La tiara de York, de Sarah Ferguson, con la que se casará la princesa Eugenia
La pieza, de inspiración floral, fue el regalo de bodas de la reina Isabel II y el príncipe Felipe a su ahora exnuera, que la ha lucido en multitud de ocasiones
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Con la excusa de la boda este sábado de la princesa Eugenia y Jack Brooksbank, te narramos la historia de la tiara York. La pieza de joyería que, con casi toda probabilidad, adornará la testa de la hija pequeña del príncipe Andrés el día de su enlace. Será, si se le antoja, la primera vez que la nieta de la reina sienta el peso de las gemas sobre su cabeza. Al menos públicamente.
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El estricto protocolo inglés dicta que una fémina no puede adornarse los cabellos con joyas hasta que abandone la soltería. El día del casorio se le permite usar, a la dama, diadema desde la hora del desayuno, naturalmente, para que a una no le pille el matrimonio sin alhajas en la azotea en pleno rito.
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La tiara York (bautizada con el mismo nombre que el ducado que regenta su padre por ser el segundo hijo -varón- de la reina en ejercicio) fue encargada por Isabel II y su esposo, el polemista príncipe Felipe, como regalo de bodas para la madre de la novia y exmujer de Andrés, Sarah Ferguson, a la joyería londinense Garrard en 1986. Lo hicieron, según algunos tabloides de Reino Unido, porque la jovencita pecosa y pelirroja no tenía una pieza familiar propia que lucir el 23 de julio en la abadía de Westminster. Ella era una ejecutiva de ventas de una compañía de artes gráficas y su padre, el entrenador de polo del príncipe Carlos. Gente sin brillantes en la caja fuerte. Gente corriente pero con un gran atractivo y sentido del humor. Mucho más que el de la familia real británica.
Elton John y las tiaras
De modesta apariencia e inspiración vegetal, la tiara York está montada con diamantes sobre platino. Destaca, en la parte superior, un diamante de cinco quilates. El adorno forma parte de un disparatado conjunto (parure en lenguaje joyero) formado por diadema, collar, pendientes y pulsera de flores; cada una inspirada en un matojo diferente. Fergie (como se conoce popularmente a la sonriente duquesa de York) la lució públicamente por última vez el 5 de julio de 2001 durante la fiesta White Tie & Tiara Summer Ball, un sarao para gente rica y guapa que organiza anualmente el músico Elton John en su mansión de Windsor con el fin de recaudar fondos para la Fundación Elton John contra el VIH SIDA. El fin justifica las tiaras.
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De elegir esta u otra diadema es probable que no cometa el mismo error que su madre, que tuvo la original idea de cubrir la joya con floripondios (gardenias, rosas y otros cachivaches naturales) hasta el mismo momento en el que pronunció el ‘sí, quiero’. De momento, el anillo de compromiso que Jack entregó a Eugenia de York sí estaba inspirado en el que Andrés regaló a Sarah; un rubí birmano rodeado de diamantes a juego con el pelo de Fergie y bastante parecido al solitario de zafiro y diamantes con el que su hermano Carlos obsequió a la princesa Diana.
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En el caso del anillo de pedida de Eugenia, se trata de un zafiro padparadscha rodeado de brillantes. Esperamos que tanta similitud joyera no se traduzca también en divorcio. De suceder este teórico fatal desenlace, conviene soñar con que Jack sea dueño de la misma verborrea de la que hace gala su -casi- suegra Sarah, que cuando la invitaron a abandonar el castillo de Balmoral, una vez divorciada del duque, se despidió con la frase: “Vale, me voy, pero esperad a que me termine la copa”. O eso cuenta la leyenda. En el caso de Fergie tan larga como pelirroja. Tan brillante como su tiara.
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Con la excusa de la boda este sábado de la princesa Eugenia y Jack Brooksbank, te narramos la historia de la tiara York. La pieza de joyería que, con casi toda probabilidad, adornará la testa de la hija pequeña del príncipe Andrés el día de su enlace. Será, si se le antoja, la primera vez que la nieta de la reina sienta el peso de las gemas sobre su cabeza. Al menos públicamente.