El día en el que el abuelo de Felipe VI se negó a ser rey de Grecia
El 25 de octubre de 1920 fue reclamado por el Gobierno de Atenas para acceder al trono, pero su negativa hizo que cambiara el rumbo político del país y que su padre, Constantino I, pudiera regresar
Fue sorprendente. Y ejemplar. El abuelo del rey Felipe VI, entonces príncipe Pablo, se negó a tomar la Corona de Grecia. Su negativa fue rotunda, radical. No había cumplido los 19 años y ya vivía con su familia en el exilio. Se trata de un episodio, quizá poco conocido, que forma parte de la mejor memoria histórica que atesora la familia real griega. Y se cumple precisamente ahora un siglo de aquella decisión.
Todo indicaba que la moderna monarquía griega había echado raíces, tras los 50 años de reinado de Jorge I. Pero apenas habían transcurrido cuatro años desde que accediera al trono su hijo Constantino I, bisabuelo de Felipe VI, cuando ya tuvo que abandonar el país. El rey y toda su familia, claro. Constantino de Grecia conocía ya el sabor del 'exilio', porque años antes tuvo que salir del país con su familia, en 1909, siendo él diádocos (heredero). Pero en junio de 1917 se vio obligado a abandonar un país al borde de la guerra civil.
Los enfrentamientos viscerales generan crisis
Sería muy prolijo, ahora, detallar los motivos del exilio. Aunque quizá se puedan resumir en dos. Por un lado, la inicial y comprendida neutralidad de Grecia en la I Guerra Mundial se tornó en una sonora y bronca censura de los aliados del rey, acusado de apoyar a Alemania por sus vínculos familiares. Por otro, la visceral enemistad entre el rey Constantino y Eleuterios Venizelos -la figura política de mayor relieve durante todo el primer tercio del siglo-, que recibió el apoyo de los aliados y llegó a constituir un Gobierno paralelo en plena guerra europea.
Fueron los años del denominado Cisma Nacional, en los que la monarquía perdió apoyos dentro y fuera de Grecia, mientras brillaba la política expansionista de Venizelos. Y con más motivo, lógicamente, tras la victoria de los aliados en 1918.
La monarquía, como un adorno
Sin embargo, aunque Venizelos abogaba más por la república, quiso mantener la forma de gobierno. No abandonaba su propósito republicano, pero lo aplazó estratégicamente. Y aprovechó la oleada de críticas al rey por su inclinación germanófila para extenderlas también a su heredero, el príncipe Jorge. Por eso, y con el beneplácito de las principales potencias europeas, se saltó todas las normas dinásticas de la familia y sentó en el trono al segundo hijo, Alejandro, que reinó durante algo más de tres años: desde el 14 de junio de 1917 al 25 de octubre de 1920.
El trágico final de un joven rey que no debió coronarse
Claro, las circunstancias eran tan rocambolescas que todo podía ser posible… De hecho, fue insólito, pero Alejandro I hizo de rey (manejado por Venizelos), sabiendo que su padre seguía siendo el rey; pero cansado de esperar su regreso, le desobedeció y se casó; sin embargo, mantuvo 'buenas' relaciones con su familia. Y en este cúmulo de despropósitos, lo peor de todo es que el rey Alejandro encontró la muerte siendo un joven de 27 años y de una manera asombrosa: falleció como consecuencia de la mordedura de un mono, que le atacó en los jardines de Tatoi mientras el monarca trataba de defender a la compañera del animal, que estaba siendo atacada por un perro.
Estuvo enfermo prácticamente un mes. Fue intervenido en once ocasiones, las siete últimas sin anestesia, debido a la debilidad de su corazón. Y aunque Venizelos hizo llamar a dos prestigiosos cirujanos de Francia, cuando llegaron a Atenas ya era demasiado tarde. Fue el final de un joven rey, que lo fue 'por accidente', pero también fue el principio de la recuperación monárquica. Y no precisamente por interés del todopoderoso Venizelos, que negó la entrada en el país a la madre de Alejandro I, Sofía de Prusia, o de algunos de sus hermanos, para cuidar del monarca. Sí permitió finalmente que viajara a Tatoi la abuela, Olga Constantinova Romanova, viuda de Jorge I, que había salido milagrosamente de Rusia tras la revolución bolchevique de 1917, con el nombre de Olga Helenos en un pasaporte danés.
