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Felipe VI, Papá Noel y mi sobrina
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CUANDO EL REY ENTRA EN CASA

Felipe VI, Papá Noel y mi sobrina

De estupefacción fue la expresión que puso mi sobrina al ver a un señor de barba blanca sentado en su salón hablándole en tono serio directamente a ella

Foto: Ilustración de Felipe VI. (Jate)
Ilustración de Felipe VI. (Jate)

Es normal. Llevaba todo el día portándose bien. Colocó la mesa, recogió los juguetes, cuidó con especial delicadeza de su hermanito recién nacido. Todo el día pendiente de sus abuelos en un intento de colaboración más que eficiente para sus recién cumplidos cuatro años. “Se cree que le está viendo Santa Claus” aclaró de golpe su madre para mi sorpresa. Me lo creí.

Foto: Eva Sannum, en una imagen de archivo. (Getty)

Simulan en mi nueva familia la llegada de los regalos con un ingenioso control remoto del timbre que encienden, como nunca en todo el año, los increíbles ojos azules de mi sobrina. Me temo que a la velocidad que crece su entendimiento, el año que viene ya nos tocará negarle que los regalos los deja un repartidor de Amazon. Pero de momento, la ilusión de la llegada a su puerta del señor de los regalos es todo un acontecimiento para ella. Lo acreditan sus deseos de colaboración y su impaciencia, ambos más que evidentes por repetidos, a lo largo de toda la tarde de Nochebuena.

placeholder Congreso Anual de Santa Claus del parque de atracciones de Bakken, Dinamarca, en 2014. (EFE/Foto: Soeren Bidstrup)
Congreso Anual de Santa Claus del parque de atracciones de Bakken, Dinamarca, en 2014. (EFE/Foto: Soeren Bidstrup)

A las nueve de la noche ya había preguntado unas quince veces por Santa Claus. Con los platos de los aperitivos sin recoger, fruto de los primeros síntomas de decepción, y con cierto tono de incipiente cabreo centró su atención en la tele al aparecer otro de esos anuncios que explotan comercialmente lo que en realidad fue un día un simple repartidor de Coca-Cola. Estupefacción, que cuando es infantil es muy divertida de ver en sus caras, fue la expresión que puso al ver a un señor de barba blanca sentado en su salón hablándole en tono serio directamente a ella. No entendía nada. Ni rastro de renos ni de gorros rojos. A los dos minutos escasos se dio la vuelta y, con la habilidad natural de los niños pequeños para concentrar la plena atención de toda familia moderna, nos soltó la pregunta de la noche: “Pero…. ¿Quién es este señor?”

Puso cara de querer entender lo que significaba rey de España. Y, aunque su mente estaba claramente en otro sitio, acertó a seguir preguntando. “Y… ¿por qué habla?” La unanimidad en la respuesta de la primera pregunta contrastó con las diferentes explicaciones que dieron los variopintos miembros de mi nueva unidad familiar. Por supuesto que Olivia, antes de que terminara de contestar su tío David, mi cuñado progre y adoctrinador, ya estaba comprobando en la puerta que seguían intactas las galletas y la zanahoria. Material que había dejado para la pertinente atención de hombres y bestias encargados de traer desde tan lejos la efímera felicidad que en realidad dan los juguetes. Les dura mucho más la emoción de recibirlos que la satisfacción de manejarlos. Su padre, en la persecución del realismo que merece su primogénita, es el que muerde la zanahoria cuando disimuladamente deja los regalos en la puerta entre el primer y segundo plato.

placeholder Felipe VI durante su discurso navideño. (Reuters)
Felipe VI durante su discurso navideño. (Reuters)

A David le contestó su padre tratando de recuperar el protagonismo perdido con la presencia de tanto nieto. En un discurso académico, fruto de su pasado de estricto y estructurado profesor de instituto, razonó las virtudes del evento anual de mensajería real. David, entregado a la causa de la milagrosa desaparición del paté, optó por no alargar el debate. Confieso que me quedé con ganas de preguntarle por su posición respecto a la producción del manjar que se acababa de ventilar en solitario pero bastante teníamos con una sola polémica.

