Estas son las joyas reales perdidas que doña Letizia no va a lucir nunca
Repasamos todas las joyas que pertenecían a Victoria Eugenia y que tuvo que vender para vivir en el exilio
Lo que pudo haber sido y lo que ¿nunca será? Esta semana la reina Letizia ha estrenado tiara durante la visita oficial de Estado del presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa: la conocida como Cartier, bautizada con este nombre porque fue reformada por la reina Victoria Eugenia en la conocida joyería francesa. Es presuntamente la favorita de la emérita Sofía y fue lucida por la infanta Cristina en la boda de Victoria de Suecia cuando el matrimonio Urdangarin Borbón se creía la última Coca-Cola en el desierto, la última ganga en la venta especial a prensa de Loewe.
Inspirada en motivos egipcios, como los cigarrillos que fumaba su primera propietaria, la pieza de estilo art déco está realizada con diamantes y perlas -que siempre avejentan, pero dan luz al rostro-, aunque no siempre fue así. En 1920 cuando la única mujer oficial de Alfonso XIII recibió de manos del duque de Alba como herencia de su madrina, la emperatriz Eugenia (aquí de Montijo “muy de Granada”, que cantaban Marujita Díaz y Conchita Velasco en la revista musical), una bolsita repleta de esmeraldas pertenecientes a la tiara Fontennay de 1858, decidió manipular la tiara de Ansorena en Cartier y sustituir las perlas por las esmeraldas. Gemas que fueron revendidas a la joyería parisina durante el exilio suizo de la consorte del rey que trajo la II República. Digno sucesor de su abuela, también campechana, la reina Isabel II, cuya gestión provocó la primera.
La reina Ena acostumbraba a lucir la tiara junto a un aderezo de esmeraldas (collar con cruz desmontable de la abuela de su marido, pulsera, anillo y broche montados con la herencia de la granadina en la joyería Sanz) que también fue ‘devuelto’ a Cartier y que compró el sha de Persia, Mohammad Reza Pahlevi, para regalar a su prometida, la siempre elegante Farah Diba, una vez se había deshecho de la princesa Soraya, que en ese 1959 ya bebía los vientos del sur de Andalucía y los de la capital francesa. La tercera esposa del último sha no las lució en su boda, vestida a la europea de Yves Saint Laurent para Dior; tampoco en su coronación, vestida de Marc Bohan (su Felipe Varela), pero sí durante su visita oficial a EEUU y a Noruega.
Este collar fue una de las muchas piezas que no pudo llevar consigo cuando emprendió su exilio en 1979. Debió coserlo al sombrero o a las enaguas como hizo la de Battenberg cuando emprendió el exilio tras ser abandonada a su suerte, junto a sus hijos, en el Palacio Real de Madrid por su esposo cuando se proclamó la república de 1931. Las gemas verdes, no tan transparentes como las de los Franco que ahora luce Margarita Vargas de photocall en photocall, están guardadas en la Banca Nacional de Teherán.
La tiara Cartier no forma parte de las ‘joyas de pasar’, piezas que la nieta de la reina Victoria de Inglaterra estipuló que deben pertenecer al joyero del jefe de la Casa Real española. La heredó su hija la infanta María Cristina de Borbón y Battenberg. Adquirida posteriormente por el rey Juan Carlos I, ¿forma parte ahora de las ‘de pasar’ o es un préstamo del emérito a su única nuera? ¿De ser ‘propiedad’ de Letizia la volverá a lucir? Dicen que es cómoda, porque pesa poco; las tiaras (si son buenas, no como las de las misses) pesan. Célebre es la anécdota de la infanta Eulalia, que no tardó ni un segundo en deshacerse de la que llevaba durante una cena en EEUU al ver rechazada su mano por un republicano.
– Señor republicano: no puedo apretar la mano de una testa coronada.
– La hija de Isabel II: no se preocupe, me la quito, me hace un favor, no sabe cómo pesa.
