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La fruición de Enrique Ponce
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TRIBUNA

La fruición de Enrique Ponce

"Empatizo con el torero. No veo, personalmente, ninguna razón adulta para entender su comportamiento"

Foto: Enrique Ponce. (EFE)
Enrique Ponce. (EFE)

Intentando no sucumbir al poder de mi subconsciente masculino y peterpaniano sigo con fruición cada noticia generada por mi nuevo ídolo Enrique Ponce. Disfruto con similar fruición (lo siento es lo que tiene aprender una palabra nueva) darme cuenta a cada nuevo titular de la distancia sideral a la que estoy de conseguirlo. Miro el móvil constantemente rezando para que mis alertas de Google (Ponce, pareja del verano, amor desatado, ole tus cojones, vergüenza ajena y reconciliación) me entreguen alguna novedad del culebrón más divertido de todos los veranos que recuerdo. Con la misma fru…, con el mismo gozo, reviso mi WhatsApp como un yonqui de la risa esperando un nuevo vídeo, chiste o frase ingeniosa que aplaque el mono de humor y la desesperación por reírme que me produce el seguimiento de las noticias de estos días.

No lo consigo. Mira que me río con el video en el que hace de Michael Jackson, lloro de risa con los doblajes que le hacen, con las comparaciones. Cuando canta él, hay veces que necesito pararlo para, literalmente, no desternillarme. Me imagino a Ponce de botellón, teniendo que comprar él primero las bebidas en el chino, y me tengo que tirar al suelo de lo que me duele el estómago de reírme. Hiperventilo.

No lo consigo. Mira que mi madre, admiradora como yo empedernida del aún maestro Ponce, se ha puesto en pie de guerra por el poco pudor y respeto que le parece a ella está demostrando hacia su esposa. “Un torero tan serio…”, me dice. Mira que siempre me he alineado con el criterio de mi madre a la hora de valorar comportamientos y sentimientos de un entorno familiar.

No lo consigo. Mira que soy defensor de las formas clásicas en el comportamiento de los toreros. Mira que siempre he pensado que una profesión tan de riesgo necesita escapes y experiencias de vida tan intensas que difícilmente podrían contarse y que los aficionados, o el público en general que nunca se ha puesto delante de un toro, nunca entenderían. Por eso, la discreción es una virtud intrínseca en los toreros. En la mayoría de ellos, digamos. No se les puede juzgar como al resto de artistas, deportistas o trabajadores que tienen vida pública. Ante el riesgo de ser condenados a la ligereza moral, al libertinaje vital o la superficialidad existencial de sus vidas lejos del toro siempre han quedado sus andanzas al refugio de una venta flamenca, el restaurante de un amigo, la finca del ganadero de confianza o la escapada a América antes de las redes sociales y los móviles con cámara.

No lo consigo. Empatizo con Ponce. No veo, personalmente, ninguna razón adulta para entender su comportamiento. El desastre económico viene en el paquete, perdón por la referencia. El riesgo físico evidente de que se cumpla el dicho del toro celoso que no perdona distracciones. El mito de que el amor te vuelve medroso, la mayor exigencia que provoca la envidia o la decepción en aficionados y aficionadas respectivamente llenan en mi cabeza el listado de razones para que Ponce borre su cuenta de Instagram, no lleve a su novia a la plaza, no cante en los restaurantes, no se grabe vistiéndose de torero mientras le canta a su amada... La lista de razones adultas, algunas casi hasta adolescentes, hablen si no con mi sobrino, sigue con lo que no me llega de Google: los sentimientos quebrados de Paloma, la valoración que estén haciendo sus hijas, el vacío que pueda generarle echar la vista atrás y ver una vida que, evidentemente, no era la que quería...

placeholder Paloma Cuevas y Enrique Ponce. (CP)
Paloma Cuevas y Enrique Ponce. (CP)

No lo consigo. Mi Sr. Pan insiste en que repase el refranero español, lea los clásicos y hasta algunos místicos que conocieron la vida disoluta y se entregaron, antes que al cristianismo, a la religión del pellizco en el estómago. El mandato de los cromosomas desde su puesto de mando, perdón de nuevo por la referencia al paquete, es consustancial a ciertos humanos -perdón (por tercera vez) pero me pierdo en lo del lenguaje inclusivo-, no hembras. El poder del instinto reproductor, látex aparte, es de los más consistentes en nuestra especie. Vamos camino de diez mil millones de congéneres. La fuente de energía que genera la conquista de la hembra elegida, que casualmente suele ser la que elegiríamos todos, es inagotable. Revisen si no las redes sociales y traten de explicar de otra manera la actividad inagotable de este hombre los últimos meses y traten de entender la lectura que hace cada día de la lista de razones comentadas. Traten de entender la valoración que lleva a cabo a cada foto o vídeo que expone al público para concluir que no puede resistirse a hacerlo. Creo que podríamos decir, sin temor a equivocarnos, visto lo visto, que eso es amar con fruición.

Puede que haya otras explicaciones posibles, pero hasta que no me tome una cerveza con Pedro, buen amigo y mejor psiquiatra, no me atrevería a valorarlas. Estoy deseando hacerlo. Me encanta la cerveza.

Intentando no sucumbir al poder de mi subconsciente masculino y peterpaniano sigo con fruición cada noticia generada por mi nuevo ídolo Enrique Ponce. Disfruto con similar fruición (lo siento es lo que tiene aprender una palabra nueva) darme cuenta a cada nuevo titular de la distancia sideral a la que estoy de conseguirlo. Miro el móvil constantemente rezando para que mis alertas de Google (Ponce, pareja del verano, amor desatado, ole tus cojones, vergüenza ajena y reconciliación) me entreguen alguna novedad del culebrón más divertido de todos los veranos que recuerdo. Con la misma fru…, con el mismo gozo, reviso mi WhatsApp como un yonqui de la risa esperando un nuevo vídeo, chiste o frase ingeniosa que aplaque el mono de humor y la desesperación por reírme que me produce el seguimiento de las noticias de estos días.

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