Alberto, el padre de Olivia, con su informática consciencia trató como siempre de encontrar espacios comunes que evitaran el despeño de la armonía familiar que nos imponemos estos días. Pero era el turno de ellas. Cuñadas, hermanas y concuñadas no iban a renunciar a su turno de opinión por el menor objetivo de una cena calma y grata.

Merce, de profundas raíces manchegas, fue la más contundente en su argumentación sobre la ley y el orden.

Ana, que a pesar de sus dos hijos sigue siendo una libertaria por dentro, dejó salir sus principios con ese tono intenso que da ser la única que no había probado, probado es un eufemismo, el cava de Mercadona que les llevé de regalo.

Sara, incluso con mis uñas profundamente clavadas en su pierna, no tuvo más remedio, hormonas mandan, que marcar el territorio que se le supone a la hermana mayor en estos casos.

La abuela, desde su forzada inmovilidad, me pedía ayuda con los ojos. Improvisé, sin mucha convicción en el resultado, preguntas que trataran de cambiar el ángulo. Que se alejaran del tópico del debate sobre la monarquía. Para mí es mucho más de fondo el asunto de que alguien tenga la opción de congregarnos en torno a un mensaje. Así que propuse el juego de que eligieran cada uno a alguien que aprovechara mejor la oportunidad de tener a todas las familias reunidas, obviemos el escenario Covid, para unirnos de verdad en una consensuada estrategia de sociedad y de futuro.

placeholder Felicitación navideña de los reyes de España junto a sus hijas. (EFE/Casa De SM. el Rey)
Felicitación navideña de los reyes de España junto a sus hijas. (EFE/Casa De SM. el Rey)

Más que escuchando sus respuestas, me divertí especulando con la encuesta si alguien consiguiera trasladarla a gran escala. Y que tuviera un resultado vinculante. Imaginarme a C Tangana empezando su discurso con aquel famoso “La Rosalía y yo os deseamos…”, junto con la sexta copa de cava, lanzaron una inoportuna carcajada en plena respuesta de mi suegra. Superé la incomodidad del desajuste carcajada-suegra visualizando a Jorge Javier reclamando consenso y unión a los españoles.

Para cumplir con la cuota entre las candidatas femeninas ya tuve que tirar de Google. Me atascaba siempre en Belén Esteban. Por otro lado, si resulta que ve más gente a la Pedroche en bolas, navideñas, que al Rey de España pues no veo por qué no aprovecharlo. Seguro que con un par de charlas conseguimos estructurar alguna propuesta a través de ella. Transparencia no le falta.

Mi falta de hábito con el cava, solo comparable a mi falta de experiencia en el trato de mi familia política –era mi primera cena navideña con ellos- alargaron mi paranoia de personajes elegibles para tan real misión hasta la cama. Me di cuenta de que había llegado demasiado lejos cuando tomé conciencia de estar durmiendo en el sofá por las contundentes indicaciones de mi futura cónyuge.

Me quedé dormido pensando que quizá un término intermedio sería ver a Felipe VI algo más caracterizado. De manifestante o rapero, de presentador de bodrio televisivo, de futbolista, que también tiene su público, de exhistérica o “ponecuernos”. Pero si puedo proponer alguna idea para aumentar el calado de su mensaje y teniendo en cuenta que lo importante es trabajarse a los clientes del futuro, propondría yo un buen gorro de Papá Noel que evitara las preguntas incómodas en las cenas de Navidad de una niña de cuatro años.

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Es normal. Llevaba todo el día portándose bien. Colocó la mesa, recogió los juguetes, cuidó con especial delicadeza de su hermanito recién nacido. Todo el día pendiente de sus abuelos en un intento de colaboración más que eficiente para sus recién cumplidos cuatro años. “Se cree que le está viendo Santa Claus” aclaró de golpe su madre para mi sorpresa. Me lo creí.

Rey Felipe VI
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