John John Kennedy, el príncipe de América y el doble silencio de los Bessette
El misterio sigue rodeando a la muerte del hijo de JFK, de su bellísima mujer y de su cuñada en un trágico accidente de avioneta
Más de dos décadas después de su desaparición y con enigmas aún rodeando su muerte y la de su mujer, Carolyn Bessette, hace pocas semanas, en plena campaña a las elecciones de los Estados Unidos, su nombre saltaba a los titulares en forma de curioso bulo: Donald Trump iba a anunciar en un mitin en Dallas que John John iba a ser su vicepresidente. Una teoría descabellada pero apoyada, según los conspiranoicos, en que el joven que ahora tendría 60 años habría fingido su muerte y se habría estado ocultando durante todo este tiempo para reaparecer ahora.
Aún hoy, el mundo sigue viendo como un enigma todo lo que rodea a al hijo de JFK y a su mujer, cuyos secretos murieron en aguas del Atlántico junto con los de su hermana en el enésimo episodio de la maldición de los Kennedy. Un halo de misterio que ella alimentó por su alergia a los paparazzi, para los que se convirtió en pieza de caza mayor, y un silencio post mortem de toda la familia en un polémico acuerdo entre la saga política y la dinastía no tan corriente de los Bessette.
El apellido de JFK Jr. acaparó toda la atención aquel fatídico 16 de julio de 1999, cuando el avión privado del que fuera considerado el hombre más deseado de Estados Unidos se estrelló en extrañas circunstancias en las aguas que bañaban el paraíso vacacional de la familia, Martha’s Vineyard. Sin embargo, la gran tragedia era la de los Bessette, la familia de clase media de Nueva York, que en aquel accidente perdió a dos de sus cinco miembros: no solo Carolyn, sino también su hermana Lauren, de apenas 33 años, iba en ese avión. Es más, incapaces de entender lo que luego quedó en los informes oficiales como una impericia de John John como piloto en medio de una adversidad meteorológica, las masas echaron la culpa a Carolyn, que se había casado con John John en 1996, por haber retrasado la salida debido a una caprichosa pedicura.
Comenzaba la reinterpretación de la vida privada de la bella Carolyn, sofisticada y reservada relaciones públicas del mundo de la moda, que un país en duelo decidió utilizar como cabeza de turco. Contradiciendo a todas las opiniones de su personal más cercano, amigos y vecinos, que la describían como una persona luminosa y afable, comenzó a formarse una imagen de la Bessette neurótica y controladora frente a los medios, castradora en la cama (ella no quería tener hijos, él sí) y consumidora compulsiva de cocaína.
Hermana desaparecida
Todos los huecos de privacidad que había preservado en vida fueron rellenados por el imaginario público de manera perversa, alimentada por una biografía salvaje escrita por Edward Klein, que luego se demostró demasiado influenciada por el recelo que hacia ella sentía en vida su suegra, Jackie O, amiga personal del biógrafo. Como resumió el 'Independent' cinco años después del accidente, la hija de un ebanista y una funcionaria de la educación pública fue “envidiada en vida, vilipendiada tras su muerte”.
El reparto de las culpas no fue solo machista, sino también clasista. Una historia en la que la meritocracia (Carolyn batió el cobre hasta convertirse en una destacada empleada de Calvin Klein y Lauren tenía una brillante carrera en el mundo de las finanzas) sufrió el escarnio de la propia plebe, por haber seducido a la considerada casa real de facto de Estados Unidos. La familia Bessette, tras la tragedia, emitió un comunicado sin salirse del guion oficial. “Cada una de estas tres personas jóvenes representaban el amor, el éxito y la pasión por la vida. John y Carolyn eran verdaderas almas gemelas”, y añadieron que encontraban “consuelo en el pensamiento de que ambos acompañarían a Lauren para siempre”.
Pero, pasado el luto y desatado el efecto culpabilizador hacia Carolyn, la discreción y conciliación iniciales se transformaron en una batalla legal en la que querían demostrar que la negligencia de John John como piloto era la única causa de la muerte de los tres. Un acuerdo extrajudicial, que entonces el 'Telegraph' cifró en 15 millones de dólares (entre los 20 que habían pedido los Bessette y los 7 que ofrecieron inicialmente los Kennedy) y que muchos consideraron que incluía una cláusula de silencio sepulcral.
Los Bessette, especialmente la madre, Ann Freeman, siempre negaron la mayor, y ella en concreto se recluyó en la intimidad en su residencia en Connecticut hasta su muerte en 2007, mientras el padre, William (que se había divorciado de Ann cuando eran niñas), nunca se significó. Por último, la tercera hermana, Lisa (que era, además, gemela de Lauren), emigró a Europa atosigada por la persecución de unos medios que buscaban carnaza. Aunque luego volvió a los Estados Unidos.
Con ocasión del 20º aniversario del accidente, un amplio reportaje publicado en el 'NY Post' aquel fin de semana contaba la vida tranquila de Lisa Bessette en Míchigan, donde reside cerca de la ciudad universitaria. Trabaja de forma ocasional en el Museo de Arte de la Universidad de Míchigan. "Pasó un momento muy difícil cuando fallecieron, aquello fue muy fuerte para su madre y el resto de la familia, y desde entonces decidió que no quería ser pública de ninguna manera", explicaba una amiga de Lisa al 'Post'.
Más de dos décadas después de su desaparición y con enigmas aún rodeando su muerte y la de su mujer, Carolyn Bessette, hace pocas semanas, en plena campaña a las elecciones de los Estados Unidos, su nombre saltaba a los titulares en forma de curioso bulo: Donald Trump iba a anunciar en un mitin en Dallas que John John iba a ser su vicepresidente. Una teoría descabellada pero apoyada, según los conspiranoicos, en que el joven que ahora tendría 60 años habría fingido su muerte y se habría estado ocultando durante todo este tiempo para reaparecer ahora.