Cuando el amor tapa la carrera: Carlos Sainz y el nuevo show de las novias en la Fórmula 1
El piloto ha puesto sobre la mesa el debate sobre cómo las carreras se han convertido en una especie de reality de novias, influencers y WAG y cómo las cámaras buscan emoción y glamour por encima del mérito deportivo
Carlos Sainz y Rebecca Donaldson, durante el Gran Premio de Italia en 2025. (Europa Press)
En Singapur, Carlos Sainz no solo peleó contra el cronómetro. También lo hizo contra las cámaras. Mientras remontaba posiciones desde el fondo de la parrilla, la retransmisión desviaba el foco hacia las gradas: novias, esposas y famosos en la zona VIP.
El piloto español cruzó la meta entre aplausos, pero lo que se viralizó no fue su hazaña, sino sus quejas. “Entiendo que en un momento tenso de la carrera, saquen un plano reacción, mientras se respete la competición", se mostró comprensible en 'El Partidazo' de 'COPE'. Pero después atacó: "El fin de semana pasado no sacaron ninguno de los adelantamientos que hice, ni la persecución de Fernando Alonso a Lewis Hamilton… se perdieron muchas cosas".
Era una crítica con fondo: la Fórmula 1 se está convirtiendo en un espectáculo paralelo, donde la emoción romántica empieza a competir con la deportiva. "Para mí incluso exageran sacando a los famosos y a las novias”, concluyó.
📸 En la @F1, la realización se centra en sacar a los famosos y a las novias de los pilotos
En las últimas temporadas, la realización televisiva ha convertido a las parejas de los pilotos en un personaje más del campeonato. Planos sostenidos de abrazos, lágrimas y reacciones desde el box se mezclan con los pit stops y las curvas imposibles. Las cámaras buscan la humanidad dentro de la historia. Lo que antes era un guiño anecdótico —la novia aplaudiendo en la grada—, hoy se ha vuelto un lenguaje audiovisual propio, tan previsible como rentable.
La propia historia sentimental de Sainz ha contribuido a ello. Su relación con Rebecca Donaldson, modelo y empresaria escocesa, ha dado un giro mediático a la imagen del madrileño. Desde que se les fotografió juntos en 2023, la pareja se ha convertido en una de las más comentadas del paddock.
Ella —portadas en 'Vogue', 'Cosmopolitan' y 'Elle', además de fundadora de la marca Muse Activewear— se ha consolidado como la “pareja más top” del Mundial, según muchos de sus fans. Su presencia en los circuitos, entre sonrisas y abrazos discretos, parece haber sido suficiente para que las cámaras se detengan más tiempo en la grada que en la pista.
El fenómeno no es nuevo. Las WAGs —acrónimo de wives and girlfriends— han sido parte de la narrativa deportiva desde hace décadas, pero su papel ha mutado. Si antes eran tratadas como un apéndice elegante de los héroes del volante, hoy son parte de la estrategia mediática, influencers que proyectan estilo de vida, lujo y glamour. O lo que es lo mismo, han cogido la sartén por el mango para salir del rol machista que se les ha impuesto.
Lo mismo ocurre con Carmen Montero Mundt, pareja de George Russell, cuya cuenta de Instagram documenta escapadas idílicas, looks impecables y rutinas de bienestar. El propio perfil oficial de la Fórmula 1 compartió tras la última carrera en Singapur una foto del piloto y su novia abrazados tras su victoria, con el texto: “La emoción de ganar una carrera”. El detalle no pasó inadvertido, pues es una muestra de que el deporte se diluye en relato emocional.
Las redes sociales han amplificado esa tendencia. Los clips de amor y celebración acumulan más likes que las estadísticas o los análisis técnicos. El público ya no solo quiere velocidad: quiere vínculo. La victoria necesita ahora un rostro que la sienta, un beso que la valide. Los realizadores lo saben.
Alexandra Saint Mleux, durante el Gran Premio de Singapur. (Europa Press)
Series y documentales como 'Formula 1: La emoción de un Grand Prix' (Netflix) han enseñado que detrás del casco hay lágrimas, rupturas y romances. El resultado es una nueva forma de consumo del deporte donde el drama personal y la narrativa sentimental importan tanto como la carrera.
Sin embargo, Sainz puso el dedo en la llaga. Su crítica no es una pataleta de piloto celoso del foco, sino una pregunta más amplia: ¿hasta qué punto el deporte sigue siendo deporte cuando lo cubrimos como si fuera un reality? Los gestos, las parejas y los momentos íntimos son material de oro para las cámaras, pero diluyen la épica competitiva. En Singapur, mientras el español remontaba posiciones con una conducción brillante, millones de espectadores miraban otra cosa.
La Fórmula 1 ha encontrado en esta fórmula un equilibrio rentable entre adrenalina y narrativa. Las parejas, las celebrities y los gestos románticos construyen una dimensión aspiracional que atrae al público más allá de los fanáticos del motor. Es la cultura de la imagen aplicada al deporte: cada carrera necesita su foto viral, su beso icónico, su historia que humanice la velocidad.
Mientras Carlos Sainz sigue acelerando en la pista, las cámaras —obedientes al morbo colectivo— siguen apuntando al palco. La Fórmula 1 se ha convertido en un espejo de nosotros mismos: queremos que todo, incluso la velocidad, nos haga sentir algo.
En Singapur, Carlos Sainz no solo peleó contra el cronómetro. También lo hizo contra las cámaras. Mientras remontaba posiciones desde el fondo de la parrilla, la retransmisión desviaba el foco hacia las gradas: novias, esposas y famosos en la zona VIP.