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Olivia de Borbón y Julián Porras: la boda de los reencuentros
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SE CELEBRÓ EL SÁBADO EN MARBELLA

Olivia de Borbón y Julián Porras: la boda de los reencuentros

El primero y más emotivo fue el de los padres de la novia, Francisco de Borbón y Beatriz Von Hardenberg, que fueron la pareja de moda en los 80 en Marbella

Foto: Olivia de Borbón y Julián Porras en una imagen de archivo durante un acto público (Gtres)
Olivia de Borbón y Julián Porras en una imagen de archivo durante un acto público (Gtres)

La boda de Olivia de Borbón y Julián Porras, que se celebró el pasado fin de semana, fue la fiesta de los reencuentros. El primero y más emotivo fue el de los padres de la novia, Francisco de Borbón y Beatriz Von Hardenberg, que fueron la pareja de moda en los años 80 en Marbella. Eran los duques de Sevilla, jóvenes, guapos y liberales; eran el primo lejano del rey don Juan Carlos y su esposa, princesa Furstenberg, la aristócrata de las ranas. Estos animales han sido siempre su fetiche porque aseguraba que le traían suerte. De hecho, en la celebración de la boda el sábado en el hotel Villapadierna de Estepona, el mismo en el que se instaló Michelle Obama hace unos años, Beatriz las lucía en forma de joyas. Sus hijos también. Olivia, por ejemplo, llevó la rana pero de una forma más discreta. De las tres cosas que por tradición deben lucir las novias –nueva, vieja y prestada–, la joven eligió una miniatura del batracio colocada en el interior de su vestido nupcial como la prestada.

En realidad, y aunque nunca presumió de árbol genealógico, Beatriz Von Hardenberg tiene más pedigrí en el Gotha internacional que la rama Borbón del duque de Sevilla. Emparentada con Ernesto de Hannover, el marido errante de Carolina de Mónaco, y con la reina doña Sofía, con la que comparte genética alemana, la exduquesa Beatriz fue la dama más llamativa en la boda de su hija gracias a un vestido fucsia firmado por Sybilla. Gracias a esta elección, la diseñadora invisible volvió a resurgir. Para ella supuso el reencuentro con su mundo profesional. Se marchó sin hacer ruido y este vestido cosido antes del verano fue su vuelta al taller. Fran, el hermano de la novia, fue el encargado del discurso emotivo de la noche. Para él este enlace también supuso el reencuentro con sus amigos de la infancia.

Esta boda supone la vuelta de Francisco de Borbón y su exmujer Beatriz Von Hardenberg al mundo social y a la portada de ¡Hola!, de la que fueron habituales cuando eran uno de los matrimonios más vistosos que veraneaban en Marbella. Ni Isabel Preysler les pudo hacer sombra. Beatriz, que puede seguir utilizando el apellido del marido porque no volvió a casarse, desapareció del mapa mediático. Fue directora de la revista Vogue y la primera que creyó en diseñadores incipientes como Jesús del Pozo, Manuel Piña o Agatha Ruiz de la Prada cuando no eran nadie. Organizó el primer desfile al aire libre en el hoy Museo del Traje, junto al gurú del periodismo de moda norteamericano Suzy Menkes. La madre de Olivia se fue a Miami y a la vuelta se recluyó en su casa de campo con sus perros, sus cerdos vietnamitas, tortugas, hurones y animales de compañía que dejaban amigos cuando se iban de vacaciones y después no recogían. La princesa de las ranas se los quedaba y entraban a formar parte de la familia, en una especie de arca de Noé doméstico.

Una boda demasiado cara

El duque de Sevilla, en cambio, se casó dos veces más. Después de divorciarse de la madre de sus hijos llegó Isabel Karanitsch, una dama que formó parte del círculo de amigos de Corinna Zu Sayn-Wittgensteincuando ésta aún estaba casada con el príncipe que le dio el título. A Isabel le gustaban los reportajes insólitos y pagados. Llegó a posar con traje de buzo y rodeada de delfines. Tres años después, el duque dijo adiós a la mujer de las exclusivas. La tercera duquesa de Sevilla, Ángeles Vargas-Zuñiga, fue todo lo contrario. Mujer discreta, se lleva magníficamente bien con Beatriz porque hablan el mismo idioma en cuanto a discreción se refiere. En la boda de la hija de su marido estuvo en su sitio, sin querer ningún papel protagonista. Hubo flamenco, cante de Juan Peña, baile hasta la madrugada, jamón pata negra y Moët & Chandon a demanda. Quizá lo único malo fue que varios amigos no pudieron acudir a la boda: el viaje y la estancia de fin de semana superaba los 1.000 euros.

La boda de Olivia de Borbón y Julián Porras, que se celebró el pasado fin de semana, fue la fiesta de los reencuentros. El primero y más emotivo fue el de los padres de la novia, Francisco de Borbón y Beatriz Von Hardenberg, que fueron la pareja de moda en los años 80 en Marbella. Eran los duques de Sevilla, jóvenes, guapos y liberales; eran el primo lejano del rey don Juan Carlos y su esposa, princesa Furstenberg, la aristócrata de las ranas. Estos animales han sido siempre su fetiche porque aseguraba que le traían suerte. De hecho, en la celebración de la boda el sábado en el hotel Villapadierna de Estepona, el mismo en el que se instaló Michelle Obama hace unos años, Beatriz las lucía en forma de joyas. Sus hijos también. Olivia, por ejemplo, llevó la rana pero de una forma más discreta. De las tres cosas que por tradición deben lucir las novias –nueva, vieja y prestada–, la joven eligió una miniatura del batracio colocada en el interior de su vestido nupcial como la prestada.

Olivia de Borbón Isabel Preysler Ana Obregón
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