Marlene Dietrich, el día que el 'ángel azul' pasó por el Retiro y fue a una corrida de toros
La estrella alemana ya era un mito cuando llegó a Madrid en el verano de 1960. Los titulares son tan históricos como el lleno que logró con su actuación
Marlene Dietrich no era una diva fácil (pensándolo bien, ¿cuál lo fue?). Cuando el actor Maximilian Schell la visitó en París para rodar un documental sobre su vida, ella, ya octogenaria, impuso su propio decálogo. Entre las normas, nada de cámaras que registrasen su avejentado rostro. La musa de Josef von Sternberg no quería que el público viese que ya no era el 'ángel azul' de los años 30. Schell, que se las vio y se las deseó para completar su trabajo recurriendo a imágenes de archivo, le preguntó si creía en la vida más allá de la muerte. “Eso son tonterías. No voy a creer que estamos todos volando allí arriba”, le dijo con ese escepticismo que enamoró a millones de espectadores. Falleció poco tiempo después, un 6 de mayo de 1992, y la corte de admiradores que acudió a su funeral, en la iglesia de la Madeleine, parecía un ejército.
Pensándolo bien, la Dietrich pudo ser una alemana bajita y regordeta más si no fuese porque Von Sternberg la vio en uno de aquellos cabarets berlineses que poblaban la capital alemana en los años 20 del siglo pasado. Aquella noche, el ímpetu de la joven corista disolvió su capacidad de raciocinio. Tan loco se quedó con ella que, días más tarde, el director le hizo una prueba de cámara. Y entonces llegó la proposición en firme para transformarla en Lola, la mujer capaz de convertir a un anodino profesor en un bufón rendido a sus encantos en ‘El ángel azul’.
Aquella fue la primera película sonora alemana y su éxito hizo que medio planeta se enamorase de las piernas de Marlene, uno de sus bienes más cotizados. Lo que pocos sabían es que, antes del estreno, Sternberg había enviado varias secuencias de la cinta a la Paramount. Los ejecutivos del estudio no tardaron en hacer una llamada para contratarlos a él y a la joven en Hollywood. Así es como empezó la leyenda americana de esta berlinesa nacida en 1901, la apuesta de Paramount para hacer frente a la lacónica y taquillera Greta Garbo. Otro exótico animal europeo que haría soñar a la América provinciana que empezaba a sufrir la Gran Depresión.
A Marlene le hicieron adelgazar unos siete kilos, le retocaron las cejas y le extrajeron las muelas del juicio para afilar sus mejillas y potenciar esa mirada lánguida que hizo derretirse a los espectadores de todo género y condición social. Porque la ambigüedad y sofisticación de Dietrich eran parte del encanto de ‘Marruecos’, ‘La Venus rubia’ o ‘Capricho imperial’. En uno de los peores ejemplos del binomio Dietrich-Von Sternberg, ‘El diablo era mujer’, la estrella interpretó a una andaluza. El retrato era tan estereotipado y negativo que la España republicana no consintió que la película llegase a las salas de nuestro país.
Nada raro, porque la Dietrich, mujer y amante de hombres y mujeres, de John Wayne a Jean Gabin pasando por Claudette Colbert, no había pisado jamás la madre patria. Lo hizo por primera vez en 1960, años después de que hubiese finalizado su unión personal y profesional con Von Sternberg. Para entonces ya tenía la doble nacionalidad alemana-norteamericana y había sido una de las personas más odiadas por Hitler por ser una voraz luchadora antinazi. “Quiero que sepan que no todos los alemanes somos así”, dijo una vez mientras vendía bonos de guerra en los años 40. Cuando llegó a Madrid, un 3 de julio del 60, los ramos de flores y los fans la rodearon nada más bajar del avión. El día 10 actuaba en la desaparecida sala Pavillón del Retiro y cuentan que la ciudad entera se mataba por conseguir una entrada. Aquella noche, la ‘vamp’ logró un lleno absoluto, aunque algunos titulares de la prensa de la época resultan hoy escandalosos.
