'Dahmer': Ryan Murphy vuelve a llenarse las manos de sangre y logra la mejor serie de su etapa Netflix
Amado y odiado, el productor, director y guionista ha elaborado una ficción a su medida, obviando algunos rasgos que siempre han sido su talón de Aquiles
Corría el año 1991 cuando un hombre negro y semidesnudo se lanzaba desesperado a las calles de un barrio marginal de Milwaukee. Minutos después, le narraba a la policía cómo un chico llamado Jeffrey Dahmer había intentado matarle. Pocos minutos más tarde, los agentes exploraban el domicilio del monstruo, encontraban un nauseabundo catálogo de restos humanos y finalizaban su reinado del terror. Dahmer pasaba a la historia pop como uno de los asesinos en serie (además de caníbal y otras lindezas) más terroríficos de la Norteamérica de las últimas décadas del siglo XX.
Así, por el final, comienza ‘Dahmer’, la nueva miniserie con la que Ryan Murphy continúa el compromiso que firmó con Netflix en 2018. Recordemos que la plataforma y el creador firmaron un contrato de exclusividad que, en la letra pequeña, le permitía seguir con los productos creados anteriormente (es decir, una nueva temporada de ‘Feud’ largamente planeada o ese ‘American Horror Stories’ que en España hemos podido ver a través de Disney Plus). Pero, como se han encargado de recordarnos cientos de crónicas periodísticas, el binomio Murphy-Netflix ha sido, por ahora, bastante decepcionante.
Si tenemos en cuenta que ni ‘The Politician’ ni ‘Ratched’ (aunque la siniestra enfermera tuvo bastante tirón en ese enigmático top 10 de la plataforma) ni ‘Halsted’ lograron críticas a la altura de ‘Feud’ o ‘American Crime Story: El pueblo contra O.J. Simpson’, la sensación es el fracaso o el pseudofracaso. Ninguno de los productos de Murphy para Netflix despertaron el fervor de aquellas otras series. Unas ficciones que le colocaron, además, la vitola de autor, tan complicada y tan extraña en el mundo de la televisión. Es innegable que los productos Murphy tienen rasgos muy marcados, que su habitual estilo barroco, sus saltos en el tiempo y su carácter grandilocuente y efectista han permeado en todo tipo de géneros.
Como a Baz Luhrmann (aunque este último ha sido más hábil a la hora de hacer de su empacho estilístico un sinónimo de autoría), a Ryan Murphy se le ama tanto como se le odia. Sus rasgos estetas son un denominador común en producciones muy distintas, tanto en musicales como ‘Glee’ como en historias terroríficas como ‘Asylum’, la reconocida mejor temporada de ‘American Horror Story’. Murphy jamás se ha caracterizado por su sutileza, pero su estilo operístico y colorista es reverenciado y seguido por el público y por otros hacedores de series. En nuestro país, por ejemplo, los Javis se han confesado admiradores de sus producciones. Televisión de autor, aunque no sea el típico autor. Porque Murphy no es David Simon ni tiene por qué serlo.
En su papel de guionista y cocreador de ‘Dahmer’ (el otro implicado es Ian Brennan), Murphy se muestra más contenido de lo habitual. ¿Es eso bueno? Sin duda, supondrá una alegría para aquellos que se fumaron de un tirón ‘El pueblo contra O.J.’ y odiaron los giros de guion imposibles y el estilo rocambolesco de ‘Ratched’. La contención sorprende en este caso, ya que ‘Dahmer’ tenía todas las papeletas para ser otro producto más recargado que la catedral de Sevilla. La historia de este psicópata taciturno y escurridizo daba la posibilidad de ejecutar impagables secuencias gore. Además, tiene en su reparto a un actor acostumbrado a los delirios, Murphy (Evan Peters, el protagonista, sabe lo que es encarnar a personajes ‘over the top’ en su particular universo). Y el historial biográfico en el que se inspira da para un ‘true crime’ de lo más escabroso. Pero ‘Dahmer’ (al menos en sus dos primeros capítulos, en los que se basa esta crítica) es mucho más que eso. Para que nos entendamos, la serie está más cerca de ‘Mindhunter’ que de ‘La matanza de Texas’; es más David Fincher (salvando las distancias) que Tobe Hooper.
