Carme Pinós firma en la Ribera del Duero su primera bodega por amor a la tierra y el vino
Junto a una encina centenaria de La Horra, corazón noble de la Ribera del Duero, la gran arquitecta Carme Pinós ha dibujado una bodega semienterrada que, lejos de imponerse, dialoga con el paisaje, el vino y la tradición
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En la localidad burgalesa de La Horra, donde los pinares comparten espacio con suelos calizos y viñedos nobles, presumen ya de su nueva bodega. Su silueta apenas se deja ver desde el camino, semienterrada en la tierra, resguardada por una loma y coronada por una encina centenaria. No busca imponerse, sino dialogar. Y eso tiene mucho que ver con su autora: la arquitecta Carme Pinós (Barcelona, 1954).
Premio Nacional de Arquitectura en 2021 y Medalla de Oro del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España en 2022, Pinós ha desarrollado una carrera marcada por la sobriedad estructural y el respeto al entorno. Conocida por obras como la plaza de la Gardunya en Barcelona o las Torres Cube en Guadalajara (México), esta catalana se ha enfrentado ahora a un encargo inédito en su trayectoria: su primera bodega.
“Este encargo ha sido un reto maravilloso: crear un edificio dentro de un paisaje”, explica. ¿El resultado? Un edifico radical por su delicadeza. La nueva bodega de Bodegas La Horra no pretende erigirse como icono, prefiere mimetizarse con el entorno. Excavada en la ladera sur de una finca de 25 hectáreas, entre pinos y viñas, siguiendo la tradición de las antiguas bodegas subterráneas de la comarca, pero desde una mirada fascinantemente contemporánea.
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Al abordar el proyecto, Pinós tuvo claro que “el edificio debía formar un nuevo paisaje junto a las viñas, crear una imagen digna de ser recordada por su armonía, que expresase un respeto por la naturaleza y la agricultura”. Esa visión integradora resume su forma de entender el oficio desde sus inicios, porque la arquitectura debe ser un arte que conviva con lo existente, no que lo domine.
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El flechazo con el viñedo de La Horra fue inmediato. “Cuando Mario Rotllant —presidente de Grupo Roda— me encargó este proyecto, viajamos hasta aquí e hicimos una barbacoa bajo esta encina maravillosa, en esta misma mesa de piedra. Me enamoré del paisaje al instante, de esta loma suave, del pinar que la corona, y del perfil de los pueblos de La Horra y Roa en la distancia, más allá de los viñedos. Flechazo total. Visualicé la bodega al instante. Al día siguiente me puse a dibujar como una loca. Lo tenía, pero, como siempre, hubo que esperar. La paciencia es el principal ingrediente de mi profesión. Como arquitecta no creo en la especialización. Me gusta, necesito, proyectos distintos que me desafíen. Eso es lo que me da la vida, y este proyecto me ha dado mucha vida”.
Una catedral bajo tierra
La nueva sede de Bodegas La Horra, de 4.700 metros cuadrados, se organiza en tres niveles conectados por rampas y escaleras, en un itinerario que acompaña al visitante desde la luz del exterior hasta las sombras frescas de la sala de barricas. Un recorrido fluido que permite comprender no solo la arquitectura, sino también el proceso de elaboración del vino.
Entre los espacios, destaca precisamente la sala de crianza, de doble altura y cuidada acústica, que evoca la solemnidad de una nave catedralicia. Las zarceras —conductos de ventilación tradicionales en las bodegas castellanas— permiten una ventilación pasiva, sin maquinaria ni vibraciones, reforzando el compromiso medioambiental de todo el conjunto. “El proyecto se basa en conseguir un clima constante durante todo el año sin ayuda de la tecnología”, resume Pinós. Una vuelta al origen que, como ella misma señala, se inspira en “cómo el hombre primitivo buscaba refugio, integrándose en la naturaleza”.
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En la parte superior, una galería acristalada acoge la zona de exposición y venta directa. Está delimitada por una fachada de adobes macizos y paneles Viroc en tono vino, un guiño sutil al producto que allí se elabora, pero sin caer en la obviedad cromática. A su lado, una pequeña casa de adobe tradicional y la encina centenaria recuerdan que el pasado no ha sido demolido, sino incorporado.
Arquitectura y dignidad
Carme Pinós defiende una arquitectura atenta al ser humano. “La arquitectura es el espacio de la sociabilidad”, afirma. “Condiciona la manera en que la gente se relaciona y, por ello, los arquitectos no deben olvidar jamás la escala humana. Cuando proyectamos, debemos preservar la dignidad de las personas y su necesidad de socializar”.
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Ese principio se manifiesta en cada rincón de esta bodega silenciosa y profunda, pensada no solo para producir vino, sino para generar experiencias y emociones. Pinós rechaza la arquitectura del impacto inmediato. Para ella, “el lujo no está en la ostentación, sino en ese nudo en la garganta que sentimos cuando algo es verdaderamente bello”. Y en esta obra —que lo último que busca es epatar— hay belleza. Sobria, contenida, poderosa.
Un diálogo con el territorio
Aunque el trazo autoral de Pinós es inconfundible, el proyecto ha sido el resultado de una colaboración precisa. A su lado han trabajado la ingeniería Vértice 21, especializada en instalaciones enológicas, y la constructora vallisoletana Inexo, experta en obras de alta complejidad técnica. Ambas han contribuido a que el diseño arquitectónico y las exigencias del proceso vinícola se encontraran en el mismo plano.
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El objetivo era lograr una bodega eficiente, que funcionara por gravedad, aprovechara la temperatura del subsuelo y se integrara en el paisaje. La inversión total ha sido de 9,5 millones de euros, una cifra que no habla tanto de ostentación como de compromiso a largo plazo con el territorio.
Pinós lo resume con claridad: “Nunca intento imponerme, lo cual no quiere decir que mis proyectos no tengan presencia. Cada lugar tiene su cultura y su manera de ser visto. La arquitectura debe saber dialogar con eso”.
Un vino al final del camino
El visitante que recorra esta bodega catedralicia, a ras y bajo el suelo, acabará inevitablemente con una copa en la mano. Será probablemente un Corimbo o un Corimbo I, los dos tintos de raíz ecológica que Bodegas La Horra elabora —con un 100 % de tempranillo— desde su fundación en 2009.
Hablamos de vinos frescos y elegantes, nacidos de viñas viejas cultivadas sin artificios, en una Ribera del Duero burgalesa —corazón noble de esta D.O.— que no reniega de su fuerza, pero que apuesta también por la delicadeza. Como la arquitectura que ahora los acompaña, también los vinos aspiran a reflejar el lugar sin domesticarlo. A ser paisaje, más que marca.
En la localidad burgalesa de La Horra, donde los pinares comparten espacio con suelos calizos y viñedos nobles, presumen ya de su nueva bodega. Su silueta apenas se deja ver desde el camino, semienterrada en la tierra, resguardada por una loma y coronada por una encina centenaria. No busca imponerse, sino dialogar. Y eso tiene mucho que ver con su autora: la arquitecta Carme Pinós (Barcelona, 1954).