Las esmeraldas royal
La colección de joyas privadas de la familia real está falto de esmeraldas. Del cofre de Zarzuela solo forman parte un par de pendientes que la emérita ha lucido como broches (probablemente un regalo de los árabes, muy generosos en sus visitas oficiales) y el discreto juego que la reina Sofía ‘vistió’ en la boda de los entonces príncipes de Asturias y que también lució la consorte de Felipe VI cuando era una princesa vestida de infanta Caprile del XVII en las cenas de gala. Ante esta ausencia histórica de joyas de color sobresale, únicamente, el juego de rubíes birmanos de la joyería Van Cleef & Arpels que la emérita recibió del armador griego Niarchos como regalo de boda en 1962.
Pero ¿qué otras joyas podría haber heredado Letizia? Destaca el juego de aguamarinas presidido por la tiara de estilo guirnalda con perlas de Ansorena que el rey Alfonso XIII regaló a su esposa en 1904. Perlas que fueron reemplazadas por aguamarinas para hacer juego con un collar y un broche adquiridos en 1935 en Cartier por la reina; pues combinaban con su tez blanca, su cabello rubio y sus ojos azules escoceses.
En 1950 la tiara fue transformada y a la muerte de Ena la heredó su hija, la infanta Beatriz. Actualmente el juego de gemas de Brasil pertenece, junto al brazalete y a los pendientes añadidos posteriormente, a Sibila de Luxemburgo (biznieta de la reina de España que entró con buenos ojos en el país gracias a las buenas crónicas de un joven Azorín, pero que no conquistó a ‘su’ pueblo por tener costumbres tan poco españolas como aborrecer los toros o jugar al tenis).
Los topacios que nunca llegaron a Letizia
Podrían haber llegado a manos de la reina Letizia los topacios de Brasil de la corpulenta, pero arrebatadoramente sexy, reina Isabel II de no haber sido donados a la Virgen de Atocha (que no es patrona de Madrid pero sí oficiosamente de los Borbones) como agradecimiento tras ser apuñalada por el cura Martín Merino la mañana del 2 de febrero de 1852, cuando su graciosa majestad se dirigía a la basílica de la actual avenida Ciudad de Barcelona para presentar a la Virgen a su hija recién nacida, la infanta Isabel, la Chata, la Elena de Borbón del siglo XIX, pues era, como la hija mayor de don Juan Carlos, muy dada a mezclarse con el populacho pese a no lucir pulseras con la bandera patria. El corsé de ballenas ensangrentado, y que impidió la muerte de la soberana, aún se conserva. Como los topacios y brillantes eran suficientes para la imagen de la Virgen, el niño Jesús que porta en sus brazos también luce sobre su cabeza morena una corona realizada por Narciso Soria.
La tiara Chaumet, también de la reina Victoria Eugenia, con flores de lis (emblema de los Borbones) de brillantes y que llegó a albergar alguna turquesa, como alguna de las piezas heredadas de su madre fueron devueltas a la familia Battenberg o desmontadas durante el exilio de la madrina de bautizo del rey Felipe VI y vendidas para poder costear el mantenimiento de Villa Fontaine en Lausanne (Suiza), donde vivió la reina sus últimos años.
La pulsera de perla de concha con esmalte negro y diamantes que Victoria Eugenia encargó a Cartier en 1928, una de las piezas más importantes creadas por el joyero entre guerras mundiales, tampoco lucirá en las muñecas de la consorte española pues fue subastada por Sotheby’s en Ginebra en 2012 y adquirida por un comprador anónimo por casi tres millones de dólares. A no ser que ese comprador anónimo fuese el por entonces príncipe de Asturias. Soñar es gratis, las joyas salen caras.
Lo que pudo haber sido y lo que ¿nunca será? Esta semana la reina Letizia ha estrenado tiara durante la visita oficial de Estado del presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa: la conocida como Cartier, bautizada con este nombre porque fue reformada por la reina Victoria Eugenia en la conocida joyería francesa. Es presuntamente la favorita de la emérita Sofía y fue lucida por la infanta Cristina en la boda de Victoria de Suecia cuando el matrimonio Urdangarin Borbón se creía la última Coca-Cola en el desierto, la última ganga en la venta especial a prensa de Loewe.