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La familia y amigos de Lola Flores la recuerdan en el 30 aniversario de su muerte: “Ser artista era su forma de vida, y su familia, su vida entera”
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RECUERDOS INÉDITOS

La familia y amigos de Lola Flores la recuerdan en el 30 aniversario de su muerte: “Ser artista era su forma de vida, y su familia, su vida entera”

Recuerdos en primera persona: Vanitatis se adentra en el universo de Lola Flores de la mano de Quique Sánchez-Flores, Mariola Orellana, José Mercé, Tomasito o las vivencias de Quintero contadas por su hija

Foto: Lola junto a sus hijos Antonio y Rosario en una imagen de archivo. (Europapress)
Lola junto a sus hijos Antonio y Rosario en una imagen de archivo. (Europapress)

Hay fechas que no se borran. No porque las repita el calendario, sino porque quedan fijadas en la memoria colectiva como una marca indeleble. Treinta años sin Lola Flores. No es una cifra redonda. Es un vacío que no ha cambiado de forma.

placeholder La cantante Lola Flores en una imagen de archivo (Gtres)
La cantante Lola Flores en una imagen de archivo (Gtres)

Lola se fue un día como hoy hace treinta años, acompañada por sus hijos, su hermana Carmen y su sobrino, Quique Sánchez-Flores, que la recuerda serena, recostada entre almohadones, con todos sus seres queridos repitiéndole: “Todo va a ir bien”. En un instante de lucidez y ternura, Lola se acercó a él y le susurró: “¿Tú eres tonto? Pues yo tampoco”. Fue su manera —tan suya— de nombrar lo inevitable. Un gesto mínimo, despojado de solemnidad, con esa espontaneidad que, según quienes la conocieron, definía su forma de estar en el mundo.

placeholder Lola Flores en una imagen de archivo. (Europapress)
Lola Flores en una imagen de archivo. (Europapress)

La noticia no tardó en llegar. Se propagó como tantas veces ocurre en España: de boca en boca, cruzando portales, deslizándose entre conversaciones breves y miradas que no sabían muy bien qué decir. El país entero pareció detenerse un momento. Desde entonces, su ausencia se ha llenado de presencias. Sigue en las imágenes, en los ecos de entrevistas que ya se han vuelto archivo; en un museo de su ciudad natal, Jerez de la Frontera.

placeholder Lola Flores, Lolita y Antonio González en una imagen de archivo (Gtres)
Lola Flores, Lolita y Antonio González en una imagen de archivo (Gtres)

Pero también quedó otra Lola, la de puertas adentro. La que no se veía. La que bajaba las escaleras en bata por la mañana, al ritmo lento de una casa que despierta, como recuerda Mariola Orellana. La que se ataba un delantal para cocinar, como rememora José Mercé. O la que, cada Nochebuena, abría las puertas de su casa a toda la familia y colocaba en cada plato un nombre. “Cada año cambiaba los nombres de sitio y siempre nos ponía donde teníamos que estar”, recuerda su sobrino, Quique Sánchez-Flores.

placeholder Mariola Orellana junto a Lola Flores en una imagen de álbum familiar. (Cortesía)
Mariola Orellana junto a Lola Flores en una imagen de álbum familiar. (Cortesía)

“Hay un patrón muy claro de lo que es la familia, que ya mis abuelos maternos demostraron con fraternidad y mucho cariño. La tía Lola lo siguió a rajatabla, haciendo de amparo y paraguas de absolutamente todo. Comencé a pasar las Navidades con ellos con seis o siete años, y la última vez que lo hice tenía treinta. Fueron más de dos décadas viendo cómo no perdía amigos, cómo cada año hacía más… En las últimas Navidades en su casa de La Moraleja logró reunir a tres generaciones de artistas. Estaban Joaquín Cortés, Alejandro Sanz… y luego las de siempre: Rocío Jurado, La Paquera de Jerez…”, cuenta Quique.

placeholder Lola Flores en una imagen de una de las celebraciones familiares. (Getty images)
Lola Flores en una imagen de una de las celebraciones familiares. (Getty images)

Allá por 1958, el paisaje cotidiano en la casa de los Flores era el de un hogar atravesado por el arte, el amor y una lealtad firme a lo familiar. “Ser artista era su forma de vida, y su familia, su vida entera”, dice Mariola Orellana. No era una dicotomía, no eran dos mundos separados: en Lola, lo escénico y lo doméstico se fundían sin fricción.

placeholder Lola Flores junto a su marido, Antonio González ´El Pescaílla´ y su hijo Antonio en una imagen de archivo. (Getty images)
Lola Flores junto a su marido, Antonio González ´El Pescaílla´ y su hijo Antonio en una imagen de archivo. (Getty images)

