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245 aniversario de la pragmática de Carlos III que habría impedido la boda de Felipe y Letizia
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LA PRAGMÁTICA SANCIÓN

245 aniversario de la pragmática de Carlos III que habría impedido la boda de Felipe y Letizia

La Pragmática Sanción venía a decir que los herederos debían contraer matrimonio con 'iguales', porque de otra manera perderían todos sus derechos dinásticos

Foto: Letizia y Felipe, el día de su boda. (Getty)
Letizia y Felipe, el día de su boda. (Getty)

Ha pasado a la historia como el mejor rey de la casa de Borbón en España. Y seguramente lo fue. Al menos, hasta 1975. Aunque algunos preferirían llevar esa fecha a 2014. O incluso evitar comparaciones… En todo caso, hay consenso: Carlos III fue un gran rey. Y no solo para Madrid, sino para toda España. Aunque, sí, Madrid se 'vistió' de capital europea por primera vez. Carlos III (1716-1788), uno de los iconos del despotismo ilustrado en España, fue sobre todo una buena persona, en el contexto de los usos y costumbres de su época. Amigo y defensor de la lealtad, enemigo a ultranza de la mentira, de la hipocresía y del 'postureo', como se diría hoy. Fue un rey austero y ordenado, incluso metódico, muy respetado por sus colaboradores. Un rey que quiso mejorar y mejoró las condiciones de vida de sus vasallos.

El obligado respeto de los hijos hacia sus padres

Intervino con afán constructivo en la mejora de muchos aspectos de la vida ordinaria. Entre ellos, por ejemplo, en las relaciones paternofiliales, para defender el respeto debido a los padres y su derecho a dar consentimiento o no al matrimonio de sus hijos menores de 25 años. Y de paso, para recordar que su entorno, la alta nobleza, debía contar con el consentimiento del rey en el caso de idénticos propósitos. Y que los herederos debían contraer matrimonio con 'iguales', porque de otra manera perderían todos sus derechos dinásticos.

Este es, en síntesis, el contenido de la Pragmática Sanción que se dio a conocer el 27 de marzo de 1776 "con trompetas y timbales, por voz de Pregonero público", ante las puertas del Palacio Real de Madrid. Hace justamente 245 años.

Una costumbre hecha ley

La Pragmática Sanción fue una vía de gobierno directa, utilizada por los reyes hasta bien entrado el siglo XIX, por la que ejercían su poder absoluto regulando asuntos que entendían de gran interés para el Estado. Era un mandato real de obligado cumplimiento desde el mismo momento de su difusión. Y la que dio a conocer Carlos III hace 245 años, que daba forma jurídica a la tradición monárquica internacional, ha estado vigente en España hasta finales del siglo pasado.

El hijo mayor de Alfonso XIII, por ejemplo, renunció al título de Príncipe de Asturias en 1933 para casarse con la cubana Edelmira Sampedro. Los derechos dinásticos pasaron a su tercer hijo varón, Juan, casado con la princesa María de las Mercedes de Borbón y Orleans. Y este, el conde de Barcelona, a su vez consintió el matrimonio entre iguales de su hijo Juan Carlos con la princesa Sofía de Grecia.

placeholder Juan Carlos y Sofía, el día de su boda. (Cordon Press)
Juan Carlos y Sofía, el día de su boda. (Cordon Press)

Pero a partir de ahí, los siguientes matrimonios de la familia del Rey han sido desiguales: Elena se casó en 1995 con Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada; Cristina, con Iñaki Urdangarin en 1997; y el heredero, actual rey Felipe VI, con la periodista Letizia Ortiz Rocasolano en 2004.

Sin posibilidades teóricas de ser rey de España

Carlos III fue un marido fiel. Se había casado en 1738 por razones de conveniencia, como era habitual, con la princesa María Amalia de Sajonia (1724-1760), con la que tuvo 13 hijos. Vivieron muy unidos. Ella le acompañaba generalmente en sus horas diarias de caza, su gran afición; y con frecuencia participaba en las decisiones de Estado. Pero no fue feliz en Madrid, donde murió al poco tiempo de establecerse, a causa de una tuberculosis. Por el contrario, Carlos III gozó generalmente de una muy buena salud.

Fue el primer hijo varón del segundo matrimonio de su padre, Felipe V, el fundador de la casa de Borbón en España. Sus dos hermanastros -los dos únicos vivos de los cuatro hijos que tuvo con María Luisa Gabriela de Saboya-, eran los aspirantes más directos a la sucesión, por lo que él tenía muy pocas papeletas -teóricamente ninguna- para ser rey de España.

