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Berlanga, la historia de España en plano secuencia
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Berlanga, la historia de España en plano secuencia

Era Berlanga un tipo extraño, poco común. Tanto que tuvo la posibilidad de leer su propio obituario. Esto, eso sí, a consecuencia de un error de

Era Berlanga un tipo extraño, poco común. Tanto que tuvo la posibilidad de leer su propio obituario. Esto, eso sí, a consecuencia de un error de El País que, aproximadamente un mes antes de su muerte, publicó en su edición digital un artículo titulado Muere el cronista del siglo XX. Por entonces, el cineasta estaba ya muy malito. Padecía alzhéimer. ¡Menuda paradoja! El cronista del siglo XX, como le bautizaba el diario de Prisa, se iba olvidando poco a poco de todo. Pero ahí están sus películas, para mantener vivo el recuerdo.

Luis García Berlanga será recordado siempre como un excelente cronista de la sociedad española de la posguerra, capaz incluso de reírse del propio conflicto (La Vaquilla, 1985). Un director que enarboló alegatos eminentemente críticos con el franquismo como Calabuch (1956), Los jueves milagro (1957) o, para algunos la mejor obra de la historia de nuestro cine, El Verdugo (1963). Fue también capaz de retratar con sorna a la aristocracia surgida de aquellos años de caciquismo, en su Trilogía Nacional (La escopeta nacional-1978-, Patrimonio Nacional -1981- o Nacional III -1982-). Y hacerlo siempre alejándose de la crónica de las evidencias, en un juego cinematográfico memorable y divertidísimo, con el que hizo grandes las figuras de actores como Pepe Isbert o Luis Escobar y con el que enseñó a las generaciones venideras cómo rodar un plano secuencia.

“Yo no he sido nunca el gran director que la gente dice. Ni mis películas las grandes obras maestras que algunos han querido ver. Todo se lo debo al contexto en el que las rodé”, dijo Berlanga en una ocasión. Y, en efecto, llevaba parte de razón. El suyo era un cine de contexto y, quizá por ello, la última parte de su filmografía es sin duda la más desdeñable. Él mismo llegó a afirmar, hace no demasiado tiempo, que llevaba veinte años sin ver una película y que tampoco quería rodarlas, porque la España de hoy le resultaba “demasiado aburrida”.

Atacó en sus últimos años la estructura del cine español actual y su tendencia al neorrealismo. Pero algo de neorrealismo hay desde luego en películas suyas como ¡Bienvenido, Mister Marshall! La España de entonces reflejada en un espejo de metáforas con objeto de evitar la censura. Y el interminable plano secuencia como escaparate de esa realidad. Cuentan algunos, que los actores se pegaban por salir en el plano y poder decir así su texto. Berlanga se divertía repitiendo las tomas de diez minutos (lo que duraba el rollo de película) hasta 30 veces. Y, cuando terminaba cada secuencia, les decía a sus actores que todo había sido una cagada.

No era un director fácil. Los actores de ¡Bienvenido…!, encabezados por el genial Pepe Isbert, se amotinaron contra él y pidieron día sí, día también, a la productora que, por favor, cambiase de director. Sin embargo, el día que murió Berlanga, el pasado 13 de noviembre, todo el gremio le lloró. Recordaban su inmenso legado. El mismo que él había ido poco a poco olvidando. La memoria es frágil. Pero sus películas nos ayudarán siempre a recordar.

¡Bienvenido Mister Marshall!, 1952

El Verdugo, 1963

La escopeta nacional, 1978

La Vaquilla, 1985

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