20 años sin Ramón Mendoza: huérfano, espía, amante de Naty Abascal y 'zorro plateado'
Era un hombre con un gran poder de seducción, inteligente, divertido, coqueto, presumido, autoritario, sentimental, cariñoso y con ese toque mundano que explotaba y que le hacía ser el centro de atención
El 4 de abril de 2001 fallecía en Nassau (Bahamas) Ramón Mendoza. Se encontraba de vacaciones en el paraíso caribeño con dos de sus seis hijos, sus parejas, los nietos y la que había sido durante los últimos años su secretaria y en esos momentos su novia. Vivían todos en el América, una goleta construida en 1967 con capacidad para veinte personas y una tripulación de catorce marineros. Era la joya de la corona del patrimonio del que fuera presidente del Real Madrid, que utilizaba el velero como residencia habitual en sus veraneos en Mallorca. Prefería el bamboleo del mar a la tierra firme y resultaba impactante la estampa del barco con Mendoza al frente siguiendo la Copa del Rey en la bahía de Palma.
Como buen conocedor del ego humano, utilizaba sus recursos de hombre cosmopolita para llevar a su terreno a personajes del poder estacional. Presumía de que nadie se le resistía y así lo confirmaban los que le trataron. Tenía don de gentes. Una cualidad que desplegaba con quien le interesaba. Estudió la carrera de Derecho para agradar a su padre, aunque su aspiración en esos primeros años era llegar a ser diplomático. Aparcó esa decisión porque se dio cuenta de que sin familia influyente su horizonte era difuso y prefirió los trueques, se le daban mucho mejor. Una de sus primeras operaciones fue vender sus apuntes de Derecho Administrativo; otra, 'sisar' carbón de su casa para revenderlo.
Viajó a París con una beca y consiguió una colaboración con el diario ‘Marca’, al que enviaba sus crónicas hípicas mientras sacaba un dinero limpiando cristales con un jabón que se llamaba Blanco de España. Organizó viajes turísticos de carácter religioso con paradas en Lourdes, Loyola, Covadonga, Santiago, Fátima, Zaragoza y, de nuevo, París. Se convirtió en 'mercader del mundo', y cambiaba la mercancía de sitio sin intermediarios: percebes de Galicia a Madrid, naranjas de Valencia a Rusia y de aquí vodka y caviar a España y otros países de Europa. De esa época de relación económica con la Unión Soviética le colocaron la etiqueta de 'espía de la KGB'. Su leyenda le colocaba como un protagonista de ‘El tercer hombre’, de Orson Welles.
Los amores de Mendoza
Era un hombre con un gran poder de seducción, inteligente, divertido, coqueto, presumido, autoritario, sentimental, cariñoso y con ese toque mundano que explotaba y que le hacía ser el centro de atención. Se casó solo una vez, con Rosario Solano, y tuvieron seis hijos. Después llegó a su vida Jeannine Girod, con la que convivió un cuarto de siglo. Lo dejaron cuando apareció Naty Abascal, que le hizo la vida divertida y original. Mendoza no respondió como ella esperaba. En un momento dado, le aconsejaron que exigiera legalmente promesas incumplidas de matrimonio. Menos mal que la sensatez reinó en la cabeza de la exduquesa de Feria y no fue a más. Mendoza la quiso mucho, pero a su manera.
El hipódromo y el palco del Real Madrid le abrieron el camino para formar parte del club de los ricos sin haber nacido en él. Fue el padrino, hasta su muerte, de un grupo de mujeres periodistas que le dieron ese título. No faltaba a ninguna de las cenas a las que le convocábamos en el hotel Palace y llegó a tener ciertos celos cuando el invitado de 'Las chicas de oro' (así nos llamábamos) resultaba, aparentemente, más atractivo que él. Era presumido y cuidaba su imagen porque decía que la mejor carta de presentación era el envoltorio. Le bautizaron con el apodo de 'zorro plateado' por su pelo blanco y por su capacidad para negociar con quien hiciera falta. Su amistad con Giorgio Armani le sirvió para asociarse con las hermanas Zunzunegui y conseguir la concesión de las tiendas en España. Era generoso y en Navidad sus regalos llevaban la rúbrica de esta firma que muchos años después sería la elegida por la periodista Letizia para su primera aparición pública como prometida del Príncipe de Asturias.
