Granada: un paseo diferente por el arte y la moda bajo el embrujo único de la Alhambra
En 1968, el fotógrafo americano Henry Clarke realizó unas instantáneas que aunaron moda, arte y patrimonio, y dieron la vuelta al mundo. Hoy Granada le devuelve el favor con una exquisita exposición de obligado cumplimiento
Un frío enero de 1968, la famosa ciudad palatina quedó inmortalizada en ocho fotografías únicas e irrepetibles. Unas instantáneas capaces de aunar moda, arte y patrimonio y que ayudaron a difundir la imagen de una de las más espectaculares maravillas que poseemos en España más allá de nuestras fronteras. Su autor fue un joven y retraído fotógrafo americano llamado Henry Clarke, que recalaba en nuestro país por encargo de una reconocida cabecera americana.
Eran los años 60. La moda española, capitaneada por Pertegaz y Balenciaga, conquistaba el mundo, copando portadas de revistas internacionales y escaparates como los de Lord & Taylor en la Quinta Avenida. España era different y el gobierno de la época, de la mano de una elegante y sofisticada condesa de Romanones, Aline Griffith, quería que el resto del mundo lo supiera. Y lo consiguieron. Prueba de ello fue el reportaje que se pudo llevar a cabo en este entorno privilegiado y que Clarke plasmó magistralmente con su cámara Rollieflex.
Este es el eje central sobre el que gira la exposición ‘Henry Clarke y la moda de España bajo el influjo de la Alhambra’. Una muestra imprescindible que se puede visitar, de forma gratuita, hasta el 4 de junio en la Capilla del Palacio de Carlos V. Una exhibición que rinde homenaje a esta sesión fotográfica que supo capturar a la perfección la moda de aquella década enmarcada en un escenario de auténtico lujo. Así, el Patronato de la Alhambra, junto a Eloy Martínez de la Pera, creador y comisario de esta exposición, han dado forma a un gran espectáculo visual que ensalza la confección patria y el papel que esta tuvo, durante los años 60, a la hora de mostrar al mundo la cultura española.
Con esta excusa hemos preparado las maletas, igual que en su momento hizo el joven Clarke, para escaparnos a la siempre apetecible Granada y disfrutar de un fin de semana en una de las ciudades más bellas de Andalucía. ¿Nuestro objetivo? Empaparnos de moda y cultura a partes iguales y, por supuesto, comer y beber de lujo. Vamos, el planazo perfecto.
Opciones de alojamiento hay muchas y muy variadas, como el Alhambra Palace (Pl. Arquitecto García de Paredes, 1), uno de los hoteles más emblemáticos de la ciudad, ubicado a las puertas de la misma Alhambra. O la más reciente apertura, el Palacio de Santa Paula (Gran Vía de Colón, 31), un cinco estrellas en la misma Gran Vía y que ocupa un antiguo convento del siglo XVI. Nosotros optaremos por dormir en el Seda Club (C. Buensuceso, 2), un establecimiento boutique de tan solo 21 habitaciones. Muy bien situado, en la plaza de la Trinidad, resulta perfecto para moverse fácilmente e ir andando a todas partes.
Así, con un pie recién puesto en la que fuera capital del Reino Nazarí, nuestra primera parada no podrá ser otra que el majestuoso complejo andalusí en el que conviven palacios, jardines, patios, fuentes y demás dependencias palaciegas que conforman la Alhambra. Un monumento único en el mundo que preside la ciudad desde hace siglos. Por supuesto, aprovecharemos para ver la exposición de Henry Clarke, que está ubicada en la capilla y la cripta del Palacio de Carlos V y para, una vez más, volvernos a sorprender con el increíble legado árabe, tan bien preservado, que veremos a lo largo de la visita a la ciudad palatina.
Hoy este espacio monumental de más de cien mil metros cuadrados, y que incluye la Alcazaba, el Palacio de Carlos V, los Palacios Nazaríes y el Generalife, recibe al año más de dos millones y medio de visitantes. Por ello es importante reservar con antelación la visita, ya que es más que probable que nos sea imposible conseguir entradas in situ para visitar esta maravilla.
Una vez asombrados con lo visto y contemplado dentro de las murallas de la también conocida como Ciudad Roja, nos dirigiremos al centro de Granada. Es hora de comer, y lo haremos por los aledaños de la Plaza Nueva. Pero antes nos tomaremos un aperitivo. O dos. Para ello nos armaremos de valor y paciencia y nos apostaremos en la barra de alguno de sus bares más conocidos y concurridos, como Los Manueles, en el 61 de la avenida de los Reyes Católicos, donde nos pediremos unas cañas bien fresquitas mientras probamos sus famosas croquetas y el salmorejo. Y también nos acercaremos hasta Los Diamantes (Plaza Nueva, 13) para seguir reponiendo fuerzas. Dicen que aquí se sirven los mejores productos de mar de toda la ciudad, así que la elección es clara: pescaíto frito.