Un periódico patrio la llamó ‘la abuela más famosa del mundo’ con 59 años. Eso sí, todos destacaban que su actuación había sido todo un éxito. Su voz no era la de Judy Garland, pero su tono ronco había enamorado al público desde que cantase en aquellas películas de los años 30. Cual Ava Gardner, Dietrich se fue a ver una corrida de toros e incluso lanzó un ramo de flores al torero, que por supuesto le brindó el toro. Y tan contenta estuvo con la exótica España que volvió dos veces más. Según cuenta el portal ‘Agente Provocador’, el 2 de diciembre de 1962 visitó Barcelona y en el 63 se plantó en las Fallas de Valencia para actuar en el Parador del Foc.
El magnate de la música Tomás Muñoz, que la conoció personalmente en una de esas visitas, contaba a quien esto escribe que Marlene era “una persona con un brillo especial, no dejaba indiferente a nadie”. José Luis Garci fue uno de los afortunados que estuvo en la sala Pavillón y que lo recordó décadas más tarde, en 1992, en una columna de ‘ABC’. “Gentes de toda condición, que en ningún otro lugar hubiéranse reunido, que dijo Don Jacinto, comunicábanse allí su regocijo y su nerviosismo. Marlene, a punto de cumplir 60, ‘la abuela más joven del mundo’, empezó a cantar a eso de las doce. Tenía la voz oscura, densa, enérgica y un poco turbia. Cantó en inglés, en alemán y en francés (…). Imagino a Marlene en Villa Luisiana, aquel hotelito que Felipe Trigo tenía por la Ciudad Lineal. La imagino abandonando al escritor, subiéndose en la ‘limousine’, alejándose por Arturo Soria, mientras el cielo se vuelve violeta y en algunos ventorros con jardín los últimos noctámbulos juegan a la rana borrachos de anís”, narraba el maestro.
Más allá de sus viajes españoles, Dietrich supo envejecer con inteligencia. Cuando no estuvo Von Sternberg para guiarla en esas películas con una fotografía que explotaba su mirada indolente y su sensualidad, estuvo en grandes películas como ‘Berlín Occidente’, ‘Encubridora’, ‘Testigo de cargo’ o ‘Sed de mal’. Para comprobar la calidad de todas ellas no hay más que ver los nombres de quienes las dirigieron: Billy Wilder, Fritz Lang, de nuevo Wilder y Orson Welles. Ni más ni menos. Siempre estuvo casada con Rudolf Sieber (desde 1923 hasta que él murió en 1976), aunque pocas veces vivió con él o renunció a tener amantes de ambos sexos. También tuvo una hija, María, que la puso verde una vez que falleció. Pero esa es otra historia.
La Garbo se retiró a los 36 años, pero Dietrich aún aguantó varias décadas más hasta que un día, como Joan Crawford, debió verse mal en una fotografía publicada en prensa. Y, como la Crawford, debió decir: “Si ese es mi aspecto, no volverán a verme nunca más”. Y ese credo lo llevó a rajatabla hasta el último de sus días, cuando era una anciana recluida en París y leía en titulares que muchos de su generación se iban al otro barrio. Acto seguido, ella marcaba sus fotos con una X para recordarlos. Además, siempre fue implacable manteniendo el secreto de su magia: el público jamás la vio desmaquillada, vieja o con arrugas. Como dijo una de sus canciones más famosas: ‘Where have all the flowers gone?’.
Marlene Dietrich no era una diva fácil (pensándolo bien, ¿cuál lo fue?). Cuando el actor Maximilian Schell la visitó en París para rodar un documental sobre su vida, ella, ya octogenaria, impuso su propio decálogo. Entre las normas, nada de cámaras que registrasen su avejentado rostro. La musa de Josef von Sternberg no quería que el público viese que ya no era el 'ángel azul' de los años 30. Schell, que se las vio y se las deseó para completar su trabajo recurriendo a imágenes de archivo, le preguntó si creía en la vida más allá de la muerte. “Eso son tonterías. No voy a creer que estamos todos volando allí arriba”, le dijo con ese escepticismo que enamoró a millones de espectadores. Falleció poco tiempo después, un 6 de mayo de 1992, y la corte de admiradores que acudió a su funeral, en la iglesia de la Madeleine, parecía un ejército.
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