Las feromonas de Marta Chávarri y Philippe Junot en la vida de sus hijos

La boda de Isabelle Junot y Álvaro Falcó la semana pasada ha sido un acontecimiento como cualquier otro donde los novios no son interesantes por sí mismos, sino por su árbol genealógico. Lo mismo con la mayoría de los invitados de apellidos compuestos y conocidos del mundo nobiliario, salvo excepciones, como en el caso de Marta Ortega. La nueva presidenta de Inditex lo es por ella misma y por lo que acarrea su puesto directivo en una de las empresas más rentables de España y con un padre que representa el esfuerzo y la solidaridad. Hay que recordar cada día que gracias a las donaciones que ha hecho a la sanidad pública Amancio Ortega con las máquinas de prontoterapia se han salvado muchas vidas. Hecho este inciso, retomo la boda, que sí ha supuesto un aire fresco con los docudramas del corazoneo de este último año.

La puesta en escena, impecable por las chicas A-Típica; el menú nupcial de los Sandoval, perfecto. Me contaban Los del Río lo llamativo que resultó que el cordero lechal estuviera en su punto y no a temperatura ambiente teniendo en cuenta el frío de ese día en el palacio de Mirabel. Los platos llegaron a los comensales en perfecto estado de revista. Es decir, calientes.

La belleza de la novia resultaba tan vistosa como las de los invitados teenager. Con lo cua el resumen era positivo, pero muy parecido al ratio de bodas de este tipo de apellidos compuestos. Una vez descrito el acontecimiento, lo importante, lo destacable, era algo accesorio en otros tipos de compromisos nupciales. Porque esta vez la madrina y el padrino eran la pieza fundamental. Por un lado, las primeras fotos de Marta Chávarri después de tantos años de invisibilidad. Por otro, la presencia de un Philippe Junot del que se sabía muy poco, salvo que se había divorciado de Nina Wendelboe y se había casado por tercera vez con una modelo con la que tuvo a Chloe, su cuarta hija.

Los invitados más jóvenes desconocían que los padrinos habían vivido una pasión y romance veraniego en 1996, cuando ambos eran personajes principales de las revistas del corazón. En aquellos años locos, sus feromonas funcionaron a la perfección y se acoplaron, como décadas después unieron a Isabelle y Álvaro.

El destino caprichoso hizo que los novios se encontraran en Gstaad y después en Madrid para acabar firmando su proyecto de vida emocional el sábado pasado en Plasencia. ¿Funcionaron las feromonas? ¿Se hereda esa predisposición? ¿Álvaro e Isabelle lo tenían ya descrito en su genética? ¿Las historias pasionales pasadas se reviven en generaciones posteriores? Son preguntas que cada lector puede responderse como prefiera.

Como ejemplo destacable de esta teoría de las feromonas se encuentra otra pareja que también heredó esa supuesta atracción. La bisabuela de la esposa del príncipe Carlos, Camila Parker-Bowles, Alice Keppel, fue amante de Eduardo VII, antepasado del actual Príncipe de Gales. Como diría el ilusionista Anthony Blake, “todo puede ser producto de su imaginación”. Cualquier respuesta es válida.

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