo. Bustamante, de Cantabria. Campos, de Castilla. Zaldívar, de Vizcaya. Berlanga, de Soria… hay infinitos ejemplos pero todos se remontan cientos de años. Repasen conmigo y díganme si conocen algún reciente “El coruñés”, “El sevillano”, “El pamplonés”…

Foto: Manuel Diaz, el Cordobés, y Virginia Troconis. (EFE)

“El Cordobés”, con mayúsculas, se lo puso El Pipo –tan brillante empresario y apoderado taurino como oscura persona y mentor- a un chaval de Palma del Río nacido en la indigencia generalizada de la posguerra y criado en el hambre de no comer y en el hambre, aún más motivadora, de necesitar ser alguien distinto a quien el destino parece haberte condenado sin remedio.

placeholder Manuel Díaz, el Cordobés en una imagen de archivo. (Cordon Press)
Manuel Díaz, el Cordobés en una imagen de archivo. (Cordon Press)

Con eslóganes que hoy firmaría la mejor agencia de comunicación del mundo y con el espíritu desbordante de aquel adolescente de final de los cincuenta no sólo cambió la vida de el cordobés que se atribuyó la propiedad de su provincia entera al final de su apellido, sino que cambió la vida de la mayoría de la población trabajadora de España. “Solo ante el peligro” anunciaba El Pipo en los carteles de sus primeras novilladas tras el nombre de Manuel Benítez. “Aprendiendo a morir” tituló la primera de sus películas. Esa que vio España entera y en la que España entera vio la luz de la esperanza que les podía iluminar el camino por el que tratar de transitar a una mejor vida de la que les habían otorgado. O ese histórico brindis a su hermana de “O te compro una casa, o llevarás luto por mi” que dio título al famoso libro de Domenique Lapierre que tan bien cuenta la vida de aquellos duros años. Brindis que atodos resultaba inspirador a la hora de enfrentar retos personales igual de trascendentes que el de poder perder la vida: ganarla. Logros de un triunfador que salió del mismo pozo de donde ellos estaban y que servían para tomar la decisión de abandonar las miserias de la vida rural de entonces sin tener necesariamente que enfrentarse al cara o cruz de los cuernos de un toro.

Todo en el tándem Manuel Benítez-El Pipo era épico o histórico. Todo era desbordante y retador. Y todo tenía transcendencia mediática inmediata. Hasta el punto de acuñar en sus respuestas a periodistas, si hacía constantemente ruedas de prensa, expresiones populares que aún hoy manejamos. Un “kilo” de billetes pedía por torear cada tarde. Era lo que pesaba un millón de pesetas en billetes verdes de mil. “Voy a consultarlo con la almohada” fue lo que contestó a los empresarios taurinos que acudieron a su casa a suplicarle que revocara su anuncio de retirada. Cuando al día siguiente les confirmó que torearía les hizo firmar a todos en su almohada los festejos en los que le contratarían, eso sí delante de nuevo de una legión de periodistas. Valgan el par de ejemplos para contextualizar la capacidad y la influencia de Benítez durante los veinte años que duró una carrera profesional y que logró culminar enormemente rico y exitoso. Para calibrar su desbordante personalidad y la complejidad del personaje. Trascendente hasta el punto de convertir su apodo definitivamente en apellido.

placeholder Manuel Díaz, el Cordobés en el anuncio de su vuelta a los ruedos. (EFE)
Manuel Díaz, el Cordobés en el anuncio de su vuelta a los ruedos. (EFE)

El Cordobés. Apellido que identifica hoy por igual a un Benítez y a un Díaz. Que ya es casualidad, con la que parece el destino querer enredar más la historia, que ambos sean apellidos patronímicos. Hijos de Benitos e hijos de Diegos dicen los estudiosos que significarían. Manuel Díaz González (también hijos de Gonzalos para más inri) logró dejar claro ahora hace cinco años que él, lo que en realidad es, es hijo de Benítez, Manuel para más señas. Legitimó con la sentencia judicial, más allá incluso de sus no pocos méritos taurinos, el uso del apellido impostado por el Pipo y reclamado durante tantos años por aquel chaval de los ochenta, también de espíritu indomable. Y lo ha hecho suyo con más mérito si cabe si tenemos en cuenta además que Díaz, Manuel también, en realidad nació en Arganda del Rey.

No me imagino una vida anhelando a mi padre. La orfandad me parece un castigo injustificable. Perder la referencia de en quien te vas a ir convirtiendo, para lo bueno o para lo malo, personalmente a mí me hubiera vuelto loco. Pagar Manuel durante tantos años, lo que probablemente solo fue un error de juventud por exceso de amor o por exceso de confianza de su madre, supongo que ha sido muy duro. Sufrir además la distancia voluntaria, casi exhibicionista de su ya seguro progenitor, me lo imagino insufrible. Pero si le añades que la fuerza de esos genes, que sabes tan identificados, te arrastra a emular el oficio de tu padre, y añades la injusticia de la comparación permanente, concluyo que hay que tener muy bien ordenada la cabeza para superar bien ese trance.

placeholder Manuel Díaz, el Cordobés anunciando su regreso a los ruedos en una rueda de prensa en Madrid. (EFE)
Manuel Díaz, el Cordobés anunciando su regreso a los ruedos en una rueda de prensa en Madrid. (EFE)

Tiene Manuel Díaz el mérito añadido de ser persona afable, simpática, cariñosa y muy buen padre. Tiene la acreditación de la entrega total a su oficio en la doble vertiente de las cornadas sufridas y las pesetas ganadas. Tienen la admiración de los que apreciamos la capacidad de mejorar desde la nada. Sin más ayuda que tu propia reflexión y la angustia natural con la que te inunda el hambre de querer ser otra persona. Esa angustia que te empuja a la mejora, a no escatimar esfuerzos, a no tener tiempo de mirarte las heridas, a tener la vista puesta siempre en tu próximo reto.

Esa personalidad admirable que ahora lleva a Manuel, hijo y no obstante padre, a abordar de nuevo un reto. A querer rematar con honra su trayectoria torera y que ni el covid malogre lo que realmente merece. Rematar su vida plena. Un reto para él, que para mí debería ser ya un homenaje: su reaparición en Sanlúcar y la constatación de su sangre.

Hay que ser muy grande para que te identifiquen por el lugar donde naciste. Que tu nombre apenas cuente y seas seleccionado como si fueras el único ser humano de una ciudad solo puede venir tras grandes logros. Ni cuenta para todos los demás tu nombre ni ninguno de los demás cuentan para tu apodo. Siendo muy comunes los apellidos toponímicos, que excluyo, apenas me vienen a la cabeza referencias y la otra es “de Nazaret”.

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