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Arturo Fernández, el eterno galán con una dura infancia
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IN MEMORIAM

Arturo Fernández, el eterno galán con una dura infancia

De su madre aprendió a salir de casa siempre arreglado: "Nunca nos dejó salir de casa si no era limpios, bien peinados y con la camisa planchada, aunque solo tuviéramos dos camisas"

Foto: Arturo Fernández. (Ilustración: Jate)
Arturo Fernández. (Ilustración: Jate)

Arturo Fernández presumía de ser asturiano, de reconocer las sardinas de Candás ("Las mejores del mundo”, decía) en una cata a ciegas y de ser el mejor escanciador de sidra. Una cualidad que compartía con el general Sabino Fernández Campos, jefe de la Casa de Su Majestad y de la tierruca como él. Dos hombres con una personalidad fuerte y que se medían solo en esas batallas dialécticas donde cada uno reivindicaba el puesto principal. Nunca llegaron a batirse y cada uno mantuvo su liderazgo en su ambiente.

Amaba Asturias y Gijón, donde nació 90 años atrás en una familia humilde en la que nunca faltó de comer. Contaba que su madre hacía con la leche y el queso como Cristo con el milagro de los panes y los peces. "Nunca supe cómo conseguía alargar esos productos para que comiéramos todos. Ya mayor se lo pregunté y la respuesta era siempre la misma: 'Lo que Dios provee es para repartir'. Fui niño de guerra y posguerra y por eso siempre he sido muy mirado con el dinero. No he sido hombre de caprichos salvo cuando pude llevar ropa de calidad y vivir en una casa cómoda y con los lujos justos".

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De su madre aprendió a salir de casa siempre arreglado: "Nunca nos dejó salir de casa si no era limpios, bien peinados y con la camisa planchada, aunque solo tuviéramos dos camisas". Y recordaba en un almuerzo en el restaurante Lucio con la Peña Cuarto Poder cómo se las ingeniaba cuando llegó a Madrid en 1955 en busca de un futuro mejor para mantener la raya del pantalón en su sitio. "No tenía plancha y lo que hacía cuando llegaba a la pensión por la noche era colocar los pantalones debajo del colchón y echarme a dormir. Al día siguiente estaban perfectos".

Reconocía que sus inicios fueron duros y que no hubo regalos: "Éramos muchos los que queríamos triunfar como artistas y pocos los elegidos". Tuvo suerte y sobre todo muchas ganas de llegar lejos. "Hay que estar en movimiento para que las cosas salgan", decía. Y el tiempo y el esfuerzo le dieron la razón.

Guerra de galanes

Ha sido el referente de la comedia, donde era el galán por excelencia por encima de otros actores que también triunfaron como él. Carlos Larrañaga decía que el título era suyo y que Arturo era su copia mala. Y Arturo se lo negaba cuando se encontraban frente a frente. En realidad, la guerra de egos duraba poco hasta que empezaban a recordar sus lances amorosos. Larrañaga le acusaba de haberle robado novias con malas artes y su contrincante se defendía explicando sus armas varoniles: "Es que tú las llevabas en Vespa y yo en descapotable".

placeholder Carlos Larrañaga y Concha Cuetos, junto al director Manuel Estudillo. (EFE)
Carlos Larrañaga y Concha Cuetos, junto al director Manuel Estudillo. (EFE)

Arturo Fernández ha sido un hombre muy querido en la profesión. Cuando pudo, decidió ser su propio jefe y de sus producciones. El teatro Amaya, donde se instaló el libro de condolencias, ha sido su cuartel general profesional. Nunca pidió ni quiso subvenciones y fue fiel a su ideología de derechas. "Mi padre fue anarquista y tuvo que salir de España al finalizar la guerra. Aprendí que hay que ser fiel a las ideas por encima de todo". Defendió a Rajoy cuando ni su partido lo quería y a su muerte ha recibido el aplauso de Pablo Iglesias. El galán de galanes nunca hubiera creído ese gesto podemita.

Arturo Fernández presumía de ser asturiano, de reconocer las sardinas de Candás ("Las mejores del mundo”, decía) en una cata a ciegas y de ser el mejor escanciador de sidra. Una cualidad que compartía con el general Sabino Fernández Campos, jefe de la Casa de Su Majestad y de la tierruca como él. Dos hombres con una personalidad fuerte y que se medían solo en esas batallas dialécticas donde cada uno reivindicaba el puesto principal. Nunca llegaron a batirse y cada uno mantuvo su liderazgo en su ambiente.

Amaba Asturias y Gijón, donde nació 90 años atrás en una familia humilde en la que nunca faltó de comer. Contaba que su madre hacía con la leche y el queso como Cristo con el milagro de los panes y los peces. "Nunca supe cómo conseguía alargar esos productos para que comiéramos todos. Ya mayor se lo pregunté y la respuesta era siempre la misma: 'Lo que Dios provee es para repartir'. Fui niño de guerra y posguerra y por eso siempre he sido muy mirado con el dinero. No he sido hombre de caprichos salvo cuando pude llevar ropa de calidad y vivir en una casa cómoda y con los lujos justos".

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