Reforzó la Quinta del Buitre (Butragueño, Pardeza, Sanchís, Michel González y Martín Vázquez), que convirtió al Real Madrid en el equipo con más títulos de España. Y los vistió a todos de Emporio Armani como uniforme de viaje. No le gustaba el chándal y decía que era solo para estar en el césped y con el balón. En su caso, era excepcional verlo con esa indumentaria. Solo hay una fotografía donde se le ve corriendo por el monte con algunos futbolistas. Era más una campaña promocional que una realidad.
Elegancia y fidelidad
A Mendoza le chirriaban los nuevos ricos en su versión masculina y femenina. Él lo hacía en la sastrería del Rey y presumía de no tener que doblar camisas porque en su vestidor había una para cada día, igual que corbatas y en más de una ocasión se las intercambió con don Juan Carlos. No eran amigos, pero se entendían bien, igual que con Adolfo Suárez y Felipe González.
La fidelidad amatoria no era su fuerte, pero sí la que mantenía con sus amistades. Una de ellas fue Jesús Polanco, dueño de Prisa, que le nombró consejero. Precisamente por esta relación, Mendoza no recibió nunca duras críticas de los medios del imperio Polanco. En cambio, hubo una enemistad manifiesta, con demandas de ida y vuelta, con José María García.
Durante su presidencia, se llevaba a los futbolistas a su finca, El Campillo, en Hornachuelos (Córdoba), donde tenía caballos de pura raza española y organizaba monterías para sus amistades de dentro y fuera de España. Entre ellos, el rey don Juan Carlos, Abelló y Samuel Flores. Estando en esta finca sufrió una de las complicaciones más graves de salud. Fue su primer infarto y el destino quiso que esta vez se salvara. Si no hubiera sido por el helicóptero que llegó hasta la finca y le trasladó al Hospital Reina Sofía de Córdoba, no habría sobrevivido. Cuando relataba este hecho, lo adornaba explicando que fueron los ángeles del cielo. Era un hombre religioso y le gustaba narrar ese suceso delante de los invitados como contador de historias. “La religión me brinda la posibilidad de ejercitar la ilusión de la fe y de la esperanza”.
Ramón Mendoza supo jugar sus cartas a lo largo de su vida, y eso que la primera etapa de su existencia no fue fácil. Su madre murió con 18 años en el parto. Fue hijo único con un padre que trabajaba a destajo en unos laboratorios y con poco tiempo para dedicarle a él, a quien sí quiso dar una carrera para que se ganara la vida mejor. Sin familia directa, le cuidaba una chica, novia de un miliciano, y dormía en un sotano. “Fui niño de la posguerra, del pan negro, de sopa de agua con mendrugos de pan. Como mi padre tenía miedo de morir en la guerra, me cosió un bolsillo falso en el pantalón y me guardó 25.000 pesetas. No tenía hermanos, ni madre, ni familia, y pensaba que con eso podría salir adelante si a él le pasaba algo. Yo tenía 10 años y lo que más me marcó en mi vida fue no tener una madre en los años decisivos de la infancia”.
El 4 de abril de 2001 fallecía en Nassau (Bahamas) Ramón Mendoza. Se encontraba de vacaciones en el paraíso caribeño con dos de sus seis hijos, sus parejas, los nietos y la que había sido durante los últimos años su secretaria y en esos momentos su novia. Vivían todos en el América, una goleta construida en 1967 con capacidad para veinte personas y una tripulación de catorce marineros. Era la joya de la corona del patrimonio del que fuera presidente del Real Madrid, que utilizaba el velero como residencia habitual en sus veraneos en Mallorca. Prefería el bamboleo del mar a la tierra firme y resultaba impactante la estampa del barco con Mendoza al frente siguiendo la Copa del Rey en la bahía de Palma.