Ella fue quien acompañó a la joven esposa del rey, Aspasia Manos, en el entierro de su nieto, que tuvo lugar en el cementerio de Tatoi. En su tumba se lee la siguiente inscripción: “Alejandro, hijo del rey de los helenos, príncipe de Dinamarca. Reinó en lugar de su padre del 14 de junio de 1917 al 25 de octubre de 1920”.
Llegaba el despertar del sentimiento monárquico
Eleuterios Venizelos, que se disponía a renovar su mayoría política en las elecciones convocadas para el 14 de noviembre de ese año 1920, se apresuró a promover el relevo del rey. Como mantenía el veto al rey Constantino y a su hijo Jorge, el siguiente en ostentar los derechos dinásticos era Pablo. Y en los principales periódicos de Europa ya se avanzaba la noticia de que el príncipe Pablo de Grecia había sido llamado para ocupar el trono. Venizelos movió sus hilos, pero no daba crédito a las supuestas negativas del príncipe Pablo. Llegó a asegurar públicamente que sus rivales políticos difundían ese bulo para confundir a los griegos, ante la proximidad de las elecciones generales. Pero al mismo tiempo aceleró las gestiones.
El viernes 29 de octubre de 1920, el embajador griego en Suiza mantuvo un encuentro personal con el príncipe Pablo. Y conoció, sin intermediarios, cuál era su criterio. En ese momento fue cuando Venizelos entendió que la negativa del príncipe era definitiva. De hecho, recibió una carta suya en la que afirma, entre otras cosas: “El trono no me pertenece; pertenece a mi augusto padre el rey Constantino; y mi hermano mayor es constitucionalmente su sucesor. Ninguno de ellos ha renunciado nunca a sus derechos”. La negativa del príncipe Pablo coincide con un rebrote del sentimiento monárquico en Grecia. Lo había experimentado personalmente la reina Olga durante su estancia en Atenas, con motivo de los funerales de su nieto Alejandro. Y coincide, además, con el cansancio de la población con respecto a las políticas de Venizelos, tras años de división y enfrentamientos.
“Constitución, Constitución, Constitución..."
En todo caso, lo cierto es que Venizelos perdió las elecciones del 14 de noviembre contra todo pronóstico. Los griegos dieron la mayoría a los monárquicos. La propia reina Olga, que prolongó su estancia en el país, asumió la regencia el 18 de noviembre de 1920 y un referéndum celebrado el 5 de diciembre decidió por abrumadora mayoría el regreso de su hijo, el rey Constantino I. El príncipe Pablo celebró su 19 cumpleaños -el 14 de diciembre de 1920- con su familia de nuevo en Atenas. Y su negativa a romper el orden dinástico y constitucional ha servido de ejemplo para muchos de sus descendientes. Aunque no todos han sabido hacerlo vida de su vida.
Años más tarde, cuando su hija Sofía, siendo reina de España, repetía con cierta vehemencia que el papel de un rey es “Constitución, Constitución, Constitución…” no hacía más que enfatizar la experiencia de su propia casa; y la principal enseñanza que debía interiorizar su hijo, hoy Felipe VI.
Constantino I abdicó en 1922 y el príncipe Pablo colaboró muy directamente con su hermano, que se había convertido en Jorge I de los helenos. A su muerte, en 1947, el padre de la reina Sofía y abuelo del Felipe VI sí asumió la Corona de Grecia. Durante su reinado de 17 años, de 1947 a 1964, al igual que durante los 50 años del rey Jorge I, la monarquía griega no registró interrupción alguna, a diferencia de las sufridas durante las etapas de Constantino I y Jorge II. Y a diferencia, claro está, de la interrupción 'definitiva' que se produjo en 1973, que puso fin al reinado de Constantino II, en el exilio desde 1967.
Fermín J. Urbiola
Periodista y escritor
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Fue sorprendente. Y ejemplar. El abuelo del rey Felipe VI, entonces príncipe Pablo, se negó a tomar la Corona de Grecia. Su negativa fue rotunda, radical. No había cumplido los 19 años y ya vivía con su familia en el exilio. Se trata de un episodio, quizá poco conocido, que forma parte de la mejor memoria histórica que atesora la familia real griega. Y se cumple precisamente ahora un siglo de aquella decisión.
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