Pascua Ortega: “Mi aportación a la boda de Felipe y Letizia iba a ser una locura maravillosa, pero el 11-M nos obligó a cambiarlo todo”
¿Se imaginan a Felipe de Borbón y Letizia Ortiz bajando de una carroza el día de su boda para coger el metro en la Puerta del Sol? ¿No? Pues eso casi sucede. ¿Quién tuvo la idea? El interiorista español más grande de todos los tiempos
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El estudio de Pascua Ortega (Barcelona, 1945) se esconde en el corazón del ilustrado barrio de Las Letras de Madrid, en un palacete de apariencia sobria que oculta maravillas. Quizás las más bonitas de todas sean los dos nidos de mirlo que habitan su frondoso patio. Pascua Ortega, el más grande decorador e interiorista que ha dado este país, el maestro de los maestros, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, se muestra especialmente orgulloso de su convivencia.
Los mirlos llenan el lugar de serenidad y equilibrio, superando en belleza la impresionante colección de objetos preciosos que conforman la personalidad única de este estudio. Pascua, un caballero tremendamente elegante, bien plantado, atractivo, señala la ubicación exacta de los nidos. “En este hay dos recién nacidos. Antes eran tres, pero uno, la hembra, se cayó del nido y no pudimos hacer nada. Nos dimos cuenta tarde”, comenta con tristeza.
De todas las entrevistas que quien esto escribe ha realizado a lo largo de su carrera periodística, la de Pascua Ortega será largamente recordada por cómo se fraguó. La condición fue conocerse antes y apalabrar para después. Una especie de filtro por si la química no hacía acto de presencia. Y allí nos plantamos, casi llegando tarde por culpa del tráfico, sudando la gota gorda. A los diez minutos del primer encuentro, caímos en la cuenta de que la entrevista ya había comenzado, pero, horror, las palabras se las estaba llevando el viento. Pedimos entonces permiso para activar las notas de voz y el gran Pascua Ortega dijo: “Sí”. ¿Cuestionario preparado? ¡No, porque no era el día! El maestro dijo algo más: “Sé benévolo conmigo”.
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PREGUNTA. Empecemos por el principio: ¿qué tipo de niño fuiste?, ¿con qué soñabas?
RESPUESTA. Uy, esta pregunta es como para una estrella de Hollywood. (Risas). Pues mira, fui un niño que creció en una época muy marcada en este país. Mi padre era general de caballería y tenía una gran presencia, imponía. Yo era su único hijo y me educó en una estructura muy disciplinada. Hoy día, la verdad, agradezco toda esa disciplina mental que me inculcó. Aunque no soy una persona religiosa, estudié en los jesuitas y recibí una educación positiva. Mi educación estuvo muy marcada por la disciplina, en casa y en el colegio.
P. ¿Y a qué jugabas?
R. Me gustaba mucho hacer de arquitecto. Me fascinaba diseñar edificios y espacios con juegos de construcción, crear mis propios mundos. De mayor me imaginaba creando grandes estructuras y construyendo mi propia ciudad.
P. ¿Por qué estudiaste Derecho?
R. Fue una elección influenciada por mi familia. Empecé Derecho en Deusto, en Bilbao, y lo terminé en Barcelona, estuve un año enfermo y tuve que volver a casa. También empecé Económicas, pero decidí dejarlo porque no me apasionaba.
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P. ¿Cómo fue tu acceso al mundo laboral?
R. Empecé en la banca, ahí estuve siete años. Fui el director más joven de España, con 24 años, llevando la oficina principal del Banco Ibérico en Las Palmas de Gran Canaria. Luego pasé por Londres y después tuve la inmensa suerte de que me destinaron a Nueva York para trabajar en Wall Street, donde pasé casi tres años. El Ibérico era un banco sofisticado, su modelo era la Banca Morgan. Fue un cambio radical y, sinceramente, una experiencia increíble. Yo era un niñato, pero, la verdad, es que con ellos hice un carrerón. La banca me enseñó mucho, aunque en mi futuro estaba escrito que me iba a ocupar de otro tipo de proyectos.
