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Los malditos bastardos de la Guerra Civil
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Los malditos bastardos de la Guerra Civil

Otra sobre la Guerra Civil, dirán algunos. Y sí, qué pereza... Y qué miedo… La historia reciente de España en manos de un mercenario del artificio

Otra sobre la Guerra Civil, dirán algunos. Y sí, qué pereza... Y qué miedo… La historia reciente de España en manos de un mercenario del artificio y el sainete como Alex de la Iglesia. Un cóctel molotov que explota ya en los títulos de crédito: pasacalles de celebridades del clero y la nobleza baturra de la España franquista a ritmo de saeta. Obertura avasalladora para una obra que no lo deja de ser nunca. Balada triste de trompeta pretende erigirse en el espejo convexo que nos devuelve, de manera especialmente grotesca, el reflejo de lo que fuimos y (¿demasiada ambición, quizá?), sobre todo, de lo que somos.

Esta es una historia de monstruos, sobre todo interiores. Un face to face a muerte entre la represión practicada por unos y el ansia de venganza de los otros. Y también una historia de gaznates rebanados al más puro estilo Tarantino. No en vano, la cinta nos devuelve ecos de sus Malditos bastardos. El impulso ulterior que mueve al director es abrumarnos con el espectáculo cruel de la guerra y sus consecuencias, con el tenebroso panorama de una España repleta de miserias intestinales. Y, a pesar del caos reinante en su discurso, de su incapacidad para hacer un cierto ejercicio de contención, a ratos lo consigue, pues golpea la cara del espectador sin complejos ni miramientos. Efectista sí, pero efectivo.

Más en twitter.com/NachoGay

Otra sobre la Guerra Civil, dirán algunos. Y sí, qué pereza... Y qué miedo… La historia reciente de España en manos de un mercenario del artificio y el sainete como Alex de la Iglesia. Un cóctel molotov que explota ya en los títulos de crédito: pasacalles de celebridades del clero y la nobleza baturra de la España franquista a ritmo de saeta. Obertura avasalladora para una obra que no lo deja de ser nunca. Balada triste de trompeta pretende erigirse en el espejo convexo que nos devuelve, de manera especialmente grotesca, el reflejo de lo que fuimos y (¿demasiada ambición, quizá?), sobre todo, de lo que somos.