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La herencia serena de Antonio Gala: inversiones en ladrillo y generosidad
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La herencia serena de Antonio Gala: inversiones en ladrillo y generosidad

El escritor invirtió junto a su amigo el empresario Teodulfo Lagunero en varias promociones inmobiliarias. Vendió y donó sus grandes propiedades para apoyar a otros artistas

Foto: Antonio Gala, en uno de sus últimos retratos. (EFE/Rafa Alcaide)
Antonio Gala, en uno de sus últimos retratos. (EFE/Rafa Alcaide)

“No busco la felicidad. Me pasa como con el amor, supongo que si el amor tiene que volver otra vez a mi vida tocará a mi puerta; no se puede andar por las esquinas buscando el amor, eso no conduce a nada, no conduce más que al insomnio y a la resaca. Y la felicidad igual, vendrá si tiene que venir, y si no que la zurzan porque tampoco es imprescindible; para mí es imprescindible otra cosa: la serenidad. Ahora comprendo que la serenidad es sentirse como una pequeña tesela de un gran mosaico, prescindible, mínima, confusa, pero en su sitio”.

En una ocasión, Antonio Gala le respondió con esta reflexión al periodista Jesús Quintero cuando el 'loco de la colina' le preguntó dónde buscaba la felicidad. Gala, criatura mística, no contestó desde el punto de vista pragmático. Si lo hubiera hecho, quizá le hubiera hablado de aquellos lugares donde encontró esa serenidad que él priorizaba por encima de todas las cosas. Su gran casa de Madrid, en la calle Macarena, o la mítica La Baltasara, en Alhaurín el Grande, donde escribió obras como 'La pasión turca', antes de emprender su último viaje a Córdoba en 2018, la ciudad de donde ya no saldría.

En el barrio de El Viso se alza una casa-torre que hace esquina. Según los datos del catastro, el chalé se construyó en los años 60, cuenta con más de 340 metros cuadrados, piscina y jardín. Nada hace ver que entre sus paredes escribió Gala tantas obras memorables. Hasta que un día, al sentir cierto hartazgo de la vida del teatro y de Madrid (años 80, estábamos en plena Movida), decidió cambiar de aires.

Lo cuenta Luis Cárdenas, secretario de Gala, en la página de la fundación. “Hacía unos años que vivía en Madrid, en la calle Macarena esquina a Triana, después de haberse apartado un poco de ciertos contactos, pero deseaba más aislamiento para trabajar, es decir, leer y escribir, y, sobre todo, sentirse sereno [él siempre ha aspirado a la serenidad más que a la felicidad]. Como él decía: ‘Quiero ensimismarme”. Y lo hizo a mediados de los años 80.

Encontró ese sosiego en el valle del Guadalhorce, en Alhaurín el Grande. Primero y durante un par de años en la Huerta del Jorobado, hasta que “de forma inesperada y casual” se topó con una finca abandonada y en venta desde hacía tiempo: “La reja de cierre era como un punto y aparte”, explica Cárdenas. Era La Baltasara, una casa de campo del siglo XVIII que se convirtió en su refugio. Gala, que había vivido en tantos lugares, consideraba “esencial” para su vida este lugar hermoso.

El autor de 'La pasión turca' encontró el lugar donde sentirse tesela en una gran finca de 30.000 metros cuadrados preñada de huertas y jardines. Según el diario ‘Sur’, la casa “conserva una muestra de todo el mobiliario, enseres, objetos personales y biblioteca que el escritor albergó en la que fuera su residencia de verano desde los años ochenta”. Está todo intacto, incluidos los restos de sus mascotas, que descansan “en un rincón destacado del jardín”.

placeholder Imagen de la capilla ardiente de Gala. (EFE)
Imagen de la capilla ardiente de Gala. (EFE)

El Ayuntamiento de Alhaurín el Grande compró hace unos años la casa donde vivió Gala de forma intermitente durante más de treinta años. Hoy alberga la Casa Museo Antonio Gala, un espacio multidisciplinar enfocado en la creación artística que se abrió al público en marzo de 2022, hace poco más de un año.