“Yo era un niñato, pero, la verdad, es que con ellos hice un carrerón. La banca me enseñó mucho, aunque en mi futuro estaba escrito que me iba a ocupar de otro tipo de proyectos”
P. Llegas a Nueva York a mediados de los años 70 y te encuentras con un mundo de contrastes, una ciudad tan fascinante como complicada, con altos índices de criminalidad y pobreza, pero en plena explosión creativa gracias a la irrupción del punk, el pop art, el arte conceptual, el grafitti, la música disco o la cultura LGTB. ¿Hasta qué punto te integraste en toda esa realidad?
R. Fue un momento único, de gran efervescencia social y cultural. Me integré totalmente, y no solo en los círculos culturales populares, también en los artísticos. Recuerdo que cenábamos en los lugares más sofisticados, especialmente en los restaurantes de Park Avenue, y luego nos íbamos a las fiestas de Andy Warhol y otros artistas. Fue una época de descubrimiento absoluto y de experiencias únicas. Lo viví como hay que vivir las cosas, con intensidad.
P. ¿Y por qué volviste a España?
R. Mis padres vinieron a visitarme y me vieron tan contento que se quedaron espantados; yo creo que pensaron que me lo estaba pasando demasiado bien, (risas), pero también es cierto que les preocupaba que estuviese tan lejos de casa.
Tenía un apartamento perfecto en una zona buenísima, en la 73 entre la Quinta y Madison. Yo debía ser el más pobre de todos mis vecinos. (Risas). Como siempre me ha gustado decorar, lo tenía ideal, pero con cuatro duros, no te vayas a creer. Iba a los bazares orientales, que en España ni existían, y compraba telas con las que forraba las paredes. Todo el mundo quería conocer mi apartamento. Pero entonces el banco me ofreció un puesto importante en Madrid y me volví. Mis padres, encantados, claro.
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P. ¿Es ahí cuando nace el Pascua Ortega decorador?
R. A ver, eso siempre ha estado ahí, dentro de mí, de la forma más natural posible. Lo lógico es querer vivir en un entorno agradable y bonito, ¿no? Para mí lo es. Cuando llegué al colegio mayor de Deusto pasó lo mismo. A los dos días mi cuarto era un espectáculo y todo el mundo quería pasarse por allí. (Risas).
P. Madrid, superpuestazo en el banco y una nueva casa que, en muchos sentidos, contribuye a precipitar tu futuro como interiorista. ¿Es cierto que había sido la casa de Manolete?
R. Sí, compré la casa de Manolete, en Chueca. Mi abuelo materno, que era el rico, había muerto y mis padres me ayudaron a comprarla. En ese momento, Chueca no era lo que es hoy. Era un barrio complicado —que luego se puso mucho peor con la droga—, pero yo vi su potencial. Todo el mundo pensó que estaba loco por instalarme ahí.
La casa, en la calle Válgame Dios, era muy especial y tenía una arquitectura muy interesante. Así que apliqué todas mis ideas, todo lo aprendido en Nueva York, y me puse a mezclar a Manolete con el art déco y el pop y lo que hiciese falta. (Risas). La casa llamaba la atención porque España todavía era un país en blanco y negro. Yo no pretendía destacar, solo quería divertirme, y entonces, una vez más, todo el mundo quería conocer la casa de Pascua: arquitectos, periodistas, famosos…
“Compré la casa de Manolete en Chueca y me puse a mezclar a Manolete con el art déco y el pop y lo que hiciese falta”
P. ¿Cómo fue entonces tu transición oficial hacia el mundo del interiorismo?
R. A ver, yo, en verdad, ya estaba pensando en dejar el banco, vender la casa y con el dinerito volver a instalarme en Nueva York; lo que se habría traducido en el desheredamiento absoluto por parte de mis padres. (Risas). Y cuando estaba a punto de irme pasó algo inesperado. Una amiga, bueno, una conocida, Carmen Guasch —autora, años más tarde, del mítico restaurante El Amparo en el callejón de Puigcerdá— me para por la calle y me propone montar un restaurante diferente. Carmen Guasch era una mujer maravillosa, muy fuerte y emprendedora; ella fue la que trajo Hermès a España y luego montó una tienda increíble que se llamaba La Compañía de la China. Era total.
