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La relación entre Pablo de Grecia y Denham Fouts, el galán homosexual al que todos deseaban
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La relación entre Pablo de Grecia y Denham Fouts, el galán homosexual al que todos deseaban

El padre de la reina Sofía y Denny se conocieron a través del aristócrata homosexual y poeta Evan Morgan y se hicieron amigos

Foto: El rey Pablo con su mujer, la reina Federica. (Getty)
El rey Pablo con su mujer, la reina Federica. (Getty)

Los años 20 y 30 del siglo XX, el denominado “periodo entreguerras”, fueron un tiempo de grandes cambios en las costumbres, la moral y las mentalidades. Tras los padecimientos de la Gran Guerra y de la mal llamada Gripe Española, la gran sociedad internacional de la posición, el dinero y los contactos se entregó a un frenesí de fiestas y entretenimientos de toda suerte en lo que vino en llamarse “los años locos”. Las formas pacatas de la Belle Époque habían muerto irremisiblemente dando paso a una mayor lasitud en las conductas, y en París, en Londres, y ahora también en Nueva York y la Costa Este norteamericana (no así en el Madrid de la mojigata y católica nobleza española), los hijos de los ricos y los poderosos derribaban viejas barreras sexuales en un entorno de poetas, pintores, artistas, modistos, nobles y miembros de la realeza.

La posición y el dinero facilitaban que barreras y etiquetas sexuales se tambaleasen, en un gran mundo cosmopolita e internacional en el que Elsa Maxwell, la reina de la gran sociedad, comenzaba su meteórica carrera ascendente de la mano de su amante, la cantante lírica Dorothy Fellowes-Gordon, alumna de Enrico Caruso. En Londres reconocidas figuras de la escena social mantenían relaciones matrimoniales abiertas con ambos sexos y allí llegó en los años 20 un joven príncipe, Pablo de Grecia, que no pudo sustraerse a tan liberal ambiente.

Un hombre atractivo, refinado y elegante, aunque con escasos recursos, que llevaba a sus espaldas una vida marcada por los vaivenes de la familia real griega. Había nacido en el palacio de Tatoi en 1901, se había educado en inglés, griego y alemán, había seguido estudios en las academias navales de Grecia y de la ciudad alemana de Kiel, y en la prestigiosa escuela militar de Sundhurst, y había participado en la Segunda Guerra de los Balcanes.

placeholder Pablo de Grecia, ya convertido en rey, y su esposa, la reina Federica. (Cordon Press)
Pablo de Grecia, ya convertido en rey, y su esposa, la reina Federica. (Cordon Press)

Tercer hijo varón de los reyes Constantino I y Sofía de Prusia, en 1917 su padre había perdido la Corona, que fue a parar a su segundo hermano, el rey Alejandro I, marchando Pablo con el resto de la familia a un primer exilio en Suiza y posteriormente en Florencia. Cinco años después, y tras la trágica muerte de su hermano Alejandro I por la mordedura de un mono, la corona helena recayó en su hermano mayor, Jorge II, regresando todos a Atenas, donde él sirvió en la marina por un breve lapso de tiempo, pues dos años más tarde Grecia abolía la monarquía.

Con su padre en su último año de vida, Pablo y los suyos marcharon primero a Bucarest y poco después a Florencia, instalándose en la Villa Bobolina. Príncipe segundón y con poca fortuna, tenía que labrarse un futuro y, aunque Alfonso XIII quiso ayudarle a encontrar un trabajo en España, fue el infante Alfonso de Orleans quien finalmente le facilitó entrar a trabajar en la prestigiosa firma de construcción de motores de coches y aviones, Armstrong-Siddeley, en Gran Bretaña, bajo el nombre de Paul Beck, en su factoría de Coventry.

Se instaló en Leamington y desde el primer momento contó con el apoyo de su tío el rey Jorge V, frecuentando a la joven generación de los miembros satelitales de la familia real británica, entre quienes se contaban sus primos los ricos y glamurosos Dickie y Edwina Mountbatten y el marqués de Milford Haven y su esposa, la condesa Nada Torby, cuyas inclinaciones sáficas dieron mucho que hablar años después.

Por la capital británica pasaban por entonces todos los importantes como el duque de Alba; el músico y compositor casado y homosexual Cole Porter, amante del bello poeta ruso Boris Kojno; o aquel esteta que era el príncipe Pablo de Yugoslavia, amigo de los duques de York, que se relacionaban con las élites refinadas y pudientes a las que retrataba el fotógrafo Cecil Beaton. Un gran grupo de elegidos que en París frecuentaba a figuras como la artista y mecenas vizcondesa Marie Laure de Noailles o el escritor Jean Cocteau, que escribía poemas y dibujaba caligramas para su musa, la princesa Natalia Paley, prima de Pablo, que por entonces finiquitaba su matrimonio con el prestigioso modisto Lucien Lelong y se movía en la intimidad del bailarín Serge Lifar, conocido por sus relaciones con hombres y mujeres notables, y de la italiana Madina Visconti di Modrone.

