La vuelta del Toisón de Oro a Zarzuela tras la muerte de Isabel II, un asunto con histórica polémica
Isabel II recibió de don Juan Carlos el vellocino del Toisón de Oro, pero no el collar, ya que el de su abuelo Jorge V no fue devuelto. Se desconoce si tras su muerte, regresará el conjunto entero a España
Han transcurrido dos meses desde el fallecimiento de la reina Isabel II y la prensa británica continúa elucubrando sobre el desconocido y secreto reparto de la fortuna de la soberana que, por su enorme cuantía y por la gran variedad de la naturaleza de la masa hereditaria, debe de llevar de cabeza a los asesores y a las mentes privilegiadas que se ocupan de ello en ese amplio conjunto de funcionarios que trabajan para la pesada maquinaria de la Casa Real británica (el Royal Household).
Una herencia estimada, a la baja, en los 650 millones de libras esterlinas y compuesta por castillos y palacios (a Balmoral se le calcula un valor de 140 millones de libras y a Sandringham, otros 65), predios rurales y fincas urbanas, una gran cartera de acciones, valores e inversiones, dinero líquido, obras de arte, valiosas joyas y numerosos objetos de valor. Todo un gran tinglado en el que se hace difícil separar los bienes puramente privativos de los que son propiedad de la Corona o que derivan de ella en forma de cuantiosas rentas.
Una testamentaría de infarto que tardará largo tiempo en resolverse, sumada al desmontaje de la casa personal de la reina con despidos, recolocación de personal administrativo y de servicio, remodelación de habitaciones y estancias privadas, y disposición de muchas cuestiones menudas pero simbólicamente importantes. Entre ellas, la obligada devolución al rey Felipe VI del gran collar de Orden del Toisón de Oro, probablemente la más prestigiosa del mundo, que le fue concedida a Isabel II por el rey Juan Carlos en 1988 tras la histórica apertura de la orden a las mujeres, iniciada tres años antes con su concesión a las reinas Margarita II de Dinamarca y Beatriz I de Holanda.
Un tema con derivaciones históricas, dado que cuando el collar fue concedido a Isabel II, la casa real española le entregó únicamente una valiosa venera (la insignia del collar, que es el vellocino o piel de cordero de oro) recamada de pedrería, pero no le dio el más imponente collar, como hubiera debido ser en buena ley. La razón: que cuando en 1935 murió su abuelo el rey Jorge V, nunca retornó el collar que éste había recibido en 1893, cuando todavía era duque de York, de la reina regente María Cristina de España.
Un asunto que aquel año de 1935 estuvo sujeto a una gran polémica, pues fallecido el soberano, la corte de San Jaime se debatió entre si devolver el collar al rey Alfonso XIII, por entonces en el exilio pero aún gran maestre de la orden en su calidad de jefe de la casa real de España, o a las autoridades republicanas españolas, que lo reclamaban por considerarlo orden del Estado. Algo que finalmente se resolvió con la no devolución de la pieza, cuando España estaba a puno de entrar en su guerra civil y en Londres de consideró prudente, o interesado, quedárselo.
Una clara irregularidad en la historia de esta orden de caballería que ahora podría subsanarse con el retorno de aquel collar a la espera de que en una esperada visita oficial del nuevo rey Carlos III a España en próximos años sea don Felipe quien quiera agraciarle con una nueva concesión, como sería lo tradicional habida cuenta de la larga historia de concesiones a reyes y a príncipes británicos. Una relación que comenzó allá por 1814, cuando tras la restauración del Fernando VII como rey de España tras las guerras napoleónicas, éste quiso premiar con la orden al entonces príncipe regente de Gran Bretaña, el futuro Jorge IV, que gobernaba en nombre de su padre, el rey loco Jorge III. Hasta aquel momento los estatutos de la orden sólo permitían su concesión a católicos, pero para la ocasión el rey de España solicitó el permiso del papa Pío VII, cuya lentitud en el proceder facilitó que en el ínterin el príncipe inglés recibiera el Toisón de Oro del emperador de Austria-Hungría, que atesoró junto al español recibido después.
Jorge IV se sintió halagado y orgulloso de pertenecer a la orden, haciéndose retratar con su insignia. Y tanto es así que mandó diseñar para sí una rica venera del vellocino cuajada de pedrería en la que, según la leyenda, mandó insertar parte del fabuloso diamante Hope que unos años atrás, en 1792, había sido robado de las joyas de la corona de Francia. En 1834, el agraciado fue su hermano el rey Guillermo IV. Le siguieron el príncipe consorte Alberto, esposo de la reina Victoria, en 1841; sus hijos el príncipe de Gales (futuro Eduardo VII) y los duques de Connaught y de Edimburgo; su nieto, el citado Jorge V; y el primogénito de éste, el futuro duque de Windsor, en 1912.
En la larga historia de la orden, fundada en 1430 por el duque Felipe de Borgoña para conmemorar su matrimonio con la infanta Isabel de Portugal, son pocos los valiosos collares que o no se devolvieron o estuvieron a punto de no retornarse. Ahí están son los casos del que fue propiedad del príncipe Felipe de Borbón de las Dos Sicilias, tío abuelo del rey Juan Carlos y fallecido en el anonimato total en Canadá en 1949, o del de su hermano el príncipe Rainiero, que por desacuerdos dinásticos nunca fue devuelto a don Juan de Borbón. Caso particular es también el de la condesa Brassova, viuda del gran duque Miguel Alexandrovitch de Rusia, asesinado en la Revolución Rusa en 1918, que a falta de fondos lo intentó sacar a pública subasta, consiguiendo don Alfonso XIII rescatarlo finalmente a cambio del pago de 200 libras esterlinas de los años 20.
El número máximo de caballeros es de 51, aunque en la actualidad hay únicamente 16. Y con el fallecimiento de la reina Isabel y la entrada de las mujeres en la orden, las únicas portadoras vivas de esta distinción son las citadas reinas de Dinamarca y de Holanda -Beatriz- y la princesa de Asturias, doña Leonor, a la espera que don Felipe decida concedérselo también a la infanta Sofía, por ser el Toisón un emblema históricamente asociado a la dignidad de infante de España.
Han transcurrido dos meses desde el fallecimiento de la reina Isabel II y la prensa británica continúa elucubrando sobre el desconocido y secreto reparto de la fortuna de la soberana que, por su enorme cuantía y por la gran variedad de la naturaleza de la masa hereditaria, debe de llevar de cabeza a los asesores y a las mentes privilegiadas que se ocupan de ello en ese amplio conjunto de funcionarios que trabajan para la pesada maquinaria de la Casa Real británica (el Royal Household).