Como yo venía de Nueva York, donde los restaurantes eran lugares de encuentro divertidos y con mucho estilo, pensé que, efectivamente, Madrid necesitaba algo así: un restaurante fashion, que era un término que a nadie aquí se le había ni medio pasado por la cabeza. Un sitio para gente guapa en el que ver y dejarse ver. Madrid no tenía término medio, o te ibas a un mesón castizo, o te ibas al clasicismo de Horcher. No había más opciones.
Entonces, decidí emprender en ese campo y juntos, en 1980, inauguramos Bogui.
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P. ¿Dónde estaba Bogui?
R. En la calle Barquillo 29, esquina con Piamonte, en el bajo del palacio del marqués de Camarasa, del siglo XVI, un local precioso que antes había sido la tienda de L'Oréal Paris. La decoración fue muy impactante, puro Nueva York. Bogui se convirtió en el restaurante más deseado de Madrid. Fue un éxito sin precedentes.
P. La trayectoria de Pascua Ortega es tan extensa, impresionante y acertada que resulta imposible repasarla en una sola entrevista, pero sí nos gustaría hablar de uno de los momentos más brillantes y públicos de toda tu carrera, la decoración de Madrid con motivo de la boda de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz en mayo de 2004.
R. Fue un proyecto impresionante. Conté con más de mil personas para decorar la ciudad. Elegí los colores del cielo de Madrid, inspirado en las pinturas de Goya y Velázquez. Creamos miles de banderolas que colgaban de las farolas en las que mandaban los tonos rosa y plata; preferí no tirar de la bandera y ser más neutro. La idea era crear una atmósfera única, la teníamos, y entonces llegó la maldita nube y, por un instante, me viene abajo.
Teníamos ochenta mil abanicos divinos en las calles que se habían repartido entre la gente; por un lado, eran de color rosa y, por el otro, plata. La idea era que al avanzar la comitiva por las calles de Madrid creasen un efecto muy dinámico. Todo se pensó al detalle teniendo en cuenta la retransmisión televisiva y en que esta era la mejor promoción posible de Madrid porque la boda se iba a ver en todo el mundo.
“Los atentados de Cercanías sumieron a Madrid y a todo el país en una tristeza tremenda. Tuvimos que rebajar muchísimas cosas de la boda de Felipe y Letizia, optamos por la austeridad, pero, aun así, ese día, Madrid volvió a sonreír. Empezamos a levantar cabeza”
Eso sí, la noche fue maravillosa y todo lo que habíamos preparado, la iluminación de los principales edificios, brilló como se esperaba.
Este encargo fue muy importante para mí, porque dos meses antes habíamos conocido el horror con los atentados de Cercanías, y Madrid, el país entero, estaba sumido en una tristeza densa, tremenda. Del plan inicial, que era una locura, tuvimos que rebajar muchísimas cosas por respeto a las víctimas. Optamos por la austeridad, pero, aun así, ese día, Madrid volvió a sonreír, a su ser. Empezamos a levantar cabeza.
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P. Cuéntanos, por favor, algo de ese fantástico plan inicial.
R. Se pensó como un desfile por tramos. Por ejemplo, recorrían la Gran Vía en el Rolls-Royce Phantom IV y al llegar a Cibeles se bajaban, saludaban y seguían camino en una de nuestras muchas carrozas reales. Mi idea era que trasladasen por un día la imagen de Nuestra Señora de Atocha —desde su iglesia, que a mí no me gusta nada— hasta la de Los Jerónimos, la iglesia real por excelencia, y allí ofreciesen el ramo; pero el obispo de turno se negó en rotundo. ¡Vaya pelea tuvimos!
Luego se subían en otra carroza hasta la Puerta del Sol donde bajaban al Metro… Sí, sí, como lo oyes. Bajaban al Metro y allí les esperaban cientos de niños de las mejores escolanías del país. La estación, toda forrada de blanco. Y se subían a un vagón, todo blanco también, hasta Ópera, como guiño a Alfonso XIII, el bisabuelo de Felipe, que inauguró el Metro en 1919. Y luego ya seguían a pie hasta el Palacio Real. ¡Una locura divina que no pudo ser!
