Así era Saad bin Abdulaziz, el príncipe árabe al que 'estafaron' millones en Barcelona
Hijo del primer rey de Arabia Saudí, tenía un carácter "débil y negligente", usaba cubiertos de oro y dejó un patrimonio ingente. Su apoderado, un español, fue el supuesto estafador
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Tenía un carácter “débil y negligente”. Como su salud. Por eso nunca ocupó un cargo importante en la administración de su país. Por eso y porque no todos los hermanos llegaron a la primera línea de la política. Eran demasiados. Hablamos aquí de Saad bin Abdulaziz, uno de los 52 hijos de AbdulAziz bin AbdulRahman bin Faisal Al Saud, más conocido como Bin Saud, el primer rey de Arabia Saudí. Lo cuentan los documentos históricos referentes a la familia real saudí.
La historia de este príncipe vuelve estos días a los papeles porque esta semana ha quedado visto para sentencia un caso en el que está involucrado a pesar de haber fallecido en 1975. O precisamente por haber fallecido. El caso es complejo y se resumiría así: algunos de sus hijos demandaron al apoderado de Saad bin Abdulaziz por vender sus propiedades en Barcelona tras su muerte y sin contar con su permiso. El juez deberá decidir ahora quién tiene la razón. Aunque en esta historia lo de menos es el final.
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Hijo del rey de reyes
A Saad bin Abdulaziz no le interesaba el poder, sino lo que el poder le podía proporcionar. Ser hijo del fundador de una de las tierras más fértiles en petróleo del mundo le dio la oportunidad de vivir a todo tren sin mover un dedo. Algo que sus descendientes quieren seguir haciendo. Por eso recurrieron a los juzgados de Barcelona, para lograr que les devuelvan algunas propiedades que fueron de su padre.
Nuestro heredero llegó a la capital catalana en la década de los 70 para tratarse en la clínica Barraquer, donde trabajaban algunos de los mejores oftalmólogos del mundo, como el propio doctor Joaquín Barraquer y los doctores Alfredo Muiños, Carlos Dante Heredia y Carlos Temprano.
El apoderado
Solía hospedarse en el hotel Princesa Sofía (que estos días presenta su nueva reforma para volver a ser un referente del lujo como entonces) y al ver que sus estancias se alargaban y que su vida en Barcelona era agradable, decidió contratar al subdirector del hotel para sus cuestiones personales. Agustín González era el tipo, un hombre entregado a la causa que terminó de apoderado del hijo del rey saudí en Barcelona.
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Todavía hay quienes recuerdan al príncipe y cómo se compró una casa con helipuerto en la avenida Pearson, la más exclusiva de la ciudad (hay cosas que no cambiarán nunca). Su vida en la ciudad se expandía y trasladaba sus caros gustos a estos lares. “En uno de los palacios de Arabia Saudí”, recuerda una señora bien de la ciudad que fue invitada al país por un aristócrata saudí, “se comía con cubiertos de oro y cada comensal contaba con su propio camarero”. A la realeza saudí siempre le gustó agasajar a sus invitados y los relojes de diamantes volaban junto con maravillosas telas, alfombras y todo tipo de objetos casi inaccesibles en España. Las mujeres en Arabia Saudí no se mezclaban con los hombres, como sucede todavía, pero en Barcelona era distinto. Ah, Occidente.
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Bin Abdulaziz compró y compró propiedades, al menos dos mansiones en la citada avenida capitalina, y después se encaprichó de dos castillos situados en la rica Cataluña profunda: el de Rocabruna y el de Rocafort, más de 1.330 hectáreas con siete fincas en un paraje verde y de ensueño. Caballos de pura raza, sirvientes y decenas de trabajadores llenaron el lugar, conocido como el del príncipe árabe de Santa Maria d’Oló, donde recalaron los cientos de millones de pesetas del príncipe.
Enterrado en La Meca
Lo decíamos al principio, su carácter era frágil y su salud también. Enfermó de un cáncer que no pudo curarse y moría en Yeda el 23 de julio 1993, pocos días después era enterrado en La Meca, como sucede con la realeza saudí.
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Mientras se trataba el cáncer en EEUU, el príncipe amplió los poderes a Agustín González para que vendiera algunas de sus propiedades y, tras su muerte, el apoderado siguió con la venta de inmuebles sin contar con los descendientes de Saad.
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Cuatro de sus ocho hijos
Tuvo ocho hijos (cuatro chicas y cuatro chicos) con cuatro mujeres y son los cuatro de una de ellas, Noura, quienes reclamaron la herencia. Lo hicieron junto a su madre: primero a través de un abogado egipcio, después con el renombrado Cristóbal Martell y ahora sin darle importancia. Porque ninguno de los demandantes se ha presentado al juicio que ha tenido lugar estos días, tal y como confirman a Vanitatis fuentes judiciales, y ya ni siquiera tienen representante legal.
En el banquillo de los acusados tampoco está Agustín González, quien falleció en 2016 aquejado de alzhéimer. Así que tampoco recordaba lo que había sucedido. Según la versión de sus abogados, el apoderado se cansó de esperar una respuesta de los descendientes de su fallecido jefe y al no poder afrontar los gastos que generaba el mantenimiento de las fincas, decidió venderlas poco a poco.
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Ricos compradores
Uno de los compradores fue el exfutbolista Iván de la Peña, quien adquirió una de las casas de la avenida Pearson por casi un millón de euros (800.000) en 1997. El otro Rafael Martínez, exmarido de Rosa Clarà, que compró una casa por casi medio millón de euros. Pero no fue hasta 2001 que no se puso a la venta la finca de los castillos, donde se originó el conflicto judicial. Porque lo compró la propietaria de una inmobiliaria, una mujer llamada Olga Farré, por un precio por debajo del mercado: siete millones de euros.
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Tres años después, cuando los herederos supieron de los sucedido, demandaron a Agustín y a su mujer, que fueron detenidos por supuesta estafa en su casa en 2004, tal y como relataron con detalle las crónicas de la época. Su hijo también fue acusado, así como Olga, la empresaria, a quien acusan de haberse aprovechado y haber comprado la propiedad a bajo precio y con el conocimiento de que los poderes no eran válidos porque el príncipe ya había fallecido.
En unos días se conocerá cómo termina la historia aunque parece que nunca se sabrá la verdad.
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