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Diez años sin la 'Divina'
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murió el 23 de julio de 2004

Diez años sin la 'Divina'

“A mí plín, yo soy Ordóñez Dominguín”. La autora de la frase, una vividora en toda regla, fallecía hace ahora diez años, un 23 de julio de 2004, con ese lema vital

“A mí plín, yo soy Ordóñez Dominguín”. La autora de la frase, una sibarita en toda regla, fallecía hace ahora diez años, un 23 de julio de 2004, con esa frase como lema vital. Ese día, el cuerpo sin vida de Carmen Ordóñez era encontrado por su asistenta en la bañera de su domicilio. La Carmina que entonces colaboraba en el programa de Telecinco A tu lado, la madre de Francisco Rivera o la protagonista de innumerables parodias televisivas de todo tipo, dejaba el mundo de los vivos y pasaba a convertirse en leyenda del papel couché. Sin embargo, existe una Carmen Ordóñez maternal, solidaria y rodeada de leyendas del siglo XX, una que va más allá de la que conocieron el común de los españoles. Esa otra Carmen fue aquella que, por ejemplo, estaba presente un lejano 7 de mayo de 1987 en el entierro de las cenizas de su ‘tío Orson’, apodo que le dedicó al autor de Ciudadano Kane y uno de los más grandes cineastas de la historia, Orson Welles. “En segunda fila, muy atenta y visiblemente triste, se encontraba Carmen”, declara a Vanitatis uno de los periodistas, presentes durante aquella calurosa jornada en la finca Recreo de San Cayetano, propiedad de Antonio Ordóñez y lugar en el que Welles quiso descansar después de muerto.

El director de Sed de Mal fue uno de los hombres que pasaron por la vida de la Carmen Ordóñez niña, de la hija de enormes ojos negros del torero Antonio Ordóñez y de Carmen Dominguín, un “caramelo” para la prensa, como declara este periodista y como aseguran otros que la conocieron antes de que su rostro fuese uno de los fijos en las portadas de revistas del corazón. Carlos Telmo, que hace tan sólo unos días acudía a la boda religiosa de su hijo Fran, es uno de ellos. Recuerda el día exacto en el que, hace 45 años, las conoció a ella y a su hermana Belén, una tarde que recordará siempre. “Las conocí a las dos el día que Belén cumplió 13 años. Mi vida cambió con ellas, porque yo era un chico normal y corriente de Ronda que jamás había conocido algo así”.

Por aquel entonces, ya se marcaban notorias diferencias entre las dos hermanas adolescentes, entre la seria Belén y la efervescente Carmen. “Era la mejor, por ejemplo, a la hora de poner motes”, exclama Telmo. La prueba de su carácter apasionado, la da una puesta de largo a la que invitaron a Belén y en la que ‘Carmuca’, tal y como la llamaba su padre, se presentó por sorpresa acompañada de Carlos Telmo. “Ella iba guapísima. Llevaba un vestido como de bambú y volantes. Íbamos con muchos gitanos y cuando se rompieron la camisa yo me quedé escandalizado y ella se empezó a reír de mí. Me llamó cateto porque no sabía que se hacía en señal de respeto”, recuerda. “Lo que más le gustaba era reírse de todo”, añade. Poco antes de casarse con Paquirri también era conocida de Cari Lapique, que rememora cómo sus padres y los de ella eran amigos y eso hizo que se conocieran desde la infancia. “Era una niña alegre, divertida y guapísima. Además, le interesaron los toros desde muy pequeña, ya que estaba en la plaza desde que era una niña. Siempre la recuerdo como una persona muy libre”, afirma.

Si hay algo que Lapique cree que afectó profundamente la personalidad de Carmen, hasta el punto de marcar su personalidad posterior, fue la muerte de su madre, acaecida en 1982. “Su madre manejaba muy bien la familia. Le afectó muchísimo esa muerte, porque su padre era torero y en muchas ocasiones estaba fuera de casa. Antes, los toreros que iban de gira estaban más tiempo por ahí. Hoy en día se van a América y están tres días. Con las comunicaciones de antes, estaban tres meses. Era mucho más complicado verle”.

