Madeleine Carroll, la musa de Hitchcock que dijo 'no' a Franco y tuvo castillo en Gerona
Recordamos a una de las musas más desconocidas del 'mago del suspense' y su historia de amor con la Costa Brava
Joan Fontaine, Ingrid Bergman, Grace Kelly, Janet Leigh o Tippi Hedren. Todas ellas tienen un denominador común: fueron 'rubias Hitchcock', esos seres gélidos pero volcánicos que formaron parte del corpus cinematográfico del 'mago del suspense'. De algunas, el director se llegó a enamorar; otras juraron y perjuraron (la Hedren, que aún vive a sus 90 años) que las había tratado fatal en los rodajes. Pero todas ellas pasaron a la historia del cine gracias a don Alfredo.
Sin embargo, hubo más rubias y más musas. Algunas de ellas, de hecho, muy relacionadas con España. Pocos saben, al pasear por el cementerio de Calonge (Gerona), que allí descansan los restos de la primera (y, seguramente, más desconocida) musa hitchcockiana. Madeleine Carroll, la protagonista de '39 escalones', fue una enamorada de nuestro país, en el que vivió gran parte de su vida. También fue una de las británicas que pasaron fugazmente por el Hollywood más dorado. Su historia es digna de una superproducción, ya que se casó cuatro veces y cambió los maquillajes de los sets de rodaje por las vendas de la Cruz Roja, a la que se afilió durante la Segunda Guerra Mundial. Su labor solidaria, de hecho, fue el gran motor de su vida.
Nacida en West Bromwich, Inglaterra, Carroll sintió pasión por España justo en el momento en el que '39 escalones', que protagonizó junto a Robert Donat, se convirtió en el mayor éxito de Hitchcock en su etapa británica, antes de que David O. Selznick se lo llevase a Hollywood. Para la actriz, aquella historia de tensión amorosa e intriga fue un éxito en toda regla, la que catapultó su presencia rubia y luminosa. En aquellos años, visitó la localidad de Calonge. Fue amor a primera vista, ya que tiempo después ordenó construir allí un castillo situado en el pinar de Treumal, Calonge (Baix Empordà). La estancia, que contiene un museo en su memoria, fue estrenada prácticamente con el inicio de la guerra civil española en 1936, por lo que la actriz pudo hacer poco uso de ella.
Reclamada por Hollywood a raíz del éxito de '39 escalones' y 'Agente secreto', España estuvo, de un modo u otro, presente en aquellos años su vida. En 1938, por ejemplo, protagonizó 'Bloqueo', una película de William Dieterle que simpatizaba con el bando republicano y se estrenó cuando aún no había finalizado el conflicto español. Ni que decir tiene que la cinta, en la que también actuaba Henry Fonda, estuvo prohibida durante el franquismo.
Pese a que nunca llenó cines ni tuvo una presencia tan magnética como la de una Greta Garbo o una Joan Crawford, Madeleine era una presencia reconfortante para los espectadores. Eso le permitió ganarse la confianza de los estudios en plena era del 'star system'. Gracias a esa complicidad protagonizó 'Policía Montada del Canadá' junto a Gary Cooper o fue considerada para encarnar a dulces damiselas en cintas de aventuras como 'El prisionero de Zenda'. Pero el amor entre Madeleine Carroll y Hollywood fue de corto plazo.
Nueva vida en España
Cuando su hermana murió durante los bombardeos aéreos de Londres, la actriz se dedicó en cuerpo y alma a cuidar de niños y enfermos en la Segunda Guerra Mundial. El cine, en tiempos revueltos, era algo secundario para ella. Y cuando acabó el conflicto bélico no le faltaron razones para acordarse de aquel castillo situado en la Costa Brava. Su segundo marido, el hierático Sterling Hayden (aquel por el que sufría la Crawford en 'Johnny Guitar'), fue acusado de comunista por el temido Comité de Actividades Antiamericanas. Su divorcio de Hayden, y aquel clima enrarecido en un Estados Unidos que nunca sintió como su país, fueron buenas razones para volver a Calonge; al paraíso gerundense que le había sido descubierto, una década atrás, por el matrimonio Woedvodsky, al que todos conocían como los 'rusos de Cap Roig'.
Una vez situada en nuestro país, a Madeleine Carroll no le faltaron propuestas para seguir haciendo carrera en el cine patrio. Una de las películas que le ofrecieron, 'Reina santa', estaba auspiciada por el mismísimo Franco. O, al menos, por su régimen, encantado con aquellas superproducciones de Cifesa que, con más cartón piedra que veracidad histórica, encumbraban a las glorias españolas. El franquismo dio su bendición para poner en marcha una cinta en la que Carroll habría interpretado a Isabel de Portugal. Ella, astuta y consciente de la mala publicidad que eso supondría a largo plazo, hizo lo posible por zafarse del proyecto en el último momento, alegando que estaba enferma. Hubo cierta polémica por incumplimiento de contrato, pero no fue suficiente para estropear el cariño de su legión de fans. Incluso de los más franquistas.
A finales de los 60, Carroll vendió su amado castillo y se trasladó desde Calonge hasta Marbella, donde acabaría viviendo hasta el final de sus días. Eso sí, en Calonge había conocido ya a la que habría de ser su heredera: Anna Pontsatí, la hija de un humilde colchonero de la ciudad que fue su asistenta durante años. A raíz de su cuarto divorcio (de Andrew Heiskell) en 1965, Carroll nunca volvió a enamorarse. Tampoco tuvo hijos ni herederos, por lo que Pontsatí acabó ejerciendo de hija postiza y de amiga.
En la Costa del Sol, la actriz se reconvirtió por completo. Los que la veían pasear por la playa, con sus gafas de sol y su pelo rubio recogido, apenas reconocían ya a una vieja actriz de cine. Madeleine Carroll ya no era Madeleine Carroll. En los 70, siguió dedicándose a diversas causas solidarias, tal y como dictaminaban sus principios y el triste recuerdo de su hermana fallecida. También tuvo negocios inmobiliarios que ocuparon su tiempo, el de unos años en los que la contracultura y lo pop no dejaron ni rastro del cine en el que había sido una estrella fugaz. Su vida se apagó en 1987 a causa de un cáncer de páncreas. Tenía 81 años. Aunque fue enterrada en Fuengirola, muchos pensaron que el lugar donde debían descansar sus restos mortales era Calonge, la playa catalana cuya memoria la acompañó de por vida. Y hasta allí los trasladaron en 1998, antes de que el nuevo milenio borrase su nombre de ese minúsculo grupo de superestrellas del cine clásico que los millenials saben reconocer.
Su tumba, sin embargo, siempre recuerda al turista despistado, en un perfecto catalán, que allí reposa una actriz bondadosa y solidaria: "L'Ayuntament de Calonge a Madeleine Carroll, actriu".
Joan Fontaine, Ingrid Bergman, Grace Kelly, Janet Leigh o Tippi Hedren. Todas ellas tienen un denominador común: fueron 'rubias Hitchcock', esos seres gélidos pero volcánicos que formaron parte del corpus cinematográfico del 'mago del suspense'. De algunas, el director se llegó a enamorar; otras juraron y perjuraron (la Hedren, que aún vive a sus 90 años) que las había tratado fatal en los rodajes. Pero todas ellas pasaron a la historia del cine gracias a don Alfredo.
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