Rosa Clará, charla íntima a los 30 años de fundar su empresa: "Iba por Barcelona en una Vespa repartiendo los vestidos"
La empresaria repasa con Vanitatis los hitos de su carrera y cómo ha logrado conciliarla con su maternidad, un divorcio complicado y la brillante aparición en su vida de su segundo marido, Josep Artigas
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Si veinte años no son nada, como dice el tango que cantaba Gardel, para Rosa Clará celebrar las tres décadas de vida de su firma nupcial sí lo es. Estudió Derecho, carrera que no terminó porque en su cabeza había otra historia laboral. En el espacio tiempo que hay entre 1995, cuando decidió abrir su primera tienda en Barcelona, al 2025 actual han pasado por su calendario millones de experiencias vitales. Unas buenísimas, como ha sido siempre –y más ahora– la relación con su hijo Dani que la acaba de hacer abuela; el orgullo de un equipo que navega con buen viento sin necesidad de su presencia indispensable, o el haber encontrado al hombre de su vida. Una historia que bien podría servir para un guion de cine con Rosa Clará y Josep Artigas como protagonistas.
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Josep, su marido actual, estaba en las mismas coordenadas desde que veraneaban en Calella cuando eran niños, siendo sus padres amigos. En aquellos veranos interminables en la Costa Brava, Rosa no tenía tiempo para uno de los hermanos Artigas que formaba parte de la pandilla de los pequeños. Ella prefería salir con los mayores que tenían coche y así la diversión se trasladaba a las discos de Playa de Aro, que era el sueño dorado de Rosa y sus amigas. Pasaron los años y no volvieron a encontrarse a pesar de vivir los dos en Barcelona. Apenas un encuentro fugaz en el aeropuerto del Prat con un “hola y adiós” y sin intercambio de teléfono. El siguiente paso para cerrar el círculo del futuro feliz tiene un fondo de favores, como explica la empresaria.
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“Un día un amigo le pregunta a Josep si conocía a alguien en el sector nupcial. Y él les dice: cuando era muy joven Rosa Clará y yo veranábamos en el mismo sitio”. La maquinaria se puso en marcha y el destino a trabajar. “Me manda un correo y una vez que ya se solucionó el tema quería comer para darme las gracias por las gestiones. Yo no tenía el más mínimo interés en quedar con él. Insistía, insistía y a mí me daba una pereza tremenda tener que contar mi vida. El caso es que para dejar el asunto zanjado quedamos a mediodía. Mi interés era nulo, ni tan siquiera fui a la peluquería. Desde ese día no nos volvimos a separar. Cuando llegué a casa le dije a Dani: 'he comido con una persona muy interesante'" Y el hombre interesante se convirtió en su marido. “Nos dimos cuenta de que éramos gent del barri (gente del barrio), que sabíamos de donde veníamos sin tener que dar explicaciones. Y lo que no había hecho en mi vida porque estaba trabajando lo he hecho con él".
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"Josep me sacó de mi vorágine laboral y me hizo ver que tenía un equipo fantástico y por lo tanto yo no era tan imprescindible. Fue la época (2014) en la que contraté a Manuel Cano, que es lo mejor que le ha podido pasar a esta empresa. Esas primeras veces en las que Josep y yo nos íbamos de viaje lo pasaba muy mal hasta que vi que los equipos eran mucho mejores que yo. La maquinaria estaba muy bien engrasada", nos dice.
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Volviendo al pasado, la diseñadora se casó por primera vez con el padre de su único hijo y once años después llegó un divorcio muy complicado. “Lo importante de aquella etapa fue el nacimiento de Dani, que siempre fue la prioridad en mi vida. Trabajaba a destajo para sacar la firma adelante, pero siempre compartiendo el tiempo juntos. Durante muchos años tenía claro que estaba el negocio que había que priorizar porque teníamos que comer, pero Dani era lo principal. Cuando tenía exámenes trimestrales, la semana anterior y la de exámenes no viajaba. Lo tenía planificado de esa manera”. Su hijo se lo reconoce: “Siempre me ha hecho ver que yo era lo más importante. Me preguntaba si la echaba de menos cuando viajaba y yo no le respondía. Si te digo que sí vas a sufrir y si te digo que no, también”.
