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Sandra Ibarra: "El cáncer no está reñido con los tacones"
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Sandra Ibarra: "El cáncer no está reñido con los tacones"

Una llamada telefónica de Sandra Ibarra no puede ser mala. Más bien hay que pensar que llama con un buen propósito. Si llama al redactor que

Una llamada telefónica de Sandra Ibarra no puede ser mala. Más bien hay que pensar que llama con un buen propósito. Si llama al redactor que la va a entrevistar, como es el caso, unas horas antes de encontrarse con ella y este piensa, erróneamente, que va a cancelar su cita con Vanitatis, ella lo niega y le reprocha que no vea ‘el vaso medio lleno’ La dulce reprimenda es un buen símil de su personalidad, la que le sirve para comandar una fundación solidaria frente al cáncer, la que le hace ver siempre las cosas desde la parte más optimista de la vida. El vaso, siempre lleno. Así es como nos recibe en un local de Extensionmanía que lleva su nombre y que, además de cumplir las funciones inherentes a cualquier peluquería de extensiones, se dedica al cuidado del cabello de las pacientes con cáncer. “En este centro se viven momentos muy especiales. Acabamos hablando más de cualquier cosa que del propio pelo. Hay gente que viene con muy pocos ánimos y salen de aquí felices”, asegura.

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Sandra Ibarra tiene 39 años, odia que se refieran a ella como “exmodelo” (“Aún tengo muchos cartuchos que quemar”, dice) y cree que hay que “estar guapa a pesar de todo”. “El descuido físico está muy vinculado al descuido emocional. Siempre digo que no nos tenemos que vestir de enfermas y que el cáncer no está reñido con los tacones o la minifalda. Hay que sentirse lo mejor posible en momentos en los que es difícil sentirse bien”

Y ella lleva sintiéndose bien desde muy joven; desde aquel día en el que le dijeron que tenía leucemia y tuvo que enfrentarse a un monstruo para el que pocas personas parecen estar preparadas: el cáncer. “Por aquel entonces, no se hablaba de la enfermedad como se habla ahora. Ni de la parte estética ni de nada. A mí me ayudó esa ignorancia. La segunda vez que me lo diagnosticaron fue más dura porque no sabía si podría salir adelante”, afirma. Y la segunda vez le pilló casi de camino a la televisión. Cuando todo parecía superado, y mientras el mundo entero vivía la tragedia del 11-S, ella se preparaba para afrontar el regreso de su enemigo más feroz. Tenía que ir a grabar Pasapalabra y no quiso cambiar sus planes: “Me tomé un Nolotil y a las 12 tenía un coche de Antena 3 en la puerta (era la cadena que emitía entonces el programa) para ir a la grabación. Además suelen grabar unos tres programas de golpe. Hubo momentos de la grabación en los que se me olvidó que tenía cáncer. Silvia Jato estaba embarazada y cuando acabó todo, me fui hacia ella y hacia Juan iMedio, que participaba ese día, y fue un crack. Ese día acabé riéndome y al día siguiente me fui a la quimioterapia”.

A pesar de su alegría, a veces no podía evitar las miradas de compasión ante su caso. “Siempre le decía a todo el mundo que no me tratase como a una enferma. Yo sabía que podía y no quería tratos diferentes aunque no puedes evitar que te miren con lástima. Te tratan de engañar y la gente se vuelve psicóloga, con buena intención, eso sí”.

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Miradas que se suman a experiencias duras que a ella no le han servido para amilanarse, sino para canalizarlas en forma de ayuda hacia los demás, no sólo a través de su fundación sino a través de locales como este donde nos recibe. “Hay pacientes que acaban siendo amigas y al final nos damos el teléfono y me acaban contando por Whatsapp toda la terapia que hacen. Muchas son como un espejo para mí”. El ‘espejo’ nunca se ha roto, sobre todo porque su función es devolver una buena imagen, hacer una enfermedad más llevadera para millones de personas que la sufren. Será por eso que le cambia la cara cuando le preguntamos qué le parece que muchos aprovechen la enfermedad para hacer caja: “Me parece algo totalmente inmoral. No sé cómo una persona es capaz de hacer eso. Hace poco hubo un caso de alguien que se inventó un cáncer. Yo me preguntaba cómo se pueden inventar algo así. Cómo se nota que esa persona no sabe lo que es...”. Y, al lado de los que hacen caja, están los que ignoran el problema; los que ponen un parche que sólo tapa la herida en lugar de curarla: “No sé a qué están esperando los políticos para generar un Plan Nacional de Cáncer o un registro nacional de tumores. No es una cuestión vertical, sino horizontal. Es una realidad de todos”, asegura Ibarra.

Y esa realidad se vive en esta peluquería de extensiones y en la mirada de Sandra Ibarra, la que piensa que “el cáncer no está reñido con los tacones”, la ‘modelo intelectual’ como la han llamado algunos. Ella se ríe de esta etiqueta, a la par que se siente halagada: “Todo es tan frívolo como tú quieras que sea. Yo escucho entrevistas mías de cuando era Miss y ya hablaba como hablo ahora”.

Según Ibarra, los seres humanos siempre estamos esperando al siguiente verano, al siguiente fin de semana, al siguiente acto vital, para ser felices. ¿Por qué no serlo ahora? A veces, la felicidad ha de ser entrenada. Y pocas personas parecen entrenarla tan a fondo como Sandra Ibarra. Al fin y al cabo, en sus ojos se aprecia la verdad de aquellos que se niegan a ser víctimas de la vida. 

Una llamada telefónica de Sandra Ibarra no puede ser mala. Más bien hay que pensar que llama con un buen propósito. Si llama al redactor que la va a entrevistar, como es el caso, unas horas antes de encontrarse con ella y este piensa, erróneamente, que va a cancelar su cita con Vanitatis, ella lo niega y le reprocha que no vea ‘el vaso medio lleno’ La dulce reprimenda es un buen símil de su personalidad, la que le sirve para comandar una fundación solidaria frente al cáncer, la que le hace ver siempre las cosas desde la parte más optimista de la vida. El vaso, siempre lleno. Así es como nos recibe en un local de Extensionmanía que lleva su nombre y que, además de cumplir las funciones inherentes a cualquier peluquería de extensiones, se dedica al cuidado del cabello de las pacientes con cáncer. “En este centro se viven momentos muy especiales. Acabamos hablando más de cualquier cosa que del propio pelo. Hay gente que viene con muy pocos ánimos y salen de aquí felices”, asegura.