Verónica Echegui o el merecido aplauso a una actriz auténtica y especialmente coherente
Versátil y consecuente, la carrera cinematográfica de Verónica Echegui deja un legado de autenticidad y una triste incógnita: ¿hasta dónde habría sido capaz de llegar en su faceta como guionista y directora?
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La última semana de agosto, por alguna extraña razón, suele traer muertes injustamente anticipadas. La de Verónica Echegui a los 42 años duele especialmente tras haberse ganado, a golpe de talento y encanto, el corazón de sus compañeros de profesión y el de ese público fiel que la descubrió gracias al maestro Bigas Luna.
El autor de 'Jamón jamón' se empeñó en hacerla brillar en 'Yo soy la Juani', ese canto al universo choni que, ironías de la vida, hoy, veinte años después, todo lo tiñe. Decía Bigas, el gran creador de iconos ibéricos, que unos pendientes de plástico, una minifalda, una chaqueta de chándal y la dosis justa de actitud eran más que suficientes para comerse el mundo. Y tenía razón.
Verónica Fernández de Echegaray (Madrid, 1983-2025) —que de choni no tenía nada— también quiso comerse el mundo, pero sin aspavientos. Familiar del Premio Nobel de Literatura José Echegaray y del dramaturgo Miguel Echegaray, Verónica trabajó duro, amó su profesión y, sobre todo, eligió sus papeles con coherencia y valentía.
Consiguió saltarse la maldición de las 'actrices revelación' que dictamina que nueve de cada diez se quedan en el camino. Tras su debut por todo lo alto —nominación al Goya incluida— se convirtió en referente de estilo para la chavalería de periferia, primero, y los diseñadores de moda más rupturistas, después.
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Al igual que la Juani, Verónica quería ser actriz con toda su alma. Creció con esa convicción, pero no lo tuvo fácil. Mientras estudiaba interpretación en la Real Escuela Superior de Arte Dramático trabajaba como camarera para sobrevivir. Esa perseverancia la acompañó durante toda su vida.
Lejos de acomodarse en la gloria de 'Yo soy la Juani', Echegui siempre buscó personajes que pusieran a prueba su capacidad de transformación. Con 'El patio de mi cárcel' dio vida a una presa en un drama social intenso, y en 'Katmandú, un espejo en el cielo', dirigida por Icíar Bollaín, encarnó a una maestra española en Nepal enfrentada a la dureza de la pobreza y la desigualdad. Por este papel recibió el Premio Gaudí y otra nominación al Goya.
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Su filmografía se ha llenado de registros dispares: desde la comedia coral de 'La gran familia española' hasta el éxito musical de 'Explota Explota', pasando por thrillers como 'Objetos' o producciones internacionales como 'Fortitude' y 'Trust'. En televisión, ha brillado en series como 'Apaches' o 'Intimidad'.
Y el Goya es para… Verónica Echegui
En 2021, dio un paso decisivo al ponerse detrás de la cámara. Su cortometraje 'Tótem loba', basado en una experiencia personal y con una mirada feminista y crítica, le otorgó el Goya al Mejor cortometraje de ficción. Esa incursión confirmó que su inquietud creativa busca también nuevos lenguajes y perspectivas.
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A Verónica no le temblaba el pulso a la hora de abordar temas tabú que la sociedad tiende a esquivar. Durante la promoción de la serie 'A muerte' comentó: “No recuerdo que en el colegio nos hablasen sobre la muerte, cuando es algo por lo que pasamos todos”.
'Ciudad de sombras', la serie póstuma
La magia del streaming nos reserva un último trabajo de Verónica Echegui, 'Ciudad de sombras', que Netflix estrenará próximamente. Se trata de una serie policíaca adaptación de la primera novela de Aro Sainz de la Maza. Un macabro crimen ha ocurrido en la Casa Milà de Barcelona; un cuerpo quemado ha aparecido en la fachada del emblemático edificio de Gaudí. El inspector Milo Malart (interpretado por Isak Férriz), hasta ahora suspendido por indisciplina en los Mossos, regresa a la actividad para, de la mano de la subinspectora Rebeca Garrido (Echegui), tratar de dar con el autor del crimen.
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Tras veinte años de trayectoria, Verónica Echegui había conseguido consolidarse como una de las artistas más inquietas de su generación, una creadora capaz de interpretar, dirigir y reflexionar sobre el mundo que la rodeaba con autenticidad. Una triste pérdida para el cine español.
La última semana de agosto, por alguna extraña razón, suele traer muertes injustamente anticipadas. La de Verónica Echegui a los 42 años duele especialmente tras haberse ganado, a golpe de talento y encanto, el corazón de sus compañeros de profesión y el de ese público fiel que la descubrió gracias al maestro Bigas Luna.