Por eso, su madre -Isabel de Farnesio- se ocupó de buscar futuro a sus hijos e hijas: tres y tres, ya que otro falleció al poco de nacer. Y lo logró, claro. De ellas, María Victoria fue esposa de José I de Portugal, María Teresa se casó con Luis, hijo de Luis XV, delfín de Francia; y María Antonia, con Víctor Amadeo III de Cerdeña. La gestión de Isabel de Farnesio permitió situar inicialmente a su hijo mayor, Carlos, como titular de los ducados de Parma y Plasencia; y después como rey Carlos VII de Nápoles y Sicilia. Su segundo hijo varón, Felipe, que heredó los ducados de Parma y Plasencia, se casó con Luisa Isabel, la hija mayor del rey Luis XV de Francia. Y a su hijo menor, Luis, lo encauzó para que hiciera carrera eclesiástica. Aunque cumplidos ya los treinta y tantos dejó los hábitos, se convirtió en conde de Chinchón, relajó sus costumbres y finalmente se casó con María Teresa de Vallabriga en un matrimonio morganático, con quien tuvo tres hijos.

Una sucesión de acontecimientos inesperados

Los dos hijos de Felipe V con su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya, accedieron al trono de España. El mayor se convirtió en Luis I en enero de 1724, pero falleció a finales de agosto de ese mismo año. Y tras un segundo mandato de Felipe V, desde 1724 hasta su muerte, en 1746, heredó el trono su segundo hijo, Fernando VI, que falleció 13 años después, en 1759.

Y como ninguno de los dos hijos mayores de Felipe V tuvieron descendencia, el hermanastro que no iba a ser rey, lo fue finalmente por partida doble: 25 años como Carlos VII de Nápoles y Carlos V de Sicilia y 29 años como Carlos III de España, desde 1759 a 1788. Es decir, llevó una corona durante 54 de los casi 73 años que tenía cuando falleció: prácticamente el 75% de toda su vida.

Empeñado en mejorar la calidad de vida las clases sociales bajas

Se suele comentar que la experiencia del rey Carlos en Nápoles y Sicilia -tierras que dejaron con mucha pena tanto él como su esposa María Amalia- le permitió afrontar sus responsabilidades en España con altura de miras. Y así fue, muy probablemente. Por ello, quizás, se ocupó muy directamente de asuntos relacionados con la mejora de la calidad de vida media que había en España. Impulsó la puesta en marcha de casas de asistencia, instituciones benéficas y hospitales, la moneda única, la red principal de carreteras y la industria. Potenció el ejército, se ocupó de la despoblación, dinamizó las cajas de ahorros…

placeholder Retrato de Carlos III de Anton Raphael Mengs.
Retrato de Carlos III de Anton Raphael Mengs.

Tampoco le tembló el pulso a la hora de afrontar situaciones complejas, ante las cuales hizo valer su poder absoluto. Por ejemplo, ante la crisis social y económica que derivó en protestas masivas de la población -en Madrid, el motín de Esquilache hace ahora 255 años-, que el monarca combatió y cortó radicalmente con la destitución y destierro de su querido ministro italiano Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache.

El rey decía que sus vasallos eran como niños: lloran cuando se les lava

Es evidente que la tentación de capitalizar el malestar social en beneficio de un propósito político concreto no es un fenómeno moderno. Los miles de españoles que se amotinaron aquel año en Madrid y en otras ciudades protestaban por la carestía de la vida y la falta de pan más que por la prohibición de capas y sombreros, aunque este bando fuese el que encendiera la mecha. El enfado había anidado en Madrid. Los vecinos de la ciudad se revolvían y protestaban, incluso, contra medidas tan bondadosas e higiénicas como la construcción de fosas sépticas, la modernización de las calles o el nuevo alumbrado público. De hecho, el rey decía irónicamente de sus vasallos que eran como niños, que lloran cuando se les lava…

Los jesuitas cargaron con la culpa de las movilizaciones populares

Pero la movilización de las protestas la aprovecharon algunas partes interesadas. Y los datos de la investigación que le llegaron al rey apuntaban, dicen, a los jesuitas. Al menos, así lo explicaron por aquellas fechas: es una maniobra de los jesuitas, brazo fuerte de la Iglesia católica, por la pérdida de poder que había sufrido en los últimos años debido a las decisiones del monarca. Y dictó una Pragmática Sanción, con fecha de 2 de abril de 1767, por la que el rey Carlos III decretaba la expulsión de los miembros de la Compañía de Jesús del Reino de España, tanto de la Península como de Ultramar. E incautaba todo su patrimonio, lógicamente.

Con esta decisión, el rey se sumaba a la corriente ‘antijesuítica’ que circulaba por Europa. Tanto Portugal como Francia ya habían expulsado a la Compañía de Jesús de sus territorios, como lo hizo luego Nápoles y Sicilia. Una corriente que culminó con la supresión de la Compañía, decretada por el papa Clemente XIV en 1773 y rehabilitada en 1814 por el papa Pío VII.

placeholder Un retrato de Carlos III preside el despacho del rey Felipe. (EFE)
Un retrato de Carlos III preside el despacho del rey Felipe. (EFE)

Cómo solucionar un problema propio mediante una norma amparada en el interés general

Si interesante es esta Pragmática para conocer el pensamiento de la época, enarbolado por el propio rey, no menos lo es la que dictó hace ahora 245 años, hecha pública el mismo 27 de marzo de 1776, como ya se ha mencionado al principio de este texto. Se trata de la Pragmática Sanción sobre matrimonios desiguales -morganáticos, en el ámbito realeza y alta nobleza-, cuyo contenido explica bien la estrategia de solucionar un problema propio mediante una norma amparada en el interés general.