De hecho, en el primer capítulo, dirigido por Carl Franklin (al que debemos, por ejemplo, aquel sincero drama sobre el cáncer que fue ‘Cosas que importan’), narra sin prisa la cruel seducción de la última víctima del monstruo, la que lo acaba desenmascarando. El tempo es pausado, no hay canciones de moda de aquel 1991 (bien reconocido es el gusto de las series de Murphy por situarnos en un tiempo concreto a base de canciones) ni esos saltos en el tiempo murphyanos que sí están presentes en el segundo capítulo. De hecho, la conversación del padre del asesino en serie con la policía que cierra el piloto está rodada con tal intensidad dramática que parece salida de un policiaco de Don Siegel o de cualquier clásico del cine negro.
Pero que nadie piense que Murphy ya no es Murphy. Aunque esta vez trate de narrar la historia de un monstruo desde el punto de vista de sus víctimas; aunque se controle más narrativamente, la serie sigue teniendo su sello. Su gusto por los colores saturados, sobre todo los del sucio y escabroso apartamento del protagonista, se convierte aquí en una bella y terrible metáfora. El amarillo ocre parece aquel ámbar en el que aparecían atrapados los mosquitos de ‘Jurassic Park’; es el símbolo perfecto de la tela de araña que el depredador ha diseñado para sus víctimas.
También veremos en pantalla esos cartelones con el año y el lugar al que nos llevan los flashbacks tan típicos del universo Murphy. En el cóctel están también las referencias al mundo LGBTI que permean toda su obra, incluso en los productos que partían de personajes que no pertenecen al colectivo. En ‘Feud’, por ejemplo, no importa la sexualidad de Bette Davis y Joan Crawford, pero eran dos de los iconos queer más grandes de la historia del cine. El auténtico Dahmer era homosexual, pero los guionistas, al menos en el inicio de la serie, evitan hábilmente que su orientación sexual sea determinante en la acción.
Eso sí, a veces sirve como vehículo para mostrar los fallos del sistema: en una secuencia de registro policial es la homofobia de los agentes de la ley la que impide que se descubra qué hay detrás de ese joven de aspecto inofensivo. A los policías parece asustarles más la homosexualidad de Dahmer que la posibilidad de que sea un psicópata capaz de matar a diestro y siniestro. Una sociedad poco tolerante, nos vienen a decir los guionistas, también es la culpable de alimentar las fauces del monstruo.
‘Dahmer’ no es una obra maestra, no nos da nada que no nos hayan dado ya otras cintas u otras series policiacas. No es ‘Zodiac’ ni parece aspirar a serlo, pero en su discreto estreno (no ha habido ni siquiera pases previos para prensa, lo cual hacía temer lo peor) es toda una paradoja, ya que es lo mejor que Murphy ha hecho, hasta el momento, para Netflix. La serie es el ‘comeback’ inesperado del creador, una alegría para aquellos que aman sus series incluso cuando están rodadas a golpe de efecto.
*'Dahmer' está disponible en Netflix. Esta crítica se basa en los dos primeros capítulos de la serie
Corría el año 1991 cuando un hombre negro y semidesnudo se lanzaba desesperado a las calles de un barrio marginal de Milwaukee. Minutos después, le narraba a la policía cómo un chico llamado Jeffrey Dahmer había intentado matarle. Pocos minutos más tarde, los agentes exploraban el domicilio del monstruo, encontraban un nauseabundo catálogo de restos humanos y finalizaban su reinado del terror. Dahmer pasaba a la historia pop como uno de los asesinos en serie (además de caníbal y otras lindezas) más terroríficos de la Norteamérica de las últimas décadas del siglo XX.
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