Siempre había tiempo para los hijos, para Antonio González Batista, ‘El Pescaílla’, su marido, para el hombre que fue compañero, padre de sus hijos y, en palabras suyas, el mejor artista que había conocido. Él prefería la calma, el ritmo sin prisa de la guitarra en casa, actuaciones con poca luz. Ella se abría al mundo, acudía a fiestas, conversaba con Ava Gardner, con Sophia Loren, con Frank Sinatra… nombres que hoy parecen parte de otra época. Pero al volver, volvía entera, sin desdoblarse: era madre, hermana, tía, amiga.

placeholder Lola Flores en una de las grandes fiestas. (Getty images)
Lola Flores en una de las grandes fiestas. (Getty images)

Cuando volvía a Jerez, lo primero era llamar a sus amigas de siempre. No hacía falta protocolo. Con una llamada bastaba para que la casa se llenara. “Montaba unas fiestas buenísimas”, recuerda José Mercé. A veces en casa de Manuel Alejandro en la calle Merced, en el barrio de Santiago, donde tantos momentos quedaron guardados sin necesidad de ser contados. “Ella conservaba esas amistades de infancia, las cuidaba mucho”, relata Mercé.

placeholder José Mercé junto a familiares y amigos de Lola en un homenaje a La Faraona en 2003. (Europapress)
José Mercé junto a familiares y amigos de Lola en un homenaje a La Faraona en 2003. (Europapress)

Lola no fue solo un icono del folclore y una figura popular que trascendió su tiempo. Fue un fenómeno social y cultural, pero también algo más silencioso: una descubridora. Tenía un ojo preciso para el duende, incluso en quienes aún no sabían que lo tenían. Recorrió rincones de Andalucía rescatando voces y nombres que, con ella, encontraban un sitio. “Vino a actuar al Teatro Villamarta de Jerez y mi madre, que era muy fan, se coló en el camerino. Le dijo: ‘¡Mira, Lola, cómo baila mi niño!’ Yo tenía doce años. Me puse a bailar”, recuerda el artista Tomasito. Quien dos años después, ya la acompañaba a platós de televisión.

placeholder Tomasito con tan solo once años bailando. ( @tomasitooficial_)
Tomasito con tan solo once años bailando. ( @tomasitooficial_)

No estaba sola en esa misión. A su lado, Mariola Orellana —productora, gestora, fundadora de la Sala Caracol, un espacio que en los años noventa fue uno de los epicentros culturales de Madrid — recuerda su impulso como algo natural. “Siempre le daba su lugar a todos los artistas”, cuenta. Y no lo hacía desde la distancia, sino con la cercanía de quien se implica. “Llegaba con su lista y me decía: ‘Mariola, tiene que venir este, luego el otro…’. Fue entonces cuando me habló de Tomasito, de Las Peligro, de Remedios Amaya... Me hacía la programación”, rememora entre risas.

placeholder Lola Flores y Mariola Orellana en una imagen. (Cortesía)
Lola Flores y Mariola Orellana en una imagen. (Cortesía)

“Cuando eres un niño no te das cuenta de muchas cosas”, afirma Tomasito. “Pero cuando fui creciendo, alucinaba con lo grande que era”. No se refiere solo al escenario. Habla de su presencia, de la forma en que la admiración parecía seguirla a cada sitio. “A donde llegaba, era un aplauso. Cada programa que hacíamos desataba la locura”. Y no olvida el impulso que le dio: “Gracias a ella grabé mi primer disco. Te daba libertad para hacer lo que quisieras. Me dijo: ‘Tú cantas rock and roll por bulerías, tienes que grabar un disco’”. No fue una frase suelta. Fue una dirección clara. Y tuvo forma: Torrotrón, su primer álbum, nació de ese empujón.

placeholder Lola en una imagen de archivo con sus hijos. (Europapress)
Lola en una imagen de archivo con sus hijos. (Europapress)

José Mercé, con la gracia jerezana intacta, lo resume con una frase que suena a broma pero encierra una verdad: “Que alguien necesitara algo y no se cruzara con Lola...”. Hace una pausa y se queda un momento en silencio. Luego añade: “Es que ella vivía para los demás. Tenía un corazón tan grande… Todo lo que te cuente de Lola es poco”. “En Navidad, cuando ya estaba toda la familia reunida, siempre había dos o tres personas más: su peluquero, o alguien a quien conocía y sabía que iba a pasar esas fechas en soledad. Los sentaba en la mesa familiar, en la cena más íntima”, recuerda su sobrino Quique, dejando entrever que, aunque organizaba grandes celebraciones, para Lola nadie debía quedarse fuera. Ni siquiera en la cena de los suyos.

