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Inés Rosales, la dulce historia de una mujer que se adelantó a su tiempo a tortas
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Inés Rosales, la dulce historia de una mujer que se adelantó a su tiempo a tortas

A comienzos del siglo XX, una joven sevillana —sin saberlo— transformó una sencilla receta familiar en un símbolo nacional. Más de un siglo después, sus célebres tortas de aceite siguen horneándose, una a una, con el mismo amor

Foto: Inés Rosales fue una emprendedora adelantada a su tiempo llamada a hacer historia. (Cortesía)
Inés Rosales fue una emprendedora adelantada a su tiempo llamada a hacer historia. (Cortesía)

En una época en la que el destino de muchas mujeres parecía escrito, Inés Rosales Cabello decidió reescribir el suyo. Era 1910 y en el Aljarafe sevillano, una comarca de colinas fértiles repletas de olivares, nuestra obstinada y muy inteligente protagonista sacó de su cocina una receta familiar que cambiaría para siempre la historia gastronómica de España (redoble de tambores): la torta de aceite.

En aquel tiempo, nuestro país aún respiraba al ritmo lento de las costumbres heredadas y las oportunidades de crecimiento para las mujeres eran más bien escasas, por no decir inexistentes. El servicio doméstico o la dependencia económica eran casi el único horizonte posible. Pero Inés no se resignó. Guiada por una corazonada imparable, tiró de una fórmula tradicional —aceite de oliva virgen extra, harina, azúcar, ajonjolí y anís— y la convirtió en bandera de su independencia. ¡Magistral!

Su primer horno fue su propio coraje. Ella misma amasaba, horneaba y vendía las tortas por los pueblos cercanos. Pronto, el rumor del sabor corrió más rápido que cualquier cartero: una mujer en Castilleja de la Cuesta hacía un dulce que sabía a infancia, a campo, a hogar y a fiesta. A fuerza de constancia, las tortas de Inés Rosales se convirtieron en uno de los primeros productos manufacturados de repostería que trascendían su lugar de origen.

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placeholder Imágenes de archivo de Inés Rosales. (Cortesía)
Imágenes de archivo de Inés Rosales. (Cortesía)

Más de un siglo después, la esencia sigue intacta. En la fábrica actual, a pocos kilómetros de donde todo comenzó, las tortas continúan haciéndose a mano, una a una, igual que entonces. No hay maquinaria que sustituya la técnica paciente de las mujeres que, tras seis meses de formación, aprenden a “labrar” la masa con el mismo gesto que viaja de generación en generación. Cada pieza pasa por sus dedos, se hornea y se envuelve con el mimo de quien sabe que está manipulando una historia viva.

Las tortas de Inés Rosales saben a infancia, a campo, a hogar y a fiesta

El secreto de su sabor está en su sencillez. Cien por cien naturales, sin conservantes ni colorantes, elaboradas con aceite de oliva virgen extra —pilar de la dieta mediterránea—, estas tortas son tan versátiles como reconocibles: crujientes, hojaldradas y con ese toque a anís eleva desayunos, meriendas y sobremesas. Nos gustan solas, con mermelada, con queso o con un vino dulce. Pero sobre todo, se disfrutan despacio, como todo lo que merece la pena.

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placeholder Una a una, siempre a mano. (Cortesía)
Una a una, siempre a mano. (Cortesía)

Inés Rosales no solo creó un dulce. Creó una forma de hacer. Su ejemplo abrió camino a otras mujeres, demostró que la artesanía podía ser sinónimo de progreso y que la tradición no estaba reñida con la innovación. Hoy, la empresa que lleva su nombre exporta a más de 35 países y sigue siendo un símbolo de autenticidad y calidad. En su planta se mezclan la tecnología y la memoria, la eficiencia energética y el gesto manual, el compromiso con la sostenibilidad y el respeto por el entorno.

placeholder España sabe a Inés Rosales. (Cortesía)
España sabe a Inés Rosales. (Cortesía)

Las trabajadoras que moldean cada torta son herederas de esa primera chispa: el valor de una mujer que decidió cambiar su destino a base de harina y aceite. Inés Rosales fue mucho más que una repostera; fue una visionaria que, en pleno siglo XX, entendió que para hacer las cosas bien había que poner el alma. Sin duda, entre los sabores que nos hacen únicos ante el resto del mundo, Inés Rosales ocupa un puesto muy alto.

En una época en la que el destino de muchas mujeres parecía escrito, Inés Rosales Cabello decidió reescribir el suyo. Era 1910 y en el Aljarafe sevillano, una comarca de colinas fértiles repletas de olivares, nuestra obstinada y muy inteligente protagonista sacó de su cocina una receta familiar que cambiaría para siempre la historia gastronómica de España (redoble de tambores): la torta de aceite.

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