Probablemente, el picoteo y el tapeo nos hayan abierto el apetito, así que la próxima parada será la bodeguilla Casa Fuensanta (C. San Jerónimo, 26). En esta tapería, su dueña ofrece a sus comensales solo productos de primera, como los vinos y vermuts locales o una selección de queso y embutidos que quitan el sentido. Todo ello servido en un ambiente más que acogedor, en el que no faltan los manteles de ganchillo, las servilletas de cuadritos y la agradable conversación de su propietaria, para que uno se sienta como en casa.
Por la tarde bajaremos la comida mientras recorremos el casco antiguo y las calles aledañas a la catedral. Un imponente edificio que mezcla estilos propios del Barroco y del Renacimiento y en cuya Capilla Real están enterrados los Reyes Católicos. No la paséis por alto. Es visita obligada. Aprovecharemos también para acercarnos hasta el Palacio de la Madraza y visitar la que fue la primera universidad del reino andalusí. Y también, para adentrarnos en el patio de la alhóndiga mejor conservada de la ciudad, el Corral del Carbón, construida en el siglo XIV y declarada hoy Monumento Nacional.
Y si una cosa tenemos clara en Granada, es que el atardecer queremos disfrutarlo mientras contemplamos la Alhambra. Por ello, nos dirigiremos hacia el Paseo de los Tristes —el que recorrían antiguamente los cortejos fúnebres junto al río Darro, bajo la atenta mirada de las murallas de la Ciudad Roja— para adentrarnos en las estrechas callejuelas del barrio más antiguo de la ciudad, el Albaicín, y pondremos rumbo al Mirador de San Nicolás. Dejaremos atrás tiendas de artesanía, alguna que otra tetería y rincones muy instagramizables antes de llegar a nuestro destino.
Una vez divisemos la blanca iglesia de San Nicolás sabremos que estamos en el lugar correcto. Eso sí, es más que probable que a esas horas no seamos capaces de encontrar un hueco, ya que seguramente esté hasta la bandera de turistas que han tenido nuestra misma idea. No pasa nada, tenemos un plan B. Nos dirigiremos a la calle Atarazana Vieja, a pocos metros del concurrido mirador, y nos encomendaremos al mismísimo Boabdil para conseguir mesa en El Huerto de Juan Ranas (C. Atarazana Vieja, 6). Tenemos más que comprobado que desde aquí se disfrutan las mejores vistas del monumental complejo andalusí. Una vez bien ubicados, copa de vino en mano, esperaremos a que el sol se vaya poniendo y que llegue el mágico momento en el que la Alhambra desafía a la oscuridad y se ilumina. Puro espectáculo visual, con Sierra Nevada como telón de fondo, y el sonido de una guitarra española como única banda sonora.
Así, con la luna brillando en lo alto del cielo granaíno, nos dirigiremos hacia nuestra próxima parada: la cena. La mesa la tenemos reservada en el restaurante El Trillo (Callejón del Aljibe de Trillo, 3). Un romántico local que se esconde entre las blancas casitas del Albaicín, en un tranquilo callejón empedrado. De su cocina, capitaneada por Jesús Pernía, sale producto fresco y de excelente calidad. Platos mediterráneos, con algún guiño al recetario árabe, para disfrutarlos en el patio, entre fuentes, jazmines y buganvillas. Si hay suerte, igual encontramos mesa en la terraza ubicada en la planta de arriba. Desde ahí, las vistas a la Alhambra son una auténtica gozada. No os las podéis perder.
Con el estómago lleno, volveremos a la calle. Ya de noche cerrada. En Granada las noches se llenan de leyendas y embrujo, y en busca de este último nos dirigiremos hacia el misterioso barrio del Sacromonte. Por empinadas callecitas de casas encaladas llegaremos hasta sus famosas cuevas. Aquí no podríamos acabar en un lugar mejor que en la Zambra de María la Canastera (Camino del Sacromonte, 89). Una de las más populares y en la que han tocado palmas los reyes Balduino y Fabiola, pasando por los duques de Windsor, hasta actores como Alain Delon, Henry Fonda o Ingrid Bergman. En este templo del flamenco la música y el baile pondrán punto y final una noche memorable, probablemente mágica y, sin ninguna duda, con mucho arte.
Es hora de volver al hotel. Mañana aún podremos a disfrutar un poco más de Granada antes de regresar a casa. Hay que exprimir ese duende que parece acompañarnos en cada plaza y esquina de la milenaria ciudad. Una ciudad capaz de hacer verter lágrimas a todo un sultán nazarí, y una ciudad capaz de embrujar al más ingenuo de sus visitantes. Porque, cuando uno pasea por ella, es fácil recordar los versos de Francisco de Icaza que tan bien reflejan su belleza: “Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada”.
Un frío enero de 1968, la famosa ciudad palatina quedó inmortalizada en ocho fotografías únicas e irrepetibles. Unas instantáneas capaces de aunar moda, arte y patrimonio y que ayudaron a difundir la imagen de una de las más espectaculares maravillas que poseemos en España más allá de nuestras fronteras. Su autor fue un joven y retraído fotógrafo americano llamado Henry Clarke, que recalaba en nuestro país por encargo de una reconocida cabecera americana.
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