No es que el asunto de los matrimonios desiguales sea menor. Ha provocado muchos dolores de cabeza y grandes crisis familiares -y de Estado- en las monarquías de todos los tiempos… Hay ejemplos en todas las épocas, como bien conoce el lector. El hecho es que después de que su hermano pequeño Luis abandonara los hábitos y sus altos cargos eclesiásticos, en diciembre de 1754, además de adquirir el título de conde de Cinchón y dedicarse a la vida relajada y al mecenazgo, también decidió contraer matrimonio.

Luis de Borbón y sus hijos perdieron todos los derechos dinásticos

El conde de Chinchón pidió consentimiento a su hermano, el rey, como ha sido tradición en la realeza, para contraer matrimonio con María Teresa de Vallabriga y Rozas, hija del mayordomo del propio rey y de la condesa de Castelblanco. Y Carlos III accedió, porque no había otro remedio -dijo-, aunque aprovechó la circunstancia para poner coto a los numerosos matrimonios desiguales que se estaban celebrando, tanto en el entorno de la realeza como en todas las clases sociales. Y puso los puntos sobre las íes en la Pragmática Sanción escrita al uso.

Luis de Borbón y Farnesio se casó en Toledo, con permiso real, tres meses después con María Teresa cuando ella no había cumplido los 18 años. Pero debió acatar las condiciones impuestas por la Pragmática: la pérdida de todos los derechos dinásticos, tanto él como los hijos de su matrimonio, si los hubiera -hubo tres-, que inicialmente también deberían renunciar al uso del apellido Borbón. Pero estas condiciones formaban parte de los 19 puntos de la Pragmática Sanción sobre matrimonios desiguales, de obligado cumplimiento para todas las familias, "desde las más altas del Estado, sin excepción alguna, hasta las más comunes del Pueblo".

La norma se extendía a todos los hijos menores de 25 años

Así, en adelante, todos los hijos e hijas menores de 25 años que desearan contraer matrimonio debían contar con el consentimiento de su padre o persona a su cargo. Y si se casaran sin dicho consentimiento, tanto los contrayentes como sus hijos quedarían "inhábiles y privados de todos sus efectos civiles, como son el derecho a pedir dote o legítimas, y de suceder como herederos forzosos y necesarios en los bienes que les pudieran corresponder por herencia de sus padres o abuelos a cuyo respeto y obediencia faltaron contra lo dispuesto en esta Pragmática; declarando, como declaro por justa causa de su desheredación la expresada contravención e ingratitud, para que no puedan pedir en juicio, ni alegar de inoficioso o nulo el testamento de sus padres o ascendientes, quedando estos en el libre arbitrio, y facultad de disponer de dichos bienes a su voluntad, y sin más obligación que la de los precisos y correspondientes alimentos".

placeholder Felipe y Letizia, el día de su boda. (Getty)
Felipe y Letizia, el día de su boda. (Getty)

Bien es cierto que esta Pragmática Sanción fue modificada en sucesivas ocasiones y que, con los años, prevaleció la doctrina del Concilio de Trento en beneficio de la libertad de los contrayentes. Pero no es menos cierto que, al igual que antes de la Pragmática, la realeza y la alta nobleza -al menos- han mantenido dichos usos y costumbres de obligado cumplimiento. Por eso, en ocasiones, se ha asomado la duda en torno a la validez o no de los derechos heredados. No ha sido un asunto menor.

Hubo opiniones encontradas con motivo de la boda del príncipe Felipe, hoy Felipe VI, con Letizia Ortiz. Aunque los expertos han coincidido en señalar que, siendo necesario el consentimiento previo del Rey -como siempre-, desde la entrada en vigor de la Constitución de 1978 quedaron abolidas todas las normas contrarias a la misma, tuvieran el rango que tuvieran. Y por consiguiente, ya no existe la limitación de ‘matrimonio desigual’ que Carlos III había elevado a condición ‘sine qua non’ para poder ostentar los derechos dinásticos.

Fermín J. Urbiola

Periodista y escritor www.ferminjurbiola.com o en Facebook o en Twitter

Ha pasado a la historia como el mejor rey de la casa de Borbón en España. Y seguramente lo fue. Al menos, hasta 1975. Aunque algunos preferirían llevar esa fecha a 2014. O incluso evitar comparaciones… En todo caso, hay consenso: Carlos III fue un gran rey. Y no solo para Madrid, sino para toda España. Aunque, sí, Madrid se 'vistió' de capital europea por primera vez. Carlos III (1716-1788), uno de los iconos del despotismo ilustrado en España, fue sobre todo una buena persona, en el contexto de los usos y costumbres de su época. Amigo y defensor de la lealtad, enemigo a ultranza de la mentira, de la hipocresía y del 'postureo', como se diría hoy. Fue un rey austero y ordenado, incluso metódico, muy respetado por sus colaboradores. Un rey que quiso mejorar y mejoró las condiciones de vida de sus vasallos.

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