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Nadie le regaló nada y pico y pala, dedicación sin horarios y noches sin dormir hicieron que la confianza en que su sueño se hiciera realidad se cumpliera. Abrió la primera tienda nupcial en Barcelona, y después otra, y una más en Alicante y en Sevilla a la que se sumaron establecimientos por toda España y franquicias internacionales. El imperio de novias se fue expandiendo hasta lo que es hoy y la firma fue abriendo mercados en más de ochenta países en los cinco continentes. Por ahora en la Antártida no hay Rosa Clará, pero todo es proponérselo.
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Y lo más llamativo de esos comienzos es que dejó de ser empleada en su empresa anterior porque no quería viajar. “La vida me llevó a donde estoy. Era un momento en que quería ser madre y tener un negocio aquí en Barcelona que me permitiera no viajar. Y comencé con una tienda pequeñita. No había un gran plan, lo único que yo quería era pasar más tiempo en Barcelona. En poco tiempo tenía la agenda completa y siempre relacionado con el mundo de las novias. Sabía que si hacía algo diferente iba a tener clientela. Viajaba a París a comprar los mejores tejidos y empecé a presentar las colecciones pero sin una estructura potente detrás. Y lo más arriesgado que hice en aquellos inicios fue preparar diseños únicos para venderlos en todo el mundo. El problema era que la colección la compraban pero el siguiente paso era producirla. Y los bancos no ayudaban”.
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Reconoce que fue una especie de travesía del desierto en solitario pero tenía las cosas muy claras. “Lo más importante en la vida es dar la cara y era lo que yo hacía. Me iba a los fabricantes de tejidos y les pedía que me financiaran y que en vez de cobrarme a sesenta días lo hicieran a ciento veinte. Muchas noches me costaba dormir ante lo que se venía encima. Lo que yo tenía claro es que saldría adelante y que además tenía que aprender”. En aquellos años, el tema de las licencias no existía y lo que hizo fue ir directamente a los grandes diseñadores. “Me fui a ver a Jesús del Pozo, que me gustaba mucho como lo hacía y le dije: 'mira, no quiero que me hagas un vestido de novia, quiero una colección completa'. Y con Lagerfeld lo mismo. Creo que en aquellos primeros encuentros estaban tan asombrados que me dijeron que sí, que muy bien”.
Mantiene la misma ilusión cada vez que se presenta una colección. “Recuerdo que iba por Barcelona en una vespa repartiendo los vestidos y también los conos de tela que dejaba en el taller. No sé como no me detuvieron”. En esos años era una especie de David luchando contra Goliat porque ya existían empresas potentes en el sector.
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“La diferencia era que mi producto era diferente. Y las novias lo veían. Y tuve la suerte de tener a personas que confiaron en mí y que siguen trabajando conmigo. Llegamos a la pandemia sin deber dinero y con un trabajo de microcirugía económico. Y he tenido momentos difíciles, pero te diré que a mí trabajar nunca me ha asustado. Y en cambio lo he pasado muy mal con los ataques indiscriminados por parte de la competencia, de mi exmarido, de gente que sin conocerme me daba cera”, explica.
El resumen que Rosa Clará hace de estos treinta años es el de haber "cumplido su sueño". "Estoy viviendo la etapa más feliz de mi vida. No tengo la misma responsabilidad hacia la empresa ni hacia mi hijo, que ya tiene su propia familia con Anne-Marie, una mujer admirable. Acabo de ser abuela y lo que me toca es disfrutar de mi nieta Chloe, de Josep, de mis amigos y de la vida”, concluye.
Si veinte años no son nada, como dice el tango que cantaba Gardel, para Rosa Clará celebrar las tres décadas de vida de su firma nupcial sí lo es. Estudió Derecho, carrera que no terminó porque en su cabeza había otra historia laboral. En el espacio tiempo que hay entre 1995, cuando decidió abrir su primera tienda en Barcelona, al 2025 actual han pasado por su calendario millones de experiencias vitales. Unas buenísimas, como ha sido siempre –y más ahora– la relación con su hijo Dani que la acaba de hacer abuela; el orgullo de un equipo que navega con buen viento sin necesidad de su presencia indispensable, o el haber encontrado al hombre de su vida. Una historia que bien podría servir para un guion de cine con Rosa Clará y Josep Artigas como protagonistas.