Entre toros, amores fallidos y viajes a Marruecos

Como si tuviese que beberse la vida a grandes sorbos, se acabó casando con Paquirri, otro torero, el 16 de febrero de 1973, cuando sólo tenía 17 años. La boda fue un ‘shock’ para aquellos que la conocían como una adolescente alocada y feliz. Un paso demasiado serio para una niña que crecía demasiado rápido: “El día que fuimos a la boda y vimos a tantos periodistas, dijimos ¿esto qué es?, dice Telmo. Para muchos de sus amigos, ese enlace que se celebró en la sala Florida Park del Retiro de Madrid fue más una fiesta juvenil de quinceañeros que una boda. “Si ambos se hubiesen encontrado después, siendo ella más mayor, no se habrían separado. La familia de ella no debería haberla dejado casarse tan joven”, añade.

Como era de esperar dada la juventud de los contrayentes, el amor se acabó en 1979, y Telmo ejerció de testigo de la nulidad matrimonial. Aunque tras la muerte de Paquirri protegió con uñas y dientes los objetos y el patrimonio que habrían de heredar sus hijos, Fran y Cayetano, hasta el punto de enemistarse con Isabel Pantoja, Telmo considera que fue “muy generosa en esos momentos tan complicados. Ella renunció a todo cuando Paquirri murió”. La teoría de Telmo se cumple en el barrio de Triana, donde aún se recuerdan sus ayudas a personas que no tenían absolutamente nada y vivían con enormes carencias. Incluso las exclusivas en las que posó una y mil veces junto a sus hijos, estaban motivadas, según un periodista, “porque a su familia no le faltase de nada. No había tanto afán de protagonismo o de dinero fácil como la gente cree”.

Las exclusivas se multiplicaron cuando se casó con Julián Contreras, con el que tuvo a su tercer hijo, Julián. El ‘boom’ de la prensa del corazón vivido en España durante los 80 la tuvo a ella como uno de sus innegables referentes. Sus viajes a Marruecos, la tierra que se convirtió en su segunda casa, sus declaraciones o los primeros romances de sus hijos, aparecieron religiosamente en la prensa, así como otros momentos que quedarían siempre en su memoria como la boda de su hijo Francisco con Eugenia Martínez de Irujo o la muerte de su padre, que tuvieron lugar en 1998.

Por entonces, incluso en sus apariciones televisivas, el público notaba la intensidad con la que se expresaba y con la que parecía hacerlo todo. Ni su fallido tercer matrimonio con Ernesto Neyra, que finalizó con acusaciones de malos tratos en 1999, ni las informaciones sobre sus visitas a clínicas de desintoxicación empañaban esa energía casi pueril, inocente y algo naif para una mujer que había superado la frontera de los 40 años y que aún seguía impresionando por su belleza. “Era guapa hasta cuando se despertaba con la cara lavada”. El 23 de julio de 2004, esta hija y madre de torero, esa niña mimada por el mismísimo Hemingway, fallecía. Como un símbolo pop, como una heroína postmoderna de la televisión y la prensa de cotilleos, Carmina Ordóñez vivió una vida espectáculo y se convirtió en un ejemplo actual de la narración pública de las pasiones humanas, esas que siempre conducen al fracaso de los hombres. Y a la ‘divina’, precisamente, nunca le faltó pasión en todo aquello que hizo.

“A mí plín, yo soy Ordóñez Dominguín”. La autora de la frase, una sibarita en toda regla, fallecía hace ahora diez años, un 23 de julio de 2004, con esa frase como lema vital. Ese día, el cuerpo sin vida de Carmen Ordóñez era encontrado por su asistenta en la bañera de su domicilio. La Carmina que entonces colaboraba en el programa de Telecinco A tu lado, la madre de Francisco Rivera o la protagonista de innumerables parodias televisivas de todo tipo, dejaba el mundo de los vivos y pasaba a convertirse en leyenda del papel couché. Sin embargo, existe una Carmen Ordóñez maternal, solidaria y rodeada de leyendas del siglo XX, una que va más allá de la que conocieron el común de los españoles. Esa otra Carmen fue aquella que, por ejemplo, estaba presente un lejano 7 de mayo de 1987 en el entierro de las cenizas de su ‘tío Orson’, apodo que le dedicó al autor de Ciudadano Kane y uno de los más grandes cineastas de la historia, Orson Welles. “En segunda fila, muy atenta y visiblemente triste, se encontraba Carmen”, declara a Vanitatis uno de los periodistas, presentes durante aquella calurosa jornada en la finca Recreo de San Cayetano, propiedad de Antonio Ordóñez y lugar en el que Welles quiso descansar después de muerto.

Julián Contreras Cari Lapique Isabel Pantoja
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