En aquellos años se habló de un posible matrimonio del príncipe griego con su prima hermana la princesa Nina de Rusia, luego mantuvo un romance con una joven británica al que su madre, la reina Sofía, puso fin, y fue por entonces, o durante uno de sus tres viajes a los Estados Unidos, cuando conoció al gran efebo de aquellos años. El irresistible Denham Fouts, conocido como Denny, de quien Cocteau decía que era una mala influencia. Un animalista avant la lettre con reputación de amante costoso, que era musa de literatos y artistas y acompañante de hombres y mujeres poderosos.

placeholder Imagen del Rey Pablo de Grecia (C.P)
Imagen del Rey Pablo de Grecia (C.P)

De Denny se dice que fue amante del príncipe Pablo de Yugoslavia, del mismísimo Sha de Persia y, años más tarde, del actor y director de cine Jean Marais. Era amigo de influyentes homosexuales norteamericanos como Gore Vidal, Truman Capote o Christopher Isherwood, y su irresistible atractivo era tal que Capote llegó a afirmar: “Si se hubiera acostado con Hitler, como Hitler quería, hubiera podido salvar al mundo de la Segunda Guerra Mundial”.

Nada se conoce sobre los particulares de la relación entre Pablo de Grecia y Denny, salvo que se conocieron a través del aristócrata homosexual y poeta Evan Morgan, vizconde Tredegar. Un habitual de aquel mundo frecuentado por hombres y mujeres de gustos exquisitos y poco ortodoxos en el que uno de los grandes de los salones británicos, el escritor casado y homosexual Henry Channon (Chips), conoció a Pablo, de quien años más tarde diría en sus diarios que antes de su matrimonio tenía una conducta claramente bisexual.

Eran años de juventud y de exilio incierto para el príncipe griego que, sin embargo, no gustaba particularmente de las frivolidades, pues sus pasiones siempre fueron la música, la filosofía, la ingeniería y la arqueología. En 1932 falleció en Florencia su madre la reina Sofía y, por un revés de la fortuna, en 1934 su hermano Jorge II fue restaurado en el trono de Atenas y le llamó a su lado. Fue entonces, ya con 33 años, cuando pensó en tomar esposa fijando sus ojos en su prima y sobrina la princesa Federica de Grecia, a quien conocía desde 1927 y había vuelto a ver en Londres en 1934 con ocasión de la boda de los duques de Kent.

Un encuentro providencial para ambos, además de que la joven Federica estaba prendada de él y la madre de ella, la duquesa de Brunswick, estaba encantada con aquel pariente “alto, de noble aspecto en quien apreciábamos el buen juicio y la cortesía natural”. Ninguno albergó dudas sobre su acertada elección y su boda en Atenas, el 9 de enero de 1938, fue la ocasión para uno de los últimos grandes encuentros del Gotha europeo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces Pablo y Federica, que siempre mantuvieron un íntimo y excelente entendimiento del que son testigos muchos de quienes les conocieron y aún les recuerdan, construyeron uno de los matrimonios más sólidos y fieles de la realeza del momento.

Juntos, y codo a codo, encararon la guerra, el exilio, la restauración de la monarquía en Grecia, la lucha contra la guerrilla comunista y sus muy notables intentos por reconstruir el país, fomentar el gran turismo y darlo al conocer al mundo. Una relación inalterable y extremadamente armoniosa que también se extendió a sus hijos, la reina doña Sofía, el difunto rey Constantino y la princesa Irene, que siempre han venerado su memoria.

Los años 20 y 30 del siglo XX, el denominado “periodo entreguerras”, fueron un tiempo de grandes cambios en las costumbres, la moral y las mentalidades. Tras los padecimientos de la Gran Guerra y de la mal llamada Gripe Española, la gran sociedad internacional de la posición, el dinero y los contactos se entregó a un frenesí de fiestas y entretenimientos de toda suerte en lo que vino en llamarse “los años locos”. Las formas pacatas de la Belle Époque habían muerto irremisiblemente dando paso a una mayor lasitud en las conductas, y en París, en Londres, y ahora también en Nueva York y la Costa Este norteamericana (no así en el Madrid de la mojigata y católica nobleza española), los hijos de los ricos y los poderosos derribaban viejas barreras sexuales en un entorno de poetas, pintores, artistas, modistos, nobles y miembros de la realeza.

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