placeholder Lola Flores junto a su hermana Carmen Flores en una fotografía de álbum familiar. (Cortesía)
Lola Flores junto a su hermana Carmen Flores en una fotografía de álbum familiar. (Cortesía)

Lola no solo generó momentos únicos sobre los escenarios o frente a las cámaras. También lo hizo, inesperadamente, en el terreno de juego. Algunos partidos que se jugaban entre Madrid y Andalucía enfrentaban a dos equipos inolvidables: Las Folclóricas y Las Finolis. Así lo rememora Quique Sánchez-Flores, que con apenas ocho años acudió como espectador a uno de aquellos encuentros. Aún conserva vívido el recuerdo de uno en concreto, disputado en el campo del Rayo Vallecano. “Antes del pitido inicial, cuando el árbitro tiraba cara o cruz, ellas se arrancaban. ¡Olé, olé!, y empezaban a cantar, a bailar… Era la bomba”, cuenta entre sonrisas. Las Folclóricas eran el equipo de Lola, de su madre —Carmen Flores—, de Rocío Jurado… mientras que Las Finolis, explica, “eran más cantantes que folclóricas”.

placeholder Lola Flores junto a su hermana, Carmen Flores. (Cortesía)
Lola Flores junto a su hermana, Carmen Flores. (Cortesía)

A mi madre le encanta el fútbol. Era la goleadora de Las Folclóricas. Siempre ganaban con sus goles”, cuenta, divertido. Y añade un recuerdo más íntimo: “Mi tía Lola tenía mucho respeto por el talento. A medida que fui creciendo y veía que jugaba en equipos importantes, o que llegaba a la selección española, me hablaba con admiración y era una maravilla escucharla. Ella entendía que no era solo darle patadas a un balón, que hacía falta talento”. Carmen destacaba en el fútbol, pero vivía a la sombra de una estrella. “Mi madre nunca sintió envidia. Se hizo artista de manera natural porque Lola la empujó, y porque quería sacar a su familia adelante”, cuenta Quique. “Cuando mi madre se separó, ella nos llevó a casa de mis abuelos. Nos acogieron de golpe: cinco personas. Pasaron de una jubilación tranquila a convivir con cuatro niños pequeños y una hija —mi madre— de vuelta en casa”. Un episodio que nos devuelve al principio de la conversación, a esa generosidad heredada de la que hablaba.

placeholder  A la derecha Quique Sánchez-Flores junto a su madre y sus hermanos en una imagen de álbum familiar. (Cortesía)
A la derecha Quique Sánchez-Flores junto a su madre y sus hermanos en una imagen de álbum familiar. (Cortesía)

De esos retratos de hogar, Quique se emociona también al evocar los momentos compartidos con su primo Antonio. “De niños íbamos algunos sábados a su casa, mi hermano y yo; pasábamos la tarde viendo películas en CinExin, el proyector de entonces, o escuchándole tocar la batería, que era impresionante. Desde niño tenía muchísimo talento musical”.

placeholder Lola Flores y su Antonio en una imagen de archivo. (Gtres)
Lola Flores y su Antonio en una imagen de archivo. (Gtres)

La familia Flores creció bajo un aura de cariño, pero también atravesó momentos difíciles, que Quique rememora con delicadeza. Lola convivió con un cáncer durante más de veinte años y con los problemas de su hijo Antonio. “Ella nunca quiso ponerse como ejemplo de nada. Vivió su enfermedad y la circunstancia de Antonio con la conciencia de que es una realidad que atraviesan miles de familias. Aunque pareciera siempre ocupada, entretenida… nunca dejaba de atender su hogar. Siempre sabía lo que había que hacer, y teníamos la suerte de que Antonio la seguía fielmente. Siempre he pensado que si mi tía Lola no se hubiera ido, mi primo Antonio tampoco”. Treinta años atrás, Quique se despidió también de su primo, apenas quince días después de la muerte de Lola.

placeholder Quique Sánchez-Flores junto a su primo Antonio Flores en una imagen de álbum familiar. (Cortesía)
Quique Sánchez-Flores junto a su primo Antonio Flores en una imagen de álbum familiar. (Cortesía)

Algunos momentos que forman parte del recuerdo de quienes la quisieron van acompañados de frases que han pasado a la historia. Algunas son conocidas; otras, parte del inventario íntimo de las relaciones que se tejieron en la privacidad. Mariola Orellana, que la representó durante años, guarda cientos, pero recuerda especialmente la grabación del último programa de Ay Lola, Lolita, Lola. “Estaba atacada de los nervios, y yo le pregunté: ‘¿Cómo va a estar nerviosa Lola Flores?’ Ella me respondió: ‘¡El día que no lo esté, no valdré un duro! ’”

placeholder Jesús Quintero junto a Lola Flores en una entrevista. (Cortesía)
Jesús Quintero junto a Lola Flores en una entrevista. (Cortesía)

