Montañas Rocosas de Canadá: cuando la naturaleza es el monumento más grandioso
Picos majestuosos, desfiladeros milenarios, lenguas glaciares, lagos de color turquesa, ríos de aguas bravas… Nada iguala a la belleza de este sistema de cordilleras que se conoce como la columna vertebral de la Tierra
Es uno de los escenarios más impresionantes del mundo. Un prodigio de la naturaleza que por su belleza y grandiosidad ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Pocos paisajes resultan tan deslumbrantes como el que conforma este sistema de cordilleras que encarna el concepto de lo superlativo, lo infinito y lo inabarcable.
Hablamos, claro, de las Montañas Rocosas, el enorme murallón que se extiende paralelo a la costa oeste de Norteamérica, alumbrando lo que se conoce como la columna vertebral de la Tierra. Explorar la vertiente que corresponde a Canadá —también se despliega por Estados Unidos— es asegurarse un banquete visual difícilmente alcanzable en cualquier otro rincón del mundo.
Esto al menos es lo que debieron pensar los primeros cazadores que allá por el siglo XIX lograron salvar esta suerte de espina dorsal para dar con una estampa deslumbrante: extensas lenguas glaciares, lagos de color turquesa, vertiginosos desfiladeros y picos majestuosos siempre coronados por la nieve.
La cosmopolita Vancouver
Recorrer las Rocosas canadienses es emprender un trayecto de más de dos mil kilómetros que serpentea por los estados de Alberta y Columbia Británica, a lo largo de cuatro parques nacionales: Banff, Jasper, Yoho y Kootenay. En todos ellos, la naturaleza se empleó tan a fondo que nada extraña que estas moles montañosas fueran para los indios siksikas (pies negros) los parajes más sagrados.
Hay que partir desde Vancouver para acceder a las inmediaciones de esta barrera geológicamente más antigua que los Alpes o el Himalaya. Hay que hacerlo desde esta ciudad, la más importante de la costa oeste de Canadá, porque merece la pena dedicarle unos días antes de emprender la aventura.
Para eso está su arquitectura vanguardista, su ambiente cosmopolita y su posición privilegiada entre las montañas y el mar, lo que le confiere un entorno natural que ya anticipa la magnificencia de las Rocosas: sirva como muestra Stanley Park, el tercer parque urbano más grande de América del Norte, con más de 400 hectáreas de bosques y playas. Con él y con otros muchos espacios verdes se completa la oferta cultural y gastronómica de esta metrópoli que registra los más altos índices de calidad de vida.
Carretera y manta
Exprimida Vancouver, es hora de abandonar el asfalto para sumergirse en la belleza de las montañas, un viaje que tiene lugar por una carretera muy acertadamente llamada Sea to Sky (del mar al cielo). Este tramo, previo a las cumbres, es el que nos remite a los tiempos de los cowboys, ranchos y forajidos del mítico Lejano Oeste. Una monótona y solitaria meseta en la que nada desentonaría cruzarse con una diligencia cargada de buscadores de oro.
Hoy, lejos de estos carruajes, el medio habitual para recorrer las Rocosas es la autocaravana, especialmente indicada para viajar en familia. Porque desplazarse con la casa a cuestas no solo evita ataduras y horarios para comer o descansar, sino que además permite dormir lejos de los núcleos urbanos para despertar en paisajes intactos. Todo ello en el país más preparado para recorrer en este transporte, puesto que a cada paso aparecen campings donde recargar el agua y la electricidad, así como para satisfacer el resto de las necesidades.
Maravillas únicas
Hace falta un mínimo de quince días para explorar los puntos más fuertes de las Montañas Rocosas, que se reparten entre Banff y Japer. El primero, que tiene fácil acceso desde la ciudad de Calgary, no solo es el tercer parque nacional más antiguo del mundo, sino también todo un ejemplo de conservación. El segundo cuenta con la mayor extensión de terreno virgen del país, además de una red de mil kilómetros de senderos que atraviesa bosques y amplias praderas.
Será cuestión de tomar la Icefields Parkway, catalogada como una de las carreteras más bonitas del mundo, e ir parando en cada vista majestuosa: Jonhston Canyon, donde se puede hacer un minitrekking a las Upper y Lower Falls para contemplar unas atronadoras cascadas; Castle Mountain, que dibujan unos picos con la forma de un castillo; Morant’s Curve, en el valle del río Bow, que debe su nombre al fotógrafo que capturó en este punto una imagen arrebatadora, con el tren trazando una curva paralela al río y los picos nevados como telón de fondo.
También habrá que detenerse en lagos como Louise, Moraine, Peyto, Annete, Medicine, Pyramid… (la lista es inabarcable), que exhiben todos azules imposibles. Y, eso sí, hay que llevar los ojos bien abiertos al atravesar el llamado Campo de Hielo Columbia, que contiene unos treinta glaciares. Incluso se puede explorar uno de ellos, el Athabasca, a pie cuando el clima es bueno o en un híbrido de autobús y camión que abre un camino en el hielo.
Osos y miradores
Pero más que a la mera contemplación, también a las Montañas Rocosas se viene a realizar múltiples deportes: esquiar, escalar, caminar por los bosques, hacer rafting o kayak por los ríos y dar paseos en bicicleta de montaña. O a bañarse en las Miette Hot Springs, unas aguas termales rodeadas de montes nevados. O a atravesar el mirador The Glacier Skywalk, una pasarela de cristal a 280 metros de altura con vistas espectaculares.
Explorar este territorio fabuloso supone también toparse con la fauna. Y aunque ante todo es cuestión de suerte, el mejor lugar para ello es la Maligne Road, la carretera que separa el lago Maligne del pueblo de Jasper. Es el trayecto perfecto para cruzarse con wapitíes (ciervos canadienses), muflones, alces y, con más probabilidad de la que se imagina, osos negros que pasean en busca de apetitosas bayas, impasibles a la presencia humana.
Es uno de los escenarios más impresionantes del mundo. Un prodigio de la naturaleza que por su belleza y grandiosidad ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Pocos paisajes resultan tan deslumbrantes como el que conforma este sistema de cordilleras que encarna el concepto de lo superlativo, lo infinito y lo inabarcable.
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