También se donó en 2002 a la Fundación Antonio Gala la casa donde ha vivido hasta su muerte en Córdoba, en la calle Ambrosio de Morales. Consta de diversas edificaciones distribuidas a distinta alturas, con una superficie total construida de unos tres mil quinientos metros cuadrados. En los últimos tiempos, Antonio Gala vivía recluido en este antiguo convento que convirtió en refugio para jóvenes creadores de diversas disciplinas artísticas. Cubría sus necesidades básicas para que solo tuvieran que preocuparse de su obra.

Campos de golf

La generosidad del escritor fue posible gracias al patrimonio acumulado por el éxito de su obra, su trabajo en los medios y algunas inversiones inmobiliarias. El escritor estableció con Alhaurín el Grande una relación estrecha. Hasta el punto de que decidió invertir parte de sus ahorros en diversos proyectos urbanísticos localizados en la ciudad malagueña y que aún tienen su huella en el Registro Mercantil. El escritor era socio de la empresa inmobiliaria Las Terrazas de Alhaurín, hoy en liquidación. Y fue administrador de Mirador de Alhaurín Golf SA, extinguida actualmente. Ambas se dedicaban a la promoción inmobiliaria.

Fue en 2007 cuando el escritor Antonio Gala y su amigo el catedrático, constructor y abogado Teodulfo Lagunero Muñoz (apodado el ‘millonario rojo’ por sufragar históricamente al PCE y fallecido el año pasado) decidieron entrar de lleno en el negocio del ladrillo invirtiendo en Alhaurín Golf, una de las mayores promociones de la localidad malagueña, que promovía 2.500 viviendas, dos campos de golf sobre un diseño de Severiano Ballesteros y un hotel de lujo. El escritor y Fufo Lagunero participaron también en otra promoción, según publicó El Confidencial, Aliatar Golf, en la localidad granadina de Loja.

De todo aquello ya no queda nada. Lagunero fue amigo de Gala hasta su muerte y siempre estuvo pendiente de sus asuntos más pragmáticos. Las empresas y el patrimonio del escritor fueron puestos en orden a medida que su salud se deterioraba. En 2020 se constituyó una empresa, Planeta Gala SA, que administra su legado y cuyo secretario general es el sobrino del escritor, el periodista y gestor cultural José María Gala García. El presidente es Pedro Miró Roig, histórico consejero delegado de Cepsa.

“Siempre que dábamos uno de los paseos por la finca, se paraba en algún lugar especial, y me repetía: ‘Qué bien hice comprando la finca, ¿verdad? Qué hermoso es esto’. Evidentemente, en cada ocasión yo no podía más que asentir, porque tenía toda la razón. No lejos del centro, por cuestiones de intendencia; no demasiado grande ni demasiado pequeña, por cuestiones de intimidad; y, como él decía, estaba y está a 25 kilómetros de todo: de la Costa, de Málaga, del aeropuerto, de Marbella… Era verdad: la convirtió en lo que es hoy, pero con mucho esfuerzo, trabajo, cuidado y mimo”, recordaba Cárdenas. Suena a serenidad.

“No busco la felicidad. Me pasa como con el amor, supongo que si el amor tiene que volver otra vez a mi vida tocará a mi puerta; no se puede andar por las esquinas buscando el amor, eso no conduce a nada, no conduce más que al insomnio y a la resaca. Y la felicidad igual, vendrá si tiene que venir, y si no que la zurzan porque tampoco es imprescindible; para mí es imprescindible otra cosa: la serenidad. Ahora comprendo que la serenidad es sentirse como una pequeña tesela de un gran mosaico, prescindible, mínima, confusa, pero en su sitio”.

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