Muere Cristina Macaya, la gran dama mallorquina que no quiso casarse con Plácido Arango
La empresaria y activista cultural, histórica anfitriona de políticos, celebrities y realeza en la isla, llevó su enfermedad con la misma discreción con la que llevó su vida
Cristina Macaya ha fallecido sin hacer ruido. Hizo lo que mejor sabía hacer, que era alegrar la vida a los que la rodeaban y por eso su enfermedad la llevó con tranquilidad. No la negaba, pero tampoco quería plañideras a su alrededor. “Las cosas vienen como vienen y no hay que darle más importancia”, contaba a quien esto escribe hace un verano, cuando ya sabía que su evolución era la que era. No quiso más tratamientos que le alargaran la vida cuando ya no la podía disfrutar.
Era la gran anfitriona de Mallorca. Por su casa de Es Canyar pasaban todos los personajes internacionales que desfilaban por la isla. Desde los príncipes de Mónaco, Clinton y Obama al completo hasta Felipe González, Cristina Onassis o los Cisneros, por nombrar a los más antiguos. Con el expresidente González compartía una gran amistad y solía lucir las joyas que el político realizaba con ámbar.
Era la mujer que recibía como nadie y acogía en su 'posesió' también a la gente que había dejado de tener poder y que se convertían en invisibles para el mundo económico y social: “A mí me da igual. Si es mi amigo va a ser siempre bien recibido”. Y lo mismo hacía con las mujeres divorciadas a las que su exmaridos potentes habían dejado por la joven de turno.
Mantenía la amistad y la lealtad a prueba de fuego. No llegó a formar grupo alrededor del Rey emérito ni su corte mallorquina. Ni lo necesitaba ni lo quería. Iba por libre y prestaba su casa a sus amistades. En su territorio se celebraron las grandes bodas de sus hijos y también las de los amigos.
Cortina Koplowitz
Organizó la posboda de Pelayo Cortina Koplowitz, que se había casado en Londres en mayo del 2015 en una boda discreta con Jane Coppée. Poco antes de verano, Cristina abrió las puertas de su impresionante masía a la familia para esa celebración multitudinaria con cerca de trescientos invitados.
Como siempre que se sabía en la isla de un acontecimiento en Es Canyar acudía la prensa, que aunque no podía entrar, sí tenía a su disposición agua, refrescos y bocadillos. Una de las características de Cristina Mancisidor, que ese era su apellido de soltera, era el trato impecable con periodistas y fotógrafos. Doy fe de que nunca engañó, como era y es habitual en su mundo social, y cuando se le preguntaba si algún personaje conocido vivía en su casa, Macaya no daba información hasta que dejaban el hogar, pero nunca dio datos falsos. Decía: “Hoy no puedo. Llámame mañana”. Y ese mañana llevaba implícito un desayuno con naranjas de su huerto o un aperitivo con pan, sobrasada y miel.
Era elegante, cariñosa y borde con los arribistas. Fue pareja durante diecisiete años de Plácido Arango, uno de los empresarios de la lista Forbes. Nunca quiso casarse con él y una vez separados mantuvieron una amistad por encima de cualquier intervención de terceros.
Si en algún momento utilizó su nombre, fue precisamente para ayudar en su calidad de presidenta de la Cruz Roja. Fue la inventora del 'sorteo del oro' de esta entidad, que cada año recaudaba millones. También ejercía de directora de orquesta cada vez que había que organizar un acto benéfico en la isla. Llamaba a sus amistades económicamente potentes para que colaboraran y si no lo hacían pasaban a formar parte de su lista negra. Para fomentar la solidaridad era implacable. Y lo conseguía a golpe de una de sus frases preferidas: “Te espero en casa”.
Proyecto Hombre
Una de sus dedicaciones prioritarias, aparte de sus hijos y nietos, era la fundación Proyecto Hombre, dedicada al tratamiento de la drogodependencia. Involucró a la reina Sofía, que cada año acudía a los conciertos que se organizaban en Palma para recaudar fondos. Cristina Macaya nunca quiso protagonismo y todo se lo dejaba al sacerdote Tomeu Català y a las personas que habían salido del mundo oscuro.
"La dama de Mallorca", como la bautizó la prensa, lo fue mucho antes de que los informadores le dieran ese cariñoso apelativo. Ha muerto en su isla, en su casa que fue su paraíso particular.
Cristina Macaya ha fallecido sin hacer ruido. Hizo lo que mejor sabía hacer, que era alegrar la vida a los que la rodeaban y por eso su enfermedad la llevó con tranquilidad. No la negaba, pero tampoco quería plañideras a su alrededor. “Las cosas vienen como vienen y no hay que darle más importancia”, contaba a quien esto escribe hace un verano, cuando ya sabía que su evolución era la que era. No quiso más tratamientos que le alargaran la vida cuando ya no la podía disfrutar.