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Ricky Martin, el estirado
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LA LUCHA CONTRA EL TIEMPO

Ricky Martin, el estirado

Comprendo que Ricky Martin quiera continuar en los sueños de ellos, ellas y algún perro. Y dé una vuelta a la tuerca que tenga tras de la nuca y toda la piel se le adhiera

Foto: Ilustración de Ricky Martin. (Jate)
Ilustración de Ricky Martin. (Jate)

Aquí, en la duplicada intimidad de mi espejo, despejo absurdas y matinales dudas. Cara a cara voy meditando con ese yo envejecido que cada día desentona más del interior juvenil que a cualquier precio mantengo.

Sin terminar de afeitarme, pongo, por fin, fin al debate. Gana mi día a día. Pierde mi adolescencia. Ni a cara o cruz me jugaría yo eso de ponerse botox. Por si no saliera mi cara. Por si me saliera cruz. Por ser una terapia cara en términos económicos. Por si, en términos de legado, al enterarse mi madre se pusiera a hacerse cruces o me cruzara la cara. Como en los viejos tiempos cuando mandaba mi mamá.

Foto: Ricky Martin, en el Rihanna's Savage X Fenty Show. (Getty)

Vuelvo la mirada al espejo tras agacharla a aclararme. La espuma y algunas ideas. Lo hago después de mirarme un rato detrás de una media máscara. De observarme con ese filtro, tan blanco como esponjoso, que tapa por unos minutos la mitad de mis defectos. Los del pómulo hacia abajo tratando de ser concreto. Esa que uso tan a gusto, casi todas las mañanas, honrando la voluntad de un padre que ni comulga, ni transige, ni perdonaría mi barba.

placeholder Reloj de arena. (iStock)
Reloj de arena. (iStock)

Después de retirar ese velo -con cuchillas, con esmero- después de refrescar mi piel, después de gustarme tan poco y aceptarme a regañadientes, achino un poco los ojos buscando difuminar el reflejo. Trato de emborronar las líneas que en tropel cruzan mi cara. Las paralelas de la frente, las que convergen a los párpados, las que separan mis cejas, las que subrayan mis ojos. Esas son de grueso trazo.

Una cara hecha en tiempos a impulso de tiralíneas, hoy llena de líneas tiradas. Tiradas por cualquier lado. Líneas que marcan el tiempo y señalan, remarcándolos, avatares y disgustos y más sonrisas que lágrimas. Veo sobre todo una piel expandiendo sus dominios. Un manto que me ha crecido más que el resto de mi cuerpo. Y que para poder ajustarse a un esqueleto menguante, pliega, arruga, cuelga, dobla, y se amontona adiposo donde la gravedad ordena. Hoyos, surcos, bultos, pelos plagan de imperfecciones la plaga del paso del tiempo. Se superpone lo móvil convirtiendo tersos párpados en unos pesados telones con los flecos desgastados. Las cejas se desordenan, se expanden y buscan juntarse, haciendo del frente común un porche firme, infranqueable. El flequillo en retroceso retoña por todos lados. Como si algún pelo al caerse se aferrase a su pasado, se agarrara de la oreja, de la nariz o la nuca, y con dificultad creciera en la soledad de esos páramos. Débil, con poco futuro, pero gritándole al mundo su espíritu de supervivencia. Haciéndose ver más que oír. Sobreviviendo a las podas. Y distrayendo a las féminas.

Terminado el rasurado, y repasada la siega, la luz blanca de mi baño muestra un pobre resultado. Me muestra. Soy así. Luz no me hagas daño. Enseña el paso de los años con objetivo tamiz, no te cebes con las sombras. ¡Y no me apuntes ahí! Medio siglo no es tan poco, le podría discutir. Pero la luz no discute, se rebota, y al rebotar del espejo entra de lleno en mis ojos. Veo un viejo. Me entran dudas. ¿Será esto lo que quiero?

placeholder Inyección de botox. (Reuters)
Inyección de botox. (Reuters)

¿Será quizá lo que quieran los que quiero que me quieran? Ellos también ven actores, cantantes y gente con filtros sin un signo de vejez. Tersos párpados que iluminan la más vetusta mirada. Amplias sonrisas que deslumbran en sentido literal. Papadas inexistentes, cuellos de piel de tambor, narices venidas a menos, labios que son hinchazón. Frentes que entran como guantes en sus peludas cabezas. Mentones que son prominencias. Orejas en retirada.

Es lo que a diario vemos y no importa donde mires. Son el modelo avatar. Las miradas imitadas. Las expresiones mezcladas. Las referencias de bellos. Son la distorsión del espejo que el mundo moderno impone. Unificando criterios. Imponiendo soluciones. Es el Photoshop en vida. Es la condena de agradar. Es el castigo por gustarse. Es el temor a no gustar. Es la suma de muchos factores, el producto de complejos, las divisiones por casta y hasta la resta del ego. “Es el mercado, amigo”. Es el mandato de venta de una industria matemática ebria de productos complejos.

placeholder Mujer aplicándose un serum facial. (Getty)
Mujer aplicándose un serum facial. (Getty)

El altavoz, o la alarma –algunos lo llaman reclamo- de esta azarosa semana ha sido un cincuentañero. Un cantante cincuentón guapo y puertorriqueño. Ricky Martin, bienvenido al mentidero. Todos se han hecho eco de un cambio fatal o bello. Solo existen los dos lados, y aquí estamos opinando, tan campantes como lejos. Mejorar lo que es ya bueno siempre me pareció loable pero en estos temas del cuerpo tengo límites mensurables. El aspecto es importante, hipócrita sería negarlo, y más importante es cuidarse. Y me llegará el día que estiraré esos límites para poder autorizarme a estirar también mi cara. Por eso nunca reprocho a nadie esos mandatos internos que, al sentirse mejorables, ejecutan decididos y pasan por el quirófano o distorsionan su cara con sofisticados filtros. Si yo me viera como Ricky no me tocaría un pelo. O me tocaría todo el rato renunciando a ser hetero. Sin cambiar nada de nada. Pero comprendo que quiera continuar en los sueños de ellos, ellas y algún perro. Y dé una vuelta a la tuerca que tenga tras de la nuca y toda la piel se le adhiera. Y lo cuelgue en Instagram y espere su veredicto para poder decidir el plazo que le conceden para volver a pensar en la siguiente mejora.

placeholder Ricky Martin en el Rihanna's Savage X Fenty Show. (Getty)
Ricky Martin en el Rihanna's Savage X Fenty Show. (Getty)

Vuelvo la mirada al espejo y no veo ningún Ricky. Veo un cuerpo amontonado, un conjunto disconjunto, un ojo que mira a otro bajo palio cejijunto. No sé si este será mi mejor yo de los posibles. Pero soy yo, eso es seguro. La imperfección evidente no logra hacerme dudar. Yo soy yo y es mi momento. Soy lo que yo soy por dentro. Revisaré el envoltorio, lo voy a cuidar con ganas, trataré de mejorarlo. Se lo debo y me lo debo. Pero jamás me desharé de las marcas que poseo. El tiempo que me acreditan es lo único que tengo. Mis arrugas son mi marca. Y es cierto, me veo viejo. Pero más viejo me veo para tratar de cambiarlas.

Aquí, en la duplicada intimidad de mi espejo, despejo absurdas y matinales dudas. Cara a cara voy meditando con ese yo envejecido que cada día desentona más del interior juvenil que a cualquier precio mantengo.

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