“A esta edad, no voy a seguir correteando en bolas por las playas de Ibiza, eso ya lo hice cuando tenía que hacerlo”
P. A estas alturas de la película, ¿en qué te involucras y en qué no?
R. Pues mira, a día de hoy, lo que pretendo es, como siempre, que todo tenga un sentido. Como en todas las etapas de mi vida, me estoy reorganizando. Hay que saber cerrar etapas. Yo he tenido casa en Ibiza durante treinta años y, de repente, dije: “Ibiza se ha acabado y no he vuelto”.
Tengo la suerte de haber heredado una antigua rectoria maravillosa en el Ampurdán y cuando estoy allí soy feliz. Es lo que me corresponde en estos momentos y a estas edades. No voy a seguir correteando en bolas por las playas de Ibiza, eso ya lo hice cuando tenía que hacerlo.
“No hay nada peor que esa gente que se aferra al pasado. Todas las edades tienen algo positivo, solo hay que encontrarlo”
P. ¿Sigues viviendo aquí, en este increíble palacete del barrio de Las Letras que es además tu estudio?
R. No. Me he mudado a un ático con una terraza preciosa. He cambiado los 1.200 metros en tres plantas por 200 metros muy apañados que es lo que necesito ahora: una casa manejable.
P. ¿Y encargos?
R. Solo me involucro en cosas que me gusten, que valgan la pena. Y solo como estudio de arquitectura. Tengo la suerte de haber formado a mucha gente, que ahora son los grandes nombres propios de la alta decoración y el interiorismo en este país. Les adoro y me adoran. Yo les llamo y les digo: “Tengo esto”, y al instante me dicen que sí. Ellos son mi mayor orgullo. Ahora solo quiero cosas que me diviertan.
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“Voy por la vida con los ojos muy abiertos. Cada día me fijo en algo, cada día aprendo algo”
P. ¿Cómo funciona tu cabeza?
R. Voy por la vida, siempre ha sido así, con los ojos muy abiertos. Cada día me fijo en algo, cada día aprendo algo. Mis amigos me temen cuando voy a sus casas porque empiezo a sugerir cambios, no puedo evitarlo. (Risas).
P. La última. ¿Cómo se ve la vida a los 80 años?
R. He vivido plenamente cada uno de los días de mi vida. Ahora hay cosas que no me interesan, o que ya no puedo hacer. Pero, en verdad, no tengo cuentas pendientes, porque siempre he vivido el presente. No me arrepiento de nada y siempre busco lo positivo, sin obsesionarme por lo que ya no puedo hacer. La clave está en saber adaptarse.
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LA HUELLA DE PASCUA ORTEGA
Pascua Ortega ha dejado una huella histórica en el diseño de interiores. Ha intervenido en 18 bancos de prestigio y realizando 25 proyectos de oficinas para grandes corporaciones, bufetes y oficinas gubernamentales.
Su trabajo diplomático incluye el diseño de 6 embajadas, adaptando el estilo y la funcionalidad para representar a España en el extranjero. También ha intervenido en 23 hoteles de lujo, 5 Paradores Nacionales, 20 restaurantes y 9 locales diversos, como discotecas, bares y tiendas de lujo.
Su versatilidad se extiende a la creación de 5 espacios para grandes celebraciones y 17 intervenciones en eventos de alto perfil —como la decoración de Madrid para la boda de los actuales reyes— remodelando espacios icónicos y diseñando las decoraciones más exclusivas.
El estudio de Pascua Ortega (Barcelona, 1945) se esconde en el corazón del ilustrado barrio de Las Letras de Madrid, en un palacete de apariencia sobria que oculta maravillas. Quizás las más bonitas de todas sean los dos nidos de mirlo que habitan su frondoso patio. Pascua Ortega, el más grande decorador e interiorista que ha dado este país, el maestro de los maestros, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, se muestra especialmente orgulloso de su convivencia.