Fue precisamente en televisión y también en radio donde Lola compartió momentos memorables junto a Jesús Quintero. Hoy, su hija, Andrea Quintero, rememora la cantidad de anécdotas que su padre llevaba a casa tras aquellos encuentros entre micrófonos y cámaras. “Lola es, sin duda, una de las mujeres que mi padre más ha admirado. Recuerdo particularmente las entrevistas de la época de la radio, en El loco de la colina, por la admiración que se percibía en su voz, tan reconocible para mí. Hablaban de todo, y yo conservo especialmente aquellas conversaciones en las que Lola abordaba temas como el ecologismo... hace cuarenta años. Mi padre le decía: ‘¡Lola, tú vas siempre un paso por delante!’. Y ahora que hemos llegado a ese futuro al que ella ya miraba, resulta impactante”, relata Andrea.

placeholder Lola Flores durante la Feria de Sevilla. (Europapress)
Lola Flores durante la Feria de Sevilla. (Europapress)

“Recuerdo que mi padre tenía muy presente el amor que Lola sentía por los suyos, lo ponía como ejemplo. A menudo hablaba de una entrevista en la que le preguntó por Lolita y comentaron lo difícil que podía ser diferenciarse con referentes tan fuertes. Él empatizaba profundamente con esas palabras, pensaba en mi hermana y en mí. Las respuestas de Lola le llevaban a reflexiones que transformaba en consejos para nosotras” cuenta Andrea, que recuerda también que a principios de los noventa Lola era una habitual en las fiestas que su padre organizaba en semana santa. “Mi tía recuerda verla cantar saetas desde el balcón que tenía papá”. “Una semana antes de irse, ella se fue a la Semana Santa de Sevilla. Fue vitalista hasta el final” cuenta Mariola emocionada.

placeholder Lola Flores (izquierda) junto a su hermana Carmen (derecha), en una imagen de archivo (Gtres)
Lola Flores (izquierda) junto a su hermana Carmen (derecha), en una imagen de archivo (Gtres)

Aunque los relatos son recuerdos, Mariola los vio materializados cuando inició la investigación y la recopilación para el Centro Cultural de Lola Flores de Jerez. “Había cartas de todo tipo. Ella lo guardaba todo, hasta su primer contrato. Parecía como si desde niña, desde esa primera firma ella supiera que iba a ser grande” relata Mariola. “Lo era todo, no solo artista, era productora, directora, pintora, escritora, gestora, se diseñaba su ropa…” cuenta mientras recuerda un retrato que pintó de sus nietas: ´Alba y Elena cuando tengan dieciséis años´ así lo llamo. “Y es que están igual, lo clavó”.

placeholder Lola junto a sus nietas Alba y Elena. (@elenafuriase)
Lola junto a sus nietas Alba y Elena. (@elenafuriase)

Visionaria, folclórica, artista, cantante, musa... No hay adjetivos que logren contener el tamaño de su legado. Y sin embargo, al hablar con algunos que la conocieron, todo termina desembocando en lo esencial: familiaridad, lealtad y fortaleza. Lola no solo sostuvo a una familia que, treinta años después, sigue latiendo unida. Levantó un linaje que hoy la honra con el mismo compromiso con el que ella vivió: arte y humildad como forma de estar en el mundo. ¿Hay una familia con más duende que la de los Flores? Esa es la pregunta que, con media sonrisa, deja suspendida en el aire Mariola Orellana.

placeholder Carmen Flores junto a su sobrina Rosario Flores. (Europapress)
Carmen Flores junto a su sobrina Rosario Flores. (Europapress)

“Aunque hablo por mí, creo que vale para todos. Hemos seguido una intuición, una pasión. Nunca por la meta, sino por el impulso de avanzar etapa a etapa. Cada uno en lo suyo —series, teatro, música, en mi caso el fútbol—, pero todos con el mismo motor: hacer lo que nos gusta, sin ambición desmedida, simplemente trabajando”, termina diciendo Quique Sánchez-Flores.

Treinta años después, su estirpe sigue caminando sin estruendo, sin pretensión, con una fidelidad silenciosa a lo que Lola fue y les enseñó: vivir con arte, trabajar con verdad y construir sin prisa. Lo que queda es más que memoria: es una manera de estar en el mundo. Eso, al final, también es herencia.

Hay fechas que no se borran. No porque las repita el calendario, sino porque quedan fijadas en la memoria colectiva como una marca indeleble. Treinta años sin Lola Flores. No es una cifra redonda. Es un vacío que no ha cambiado de forma.

Lola Flores