Destape, olfato y Marujita Díaz: el origen de la fortuna de los Reyzábal
El amante y la familia de Julián Reyzabal Larrouy siguen pleiteando por su herencia, un dinero amasado fundamentalmente por su padre en el mundo del cine y la inmobiliaria
Antes de abordar la última curva que lleva a Miraflores de la Sierra, uno de los pueblos más bellos de la sierra de Madrid, se abre a la izquierda un camino empinado que termina en una colina. Varios carteles anuncian la llegada a la Gruta de Begoña, una especie de pasaje excavado en la roca donde los Reyzábal construyeron una pequeña capilla presidida por la imagen de la patrona de Bilbao y Vizcaya. Desde allí, se divisa la herida que un pequeño río ha infringido sobre el paisaje granítico y también se hace uno preguntas sobre qué tipo de persona podía haber detrás de este extraño monumento.
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En realidad, el pasaje se construyó en los bajos del chalé que los Reyzábal tienen a la entrada del pueblo. En la localidad serrana donde también veranearon Vicente Aleixandre o Ramón y Cajal, Julián Reyzábal Delgado esculpió su 'delirio' a mordiscos bajo la roca. La gruta está abierta a quien quiera visitarla y se encuentra en perfecto estado de conservación, entre otras cosas porque se celebran bodas y otras ceremonias. Es el símbolo íntimo de una fortuna que creció gracias al olfato de un hombre único, al 'destape' y a un buen ojo inversor. Su máxima expresión fueron los edificios Windsor y Torre Picasso. Ahora, esa fortuna es foco de controversia (una vez más) por el enfrentamiento judicial que mantiene el amante de uno de los herederos con el resto.
También en Miraflores hay una calle dedicada a Julián Reyzábal Larrouy, uno de los siete hijos del patriarca. Tal y como contaba estos días El Confidencial, el amante de Julianchu, como le conocían cariñosamente, y su familia están pleiteando por su fortuna. Un fallo judicial acaba de abrir la puerta a que el asistente personal del empresario, que afirma haber mantenido una relación sentimental con él estable en el tiempo, reclame unos testamentos donde le dejó como principal heredero y que hasta ahora se habían desestimado. En juego, 70 millones de euros.
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Julián junior era soltero y vivía en el gran caserón mirafloreño, justo encima de la gruta. Su padre le había encomendado parte del negocio (a cada hijo le dio una misión). En su caso, como le gustaba la música y la vida social, le pidió que gestionara las "salas de juventud". Fue, como contó 'El País' tras el incendio del Windsor, uno de los inventos geniales de Julián sénior. Aprovechó el desarrollo económico para ofrecer bailes y conciertos a la clase baja en los sótanos de los cines. "Llegaron las 'boites', las salas de fiesta para la burguesía pintona e incipiente, Xenon, Cleofás o Windsor, locales míticos en los que actuaron temporadas enteras Tip y Coll, Bigote Arrocet, Moncho Borrajo, Alberto Cortez, Serrat y otros, también extranjeros".
Los Reyzábal fueron parte imprescindible del petardeo madrileño durante décadas. Tal y como relató el periodista José F. Leal, experto en grandes fortunas, en 'El Mundo', en su negocio "todo encajaba". "Julián se dejaba ver ante los periodistas en el restaurante La Dorada en compañía de Raúl Sender, Moncho Borrajo, Eloy Arenas, Norma Duval o María José Cantudo, y el resto de artistas de sus espectáculos. Marujita Díaz ponía su imagen a disposición de los laboratorios cosméticos y los cines exhibían las películas que ellos mismos producían o distribuían".
El conglomerado de los Reyzábal es fruto de la inteligencia de un hombre, Julián, cuya historia personal merece un capítulo aparte. Provenía de una familia de campesinos burgaleses dedicados a la tierra y a capar cerdos y otros animales. De adolescente se marchó a Bilbao, donde trabajó como reventa de entradas de cine, un dinero con el que pudo pagarse las clases de contabilidad. Ya en Madrid, se empleó en una distribuidora hasta que decidió independizarse y montrar su propio cine para proyectar películas. Sala a sala, fue creando una red de negocios que en los últimos tiempos incluía una línea de cosméticos, las discotecas más conocidas de Madrid (que llevaba Julián hijo), la productora Ízaro Films, una treintena de salas de cine y una rama inmobiliaria que se benefició de su ojo para adivinar cuál iba a ser el desarrollo urbanístico de la ciudad.
Ízaro Films fue la productora que lanzó a Fernando Esteso y Andrés Pajares, a los que tenía contratados en exclusiva, así como al director Mariano Ozores. Reyzábal producía los grandes títulos de la época ('Los Bingueros', 'La amante perfecta', 'La Lola nos lleva al huerto', pero también 'Marco Antonio y Cleopatra', con Charlton Heston), que exhibía en sus propios cines. Mientras, en sus bajos bailaba el españolito de entonces, que también soñaba con estrellas como Nadiuska o Marujita Díaz. Todo quedaba en casa.
Los Reyzábal no han dejado de salir en los medios a cuenta de sus desencuentros por la herencia del patriarca, algún caso de presuntos malos tratos que quedó en nada o por algún miembro 'ilustre' como Bárbara Reyzábal, más conocida para el gran público como Barei. Ahora el motivo es también espinoso, pero están acostumbrados.
Antes de abordar la última curva que lleva a Miraflores de la Sierra, uno de los pueblos más bellos de la sierra de Madrid, se abre a la izquierda un camino empinado que termina en una colina. Varios carteles anuncian la llegada a la Gruta de Begoña, una especie de pasaje excavado en la roca donde los Reyzábal construyeron una pequeña capilla presidida por la imagen de la patrona de Bilbao y Vizcaya. Desde allí, se divisa la herida que un pequeño río ha infringido sobre el paisaje granítico y también se hace uno preguntas sobre qué tipo de persona podía haber detrás de